La capacidad de vivir distintas relaciones a distintos niveles es señal de madurez afectiva.
Porque uno es el amor de pareja, y otro el de los hijos, y otro el de la amistad, y otro el de la entrega al prójimo.
La relación con Dios no es una entre otras, ni siquiera la más importante. Es única.
Como yo soy único para Dios.
* * *
Cuando has vivido el amor de intimidad y de pertenencia con el Señor, te plantan en la hondura del corazón que sólo puede ser ocupado por el Señor.
Al principio, te resistes. Estás dispuesto a amar a Dios sobre todas las cosas, pero que alcance ese nivel, que no podrá ser habitado ni siquiera por la persona por la que entregarías tu vida…
Lo más inaudito es que experimentas que este amor es suyo, que Él se te entrega así, personalmente.
* * *
Descubres entonces que la comunión de los santos, centro de la vida eclesial, se puede comparar perfectamente a las islas que se comunican por debajo.
La imagen te resulta extraña, porque tienes la impresión de que propugna una visión individualista de la Iglesia. Lo contrario: la imagen expresa que la Iglesia misma, en cuanto comunidad, precisamente, es vivida a distintos niveles.
La comunión “por debajo” significa que en la Iglesia se realiza la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Misterio sobrecogedor de la autodonación de Dios.
* * *
Los frutos de esta soledad habitada:
Quién es Dios y quién soy yo.
Que todo amor humano de pertenencia es mediación para el único amor de pertenencia radical, el de Dios.
Amor desapropiado al prójimo.
La nostalgia irrefrenable del cielo, en el que ya no habrá soledad, pues todos seremos uno en la comunión del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Después, de la costilla que había sacado al hombre, Dios formó la mujer, y se la presentó al hombre. Este exclamó: Ahora sí; he aquí alguien que es hueso de mis huesos y carne de mi carne… Por esta razón, deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo. Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer; pero no sentían vergüenza el uno del otro (Génesis 2,22-25).
La experiencia de la desnudez, ¿no es una de las más profundas que pueda vivir el ser humano? Y universales: la desnudez inocente del bebé con su madre, la desnudez pudorosa de los amantes entre sí, la desnudez confiada de los adultos con sus médicos y cuidadores. La razón de fondo en todos los casos: la confianza que nos inspira el otro y nos abre a él/a ella.
La desnudez física: símbolo de una transparencia total. El desnudamiento físico como la mejor expresión de mi desnudamiento del corazón. “Ante ti, desnudo-desnuda. ¡Cuánta confianza me inspiras!: contigo, puedo ser yo mismo/a, mostrarme tal cual soy, en cuerpo y alma, no necesito ocultarte nada; contigo, me siento amado/a, comprendido/a y aceptado/a en mi ser entero; cuando me miras con tanta ternura, cariño y respeto, me haces verme más bello/a; no me ultrajas, no me avergüenzas, no me reprochas; me llevas más allá de mí mismo/a… No necesito reservarme: te me entrego para recibirte y recibirme de ti”.
He ahí a dos amantes. Ambos invitándose a vivir la experiencia de la desnudez limpia y del abrazo íntimo, sin vergüenza ni culpa. ¡Mi desnudez, pura y vestida de ternura, ante tu desnudez, pura y vestida de ternura! Dos desnudeces viviendo su intimidad física, afectiva y espiritual. Estas dos a través de la primera. El sexo vivido como la mejor expresión de lo espiritual que anida en cada hombre y en cada mujer. Con palabras, sin palabras. Con miradas que desvelan la ternura limpia de sus corazones: sin ella, su desnudamiento físico sería degradarse o degradar a él/a ella.
Otro libro de la biblia, dedicado al amor apasionado de dos jóvenes, describe soberbiamente la experiencia de desnudez entre dos amantes: el Cantar de los Cantares (se ha dicho que es el mejor comentario de Gen 2,22-25). Ella, mirando el cuerpo de su amado; él, recorriendo maravillado el cuerpo de su amada con sus ojos (4,1-7; 5,10-16; 7,1-10). Ambos, con cariñosa complacencia.
Gen 2 y Cantar recogen la experiencia muy positiva de la sexualidad; no recogen su lado complejo, difícil, expuesto. He aquí dos grandes retos hoy día:
-Descubrir la belleza y riqueza de la sexualidad. Su experiencia auténtica radica en el corazón. ¿No hay que unir inseparablemente sexualidad y afectividad? ¿Educar el corazón para el amor y la ternura? Solo entonces toma libertad en mil expresiones físicas. Aprender a dirigir la mirada hacia el misterio y la interioridad de uno mismo/una misma y de las personas del otro sexo: he ahí el gran reto de nuestra sociedad que nos invita a no pasar del placer inmediato y superficial. ¿Se puede superar de otro modo la violencia de género y el machismo?
-Y mantener en el día a día la llama del amor. El gran reto de toda pareja para superar la rutina. El reto de buscar un diálogo de confrontación y revivir los “momentos y lugares privilegiados de cielo”.
