Jose Luis Elorza, ofm
Después pensó Dios: No es bueno que el hombre esté solo; voy a proporcionarle una ayuda adecuada.
Y formó de la tierra toda clase de animales del campo y aves del cielo, y se los presentó al hombre para ver cómo los iba a llamar; todos los seres vivos llevarían el nombre que él les diera. Y el hombre fue poniendo nombre a todos los ganados, a todas las aves del cielo, a todas las bestias salvajes, pero no encontró una ayuda adecuada para sí (Génesis 2,19-20)
Nacido en este mundo, ¿dónde me encontraré a mí mismo para ser feliz?, ¿qué experiencias nos realizan a los humanos? Preguntas existenciales serias. El autor de este segundo relato de creación (tan diferente de Gen 1), había representado a Dios como “alfarero” y “jardinero”. Ahora lo pone como “sicólogo”, haciendo una observación capital: el ser humano no halla su camino de felicidad en la soledad. Observación muy sabia: nos la confirman la vida y nuestro corazón (y las ciencias humanas: antropología, sicología). Nos realizamos en compañía. Pero no cualquiera; solo una “compañía adecuada” puede llenar mi soledad, colmar mi vacío.
“Dios formó toda clase de animales y aves, y se los presentó al hombre para ver cómo los iba a llamar…”. ¡Cuánto dice esta afirmación audaz, de enorme envergadura antropológica. “Se los presentó”, como diciéndole: ahí los tienes, te los confío, están a tu disposición, a ver qué haces con ellos. ¡Dios fiándose del ser humano! Una afirmación extraordinaria de la dignidad, autonomía y responsabilidad del ser humano. Creo que no hay otra religión, además de la bíblica, que se haya atrevido a hacer semejante declaración sobre el ser humano.
He ahí, presentados los animales y aves, en sus innumerables variedades, a los ojos maravillados del ser humano. “Los seres vivientes”: han sido (y son) su primera y más próxima compañía. Son la primera sorpresa preparada por Dios: el ser humano los ha mirado con curiosidad y admiración crecientes. Convivimos con ellos, algo singular nos une a los mismos. En la cultura moderna han venido a ser “animales de compañía” para muchos. ¿Pero nos bastan?, ¿no nos espera una sorpresa mayor? ¿Una compañía más adecuada, más próxima?
Una primera ocupación del ser humano ha sido (y es) “llamar, poner un nombre” a los seres vivientes. Expresión rica en sugerencias. Denota algo admirable: la vocación innata de los humanos de todos los tiempos a conocer todo lo que coexiste con nosotros: todos los seres, vivientes y no vivientes. Observarlos, admirarlos, reconocer lo que son y para qué nos pueden servir, crear el lenguaje (científico y técnico) para llamarlos, ponerlos a su servicio. “El adán poniendo nombre” significa la larga y asombrosa historia de las ciencias (“esto es”, “esto se llamará…”), y de las tecnologías (“esto nos servirá para…”). Fabulosa tarea, encomendada por Dios al ser humano. Preciosas canciones religiosas lo confiesan: “Crece cada día entre sus manos la obra de Tus manos”; “Tú te regocijas, oh Dios, y Tú prolongas en sus pequeñas manos tus manos poderosas; y estáis de cuerpo entero, los dos así creando, los dos así velando por las cosas”.
Desde los albores de la historia, he ahí el ser humano “poniendo nombres”. Haciendo ejercicio de su fabulosa inteligencia y de su libertad creadora. Con todo, en ello precisamente, vive una frustración: en sus más gratas experiencias con los demás seres, “no encontró una ayuda adecuada a él, una compañía digna de él”. ¡Toda una confesión! Convive con los demás seres; vive cierta comunión con ellos; pero no le bastan: no son de su nivel de ser, sentir, pensar. ¡Imposible vivir una comunión total con ellos!
A lo largo de centenares de miles de años, el ser humano se ha ocupado (y nos ocupamos como nunca) de los seres y energías de este mundo; ha creado mil profesiones. En ello desplegamos lo mejor de nuestra inteligencia y creatividad. Son una gran fuente de satisfacción y realización. Pero no me basta ocuparme de los seres o ser el mejor agricultor, zoólogo, ingeniero, informático..., si no hallo ese otro ser de mi talla humana, con el que vivir una comunión total. “El hombre se realiza a sí mismo en el encuentro amoroso con la mujer” (y viceversa). El amor de un hombre o una mujer me realiza más que el mayor éxito profesional (lo confesó el Premio Nóbel Severo Ochoa, al morírsele su esposa Carmen: sin ella, la vida ya no tenía sentido, a pesar de seguir profesionalmente muy activo y reconocido).
Ciencias, tecnologías, profesiones exitosas, niveles y oportunidades de vida envidiables… no le dan para encontrarse plenamente a sí mismo. No escapa de experimentar la frustración y el vacío. De niño y adolescente vive mil experiencias propias de esa edad: relación con sus padres, con amigos, estudios… Llega un momento en que su corazón le reclama encontrarse consigo mismo/a en un “encuentro especial con un ser especial”. ¡Por fin, la verdadera sorpresa, preparada por Dios para el ser humano! La mejor, la que más lo realiza. Nada como el amor de una mujer o de un hombre para llegar a ser lo que le falta y llenar su soledad.
Las ciencias y las tecnologías nos crean progreso. Una profesión nos aporta éxito, dinero, status e imagen social, nivel de bienestar… ¿Suficiente? Lo que dice la biblia es una acerada crítica contra todo hombre o mujer moderno que sobrevalora su trabajo, o su coche, o su perfume, o su estampa social… como más importante que el amor de los suyos. Anhelar y hallar un “tú” humano es más vital que ocuparse de los demás seres de este mundo. El gerente de una multinacional de cien mil empleados puede sentirse exitoso; pero lo mejor que puede hacer es dejarse amar por su mujer y los suyos y amarlos: ¡lo más sabio y colmante! El ser humano es más que inteligencia racional para investigar y organizar este mundo, más que brazos para trabajar, más que pies para correr. Es, ante todo, corazón y relación honda. “No es bueno que el hombre esté solo; voy a proporcionarle una ayuda adecuada”, un ser nuevo y singular para él.
No me basta realizarme a nivel de tareas, de seguridad económica con bien surtida cuenta corriente en el banco, de envidiable estampa social… ¡Más importante ser amado/a que ser admirado/a, que ser triunfante, que ser poderoso. Más humano realizarme en comunión con otro “yo” que con un “algo” (máquinas, tareas…). ¡He ahí mi corazón, creado para vivir una comunión total con un tú!