Jose Luis Elorza, ofm
Cuando Dios hizo la tierra y el cielo, no había todavía en la tierra arbusto alguno, ni había brotado hierba en el campo, pues Dios no había enviado aún la lluvia sobre la tierra, ni había nadie que cultivase el suelo... Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente. (Génesis 2, 4b-7).
Adán creado del barro, Eva creada de su costilla, la astuta serpiente que engaña a Eva… Digámoslo claro: Adán y Eva ni existieron, ni hubo un paraíso, ni una serpiente… Está todo “inventado”, pero no por eso es falso. Aparentemente fabulísticas e infantiles, las páginas de Génesis 2 y 3 contienen mucha “sabiduría”. No nos enseñan “verdades científicas” (el origen del ser humano por evolución…). En un lenguaje popular, pero sugerente, nos llevan a reflexionar sobre este “ser humano” que somos cada uno, al mismo tiempo tan maravilloso y tan frágil: qué somos los humanos, qué nos hace vivir y gozar, de dónde el mal y el sufrimiento… Nos piden hacer una lectura antropológica y existencial. Nos llevan a mirarnos a niveles hondos. ¿No corremos peligro de vivir como máquinas, de aquí para allá, sin saber lo que somos y cuáles son los caminos de nuestra felicidad?
“El ser humano”, “el adán”, moldeado por Dios de “la arcilla” del suelo. ¡Cuántas verdades antropológicas sugiere esta imagen simbólica! Comenzando por la primera: he venido al mundo, recibiéndome de otros. Ni siquiera he podido pedirlo. Nadie viene de sí mismo, nadie nace de sí mismo. Ser, vivir consiste en recibirse de Otro, dirá Levinas, un gran pensador judío. Comenzamos a ser recibiéndonos de los padres (de Dios mediante los padres, dirá un creyente). Las realidades más importantes no se conquistan, ni se merecen, ni se piden; tan solo se reciben: el ser, la vida, el amor, los derechos humanos, la capacidad de gozar y decidir... Cada mañana (en realidad, cada momento) me encuentro recibiéndome de Alguien que es más que uno mismo, del que es la Fuente última de todo. El saberme cada mañana recibido de Dios me dice: Dios me vive, me quiere vivo, cree en mí, espera en mí, soy alguien singular para Él, me llama a crear vida a mi vez.
“Lo moldeó del barro”: una segunda gran verdad, mejor dicho, experiencia humana. La materia prima de la que estoy hecho es el polvo del suelo. Me recuerda mi solidaridad con la tierra: soy “barro, arcilla”, no un ser etéreo, ni un ángel sin cuerpo. Y segundo, me hace consciente de lo que soy y me siento: frágil, endeble, expuesto a romperme física y psíquicamente. Incluso el hombre o mujer “más pintado” y seguro de sí es quebradizo y caduco: está amenazado por la enfermedad, el fracaso, la soledad afectiva, las frustraciones, los miedos… La debilidad me constituye desde que nací, me acompaña toda la vida, y me devuelve a “ser polvo de la tierra”. Soy un precioso “vaso de cerámica”; pero ¡qué expuesta a romperse!
Y una tercera verdad, sugerida por otra imagen evocativa: “Dios sopló en su nariz un aliento de vida…”. Somos “vivientes”, como los animales; pero algo divino y espiritual nos habita. “El aliento de Dios” palpita en este “barro” que somos cada hombre y mujer. Genéticamente apenas me diferencio de un chimpancé; y con todo, tras millones de años de evolución, he llegado a ser más que mera materia, más que un “mono” evolucionado, más que un robot muy logrado. Además de vivir el milagro de la vida, vivo el milagro de ser un “yo personal”: soy, al mismo tiempo, interioridad y ser relacional: llamado a vivir un diálogo conmigo mismo y diálogo con los seres de la tierra, con las personas… ¡y nada menos que con Dios!
Soy un ser pequeño y frágil; pero capaz de pensamiento, de libertad y decisión, de amar y ser amado, de nostalgia y deseo de más, de soñar, de admirar, de curiosidad, de empatía... Vivo a veces a ras del suelo, como un animal (¡o peor!); y con todo, me siento llamado a vivir “espiritualmente” todo: el comer y el beber, el trabajo, el contacto con las plantas, la relación con los míos y hasta con los enemigos, la sexualidad… Vivo muy pegado a la realidad urgente de cada día; y con todo, me hallo levantando la mirada del corazón por encima de la tierra y de lo inmediato. “El hombre tiene los pies hundidos en el barro, pero los ojos fijos en las estrellas”, dice un poeta. Siendo de barro, somos maravillosos; y siendo maravillosos, somos de barro: esa es nuestra doble verdad, mejor dicho, nuestra doble experiencia. ¡Somos “humanos” (“humus: tierra”), pero animados por una chispita divina!
Hay aún algo más en esta página: Dios “modela al ser humano” de la arcilla del suelo. Otra imagen simbólica poderosa: Dios trabaja este barro que soy, me va “moldeando” con el mimo de un alfarero. Lo hace a lo largo de toda la vida, mediante mil toques de sus misteriosas manos. Necesito vivir mil experiencias para ir madurando: gozosas y placenteras muchas; dolorosas, penosas e ingratas otras. Lo sugiere esta imagen del “Dios alfarero moldeándome”, y nos lo dicen los psicólogos y nuestra propia experiencia. Dios, mis tripas, la vida con sus mil avatares, quieren hacer de mí más de lo que soy y mejor de lo que soy. ¿Lo tiene Dios fácil conmigo? ¿Fácil con cada hombre y mujer? ¿Fácil con la humanidad y su historia?
“De repente he descubierto el sentido fabuloso de Gen 2,7: somos barro, lo más tirado, lo que se pisotea; con todo, somos también trabajados por Dios. Como una pieza de cerámica preciosa por un alfarero artista. ¡Cómo nos mira y remira, toca y retoca, quiere sacar lo mejor de nuestro barro, disfruta con nosotros! ¡Cómo somos dignos de su mirada y de su mano, cuánto contamos para Él! ¡Qué cosa más poquita y hasta despreciable soy desde mí: un pedazo de barro; pero ¡qué bello y vestido de dignidad desde Dios! Soy barro… y más que barro. Dios me ha regalado algo de Sí mismo: su espíritu. ¡Cuánto debe sufrir Dios cuando ve que uno se rebaja, se autodesprecia, piensa y siente mal de sí mismo y de la vida, o cuando es rebajado y maltratado por otros! Hay en mí fuerzas que me tiran para abajo; pero hay también en mí un ´aliento de Dios` que me tira para arriba, más allá del barro que soy” (Eneko S., en un trabajo de curso).