Un no creyente se asombra, sin poder explicarse: ¿de dónde precisamente a mí esta fabulosa experiencia?, ¿de dónde esta maravilla, tanta belleza y felicidad compartidas?, ¿a quién se lo agradezco? Un creyente se lo agradece infinitamente al Dios creador de toda bondad y belleza: “¡Qué bien has hecho, Señor, algunas cosas, como este amor que vivimos!”. Y con la libertad que da la mutua impagable confianza, se entregan al abrazo desnudo, con sus antecedentes y sus consecuentes. ¡Lo insondable y maravilloso de este mundo, ¿no conduce siempre a un misterio mayor: Dios? He aquí retazos de una poesía orante (más larga) de Paco e Irene: saben unir cuerpo y alma, tierra y cielo, sensaciones muy humanas y fe agradecida en Dios.
¡Qué bien has hecho las cosas, Señor! ¡Qué bien las has hecho!
Nuestra desnudez, queriendo decirnos:
“soy todo en ti – soy para ti”.
Nuestra desnudez, regalo mutuo de nuestra intimidad:
solos, en delicioso y embriagante jardín escondido,
ocultos a toda mirada ajena y morbosa.
Ojos embelesados, miradas sin palabras.
besos de labios puros, abrazos de ternura envolvente,
manos acariciantes.
Tu cálido pecho acogiéndome,
tus brazos rodeándome,
tu reconfortante hombro reposándome.
¡Qué bien has hecho las cosas, Señor! ¡Qué bien las has hecho!
“Tú ante mí”, “yo ante ti”: en amor limpio y entero.
Reviviendo la desnudez inocente y maravillada de Adán y Eva.
- “Tú, mi espejo:
para mirarme en tus incomparables ojos: ¡me ves tan bella!,
para ser yo misma ante ti, cariño,
sin pliegues, sin defensas, sin dobleces.
-“¡Y yo ante ti, cariño! Sin secretos en el corazón.
Poder ser trasparente, ser yo mismo ante ti.
¡Como ante Dios!”.
¡Qué bien has hecho las cosas, Señor! ¡Qué bien las has hecho!
“Nuestro gozo colmado es tu gozo, Señor Dios.
Nuestra complacencia es tu complacencia,
creador de tanta belleza y hondura”.
“Llamarada divina”, “más fuerte que la muerte”.
Nuestro amor tiene algo de ti, Señor Dios:
Tú, el pozo manante de todo amor.
¡Cómo pagarte el regalo de esta maravilla:
¡embriagadora intimidad!, ¡deliciosa ternura!
¡Qué bien has hecho las cosas, Señor! ¡Qué bien las has hecho!
Dios creador de toda belleza y encanto:
Tú nos sueñas a los dos. Nos llevas en tu corazón.
Tú nos recreas cada mañana, nos descansas cada noche.
Tú nos invitas a reparar nuestras mediocridades.
Tú vuelves a regalarnos cada día el encanto de nuestro amor;
vuelves a complacerte en nuestra mutua complacencia.
¿Cómo devolverte nuestro amor, Señor?
¡Qué bien has hecho las cosas, Señor! ¡Qué bien las has hecho!
Después Dios pensó: No es bueno que el hombre esté solo; voy a proporcionarle una ayuda adecuada…
Y el hombre fue poniendo nombre a todos los ganados, aves del cielo y bestias salvajes, pero no encontró ninguno de su nivel de ser.
Entonces Dios hizo caer al hombre en un letargo. Y mientras dormía, le sacó una costilla y llenó el huecao con carne. Después, de la costilla Dios formó una mujer, y se la presentó al hombre. Entonces este exclamó: Ahora sí; he aquí alguien que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Por eso, se llamará ´varona`, porque del ´varón` ha sido sacada.
Por esta razón, deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer; y los dos se hacen uno solo (Génesis 2,18.20-24).
He aquí una de las páginas más sugerentes de la biblia. ¿Relato machista? Así lo consideran muchos, ¡por desgracia! Por de pronto, ¿podía la biblia no hablar de una realidad tan humana, real y universal como la sexualidad humana? ¡Fuente de felicidad colmada para muchos/muchas! ¡Y ámbito de abusos y decepciones para tantos y tantas!
El autor de Gen 2 sigue usando un lenguaje mítico-simbólico: ¡el mejor para hablar de realidades misteriosas, gratuitas, insondables! Y está seguro: es Dios quien ha querido una condición sexuada para el ser humano: lo ha querido como varón y mujer; y con ello, su mutua atracción hasta el abrazo sexual. “No es bueno que el ser humano esté solo”. Al crearlo, no lo ha querido ni solitario, ni asexuado (ni masculino ni femenino). A lo largo de su vida, le hace vivir mil otras experiencias: comer y beber, trabajar, sorprenderse y gozar ante mil realidades, sentirse libre, responsable y capaz de investigar y crear ciencias y tecnologías (“poner nombre a los seres”)... Vive experiencias de encuentro: con la hermana-madre naturaleza, con los animales de toda clase, con los padres, amigos… Al vivirlas, le realizan, se halla relativamente en ellas. Pero echa en falta algo: “no encontró una ayuda adecuada para sí”, un ser de su nivel con el que colmar su anhelo de comunión colmada.
De niño y de joven, el ser humano se prepara para la vida. Y adquiere una profesión, halla su puesto de trabajo, logra quizás éxitos e imagen social… Pero ni los seres ni las tareas acaban de llenar su corazón. Tarde o temprano, su interioridad (¡algo peculiar del ser humano!) echa en falta “un algo más”. Mejor dicho, “un alguien” que le llegue al fondo de su ser. No algo para su inteligencia, ni para ocuparse de algo, sino alguien para su corazón: para colmar su dimensión afectiva y sexual. Su soledad indigente (“el hueco de su costado”) anhela un “tú” personal: con él podría vivirse como intimidad compartida con otra intimidad. Más aun, anhela vivir su vida entera como una historia de amor. “El ser humano, hombre o mujer, se realiza en una historia de amor con una persona del otro sexo”.
El autor bíblico (al igual que los poetas, novelistas, cineastas), emplea un lenguaje lleno de simbolismo:
“el sueño profundo, el letargo” simboliza una gran verdad: las realidades esenciales las recibimos como regalo. Comenzando por la vida: ni el primer hombre Adán ni nosotros la hemos podido ni siquiera pedirla: la recibimos. Y el amor: anhelamos poder vivirlo con un tú; puedes incluso piropear a “la mujer de tu vida” o tratar de enamorar “al hombre de tu vida”. Pero, al fin, depende de ella/de él. Ella/él se te entrega y regala… o no. No se tiene derecho a ser amado, no se merece el amor, ni se compra, ni se conquista por la fuerza. Te llega como sorpresa y don, y lo gozas y lo agradeces infinitamente.
“La mujer, extraída del costado del hombre”, deja un hueco en él. Manera gráfica de decir dos grandes verdades: primero, la mujer es de la misma dignidad que el varón, de su mismo nivel de ser, igual a él. Y segundo, sin ella, a él le falta algo de sí mismo. Y ella, a su vez, se hallará a sí misma cuando ocupe, en abrazo de amor, el costado de donde fue extraída: ¡es su lugar!
“Dios se la presentó al hombre”. He ahí a este, sin poder creérselo. Gratamente sorprendido ante este ser inesperado, fascinante, enamorante, tanto tiempo soñado: “hueso de mis huesos, carne de mi carne”. La experiencia cumbre de mi vida, más honda que todas las anteriores. Descubrimiento, estupor extasiado, ojos admirativos ante “la mujer”. Un “tú” más colmante que mi profesión, que mis éxitos, que los animales, que mis propios padres. Ella llenando mi vacío, “el hueco” de mi costado. “¡Qué maravillosa eres! ¡Especial, única, incomparable! Sin ti, no puedo vivir, no puedo ser yo mismo; solo en ti me encuentro a mí mismo” (Roberto G.).
¿Hay mejor lenguaje para hablar de lo que los modernos llamamos “atracción sexual”, “enamoramiento”, “abrazo de amor”, etc…? Sucedan de un modo de otro, tu corazón queda prendado y prendido. ¿Versión machista? Allí donde hay fascinación, corazón y mirada seducidos por la belleza femenina (más que de su cuerpo), no hay machismo. Es versión masculina: la vivida y contada por un varón. ¿Sería muy diferente la versión en mujer? “Me sentí mujer al saberme amada por Luis”, confesaba Tere R.
Para terminar, preguntas para pensarlas:
La sexualidad no es algo perverso, ni sospechoso, ni una trampa en la que caes. Juntamente con la vida, es el mayor regalo de Dios. Puede dar mucho de sí. Pero ¡regalo delicado! Por ser precisamente tan honda y preciosa, ¿no está expuesta a decepciones y rupturas?
El ser humano, varón o mujer, abierto al “tú” del otro sexo, ¿no está abierto al “Tú” de un Dios amor? Quizá llevamos en nosotros un “hueco” que solo Él lo puede llenar. El encuentro más profundo y colmante de todo hombre o mujer, ¿no se da en el encuentro con el Tú de Dios?
La sexualidad (lugar de encuentro con un “tú humano”) y la religiosidad (encuentro con el “Tú de Dios”): dos dimensiones del ser humano extraordinariamente ricas: humanizan y colman el corazón humano. Con todo, ¡qué peligrosas ambas! ¡Qué expuestas a las peores expresiones y modos de ser vividas! Aberraciones, abusos de poder, banalización, degradación… En el pasado y en el presente. ¿Cómo educar el corazón para vivir ambas dimensiones en su riqueza, belleza y hondura?
Y una pregunta antropológica y existencial: ¿qué es más importante: ser libre o ser amado y amar?
“¿Qué sabe el que no ha sufrido?”, preguntaba san Juan de la Cruz. Desde luego, de lo esencial, nada.
Nos pasamos la vida queriendo ser como Dios: teniendo la última palabra sobre nosotros mismos, persiguiendo la imagen ideal e intachable…
Ha llegado la hora de ser lo que realmente somos.