“Al principio, creó Dios el cielo y la tierra… Dijo Dios: exista la luz; exista el firmamento, con sus lumbreras: el sol, la luna, las estrellas. Exista la tierra, con sus semillas y sus árboles de muchas especies. Exista el mar y el aire, con sus seres vivientes: peces, aves, de muchas especies, y se multipliquen. Produzca la tierra seres vivientes según sus especies: animales domésticos, reptiles y fieras…
Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza; y lo creó a su imagen, hombre y mujer lo creó. Y los bendijo Dios: creced, multiplicaos, llenad la tierra, sometedla.
Y Dios fue viendo que todo era bueno y bello… Esos son los orígenes del cielo y de la tierra, cuando fueron creados”
(Génesis 1,1-2,4).
Te recomiendo leer entera esta primera página de la biblia. Déjate sobrecoger por la misma, aunque te nazcan preguntas y dudas. Página soberbia: un Dios soberano poniendo en marcha el universo; le basta decir “hágase, exista”, y como por arte de magia, van emergiendo los seres; primero, los grandes espacios (cielo – tierra - mar); luego, los va decorando: con el sol, la luna y las estrellas el firmamento; y poblando de peces el mar, de aves el aire, de animales la tierra. He ahí los seres “según sus especies”: en su peculiaridad y en su inmensa pluralidad. Y algo más admirable: con “sus semillas”: con su maravilloso potencial de multiplicación de vida. Al final de todo, su obra cumbre: “hagamos al ser humano”, como pareja de varón y mujer, con la misión de multiplicarse, de llenar la tierra y someterla. Y hasta siete veces) dice: “vió Dios que era bueno y bello”; Dios parece complacerse en sus obras, como unos padres en su recién nacido, o el artista al acabar de esculpir su imagen (como Miguel Ángel ante su “Moisés”).
Muchos, creyentes y no creyentes, se sienten incómodos ante esta página: ¿concuerda lo que dice con las ciencias? (astrofísica, cosmología, biología molecular…). He aquí algunos datos muy elementales… Hasta mediados del siglo XX prevalecía la hipótesis de que el universo es eterno, estacionario, sin comienzo ni fin. ¿Pero puede existir algo porque sí, sin algo o alguien que explique su existencia? Hacia 1930, un astrofísico belga, George Lemaître, sacerdote, propuso la teoría del BIG BANG: el universo habría comenzado a existir con la “Gran Explosión” de algo infinitamente pequeño; en su imparable expansión a velocidades de vértigo, ha llegado a tener las dimensiones inconmensurables actuales. Explosión ocurrida hace 13,810 millones de años (Agencia Espacial Europea, 2013). En su expansión, ha ido generando miles de millones de galaxias, con miles de millones de estrellas (y planetas) cada una. En una de ellas, la Vía Láctea, se originó “el sistema solar”, hace 4.500 millones de años. Y en uno de sus planetas, nuestra “tierra”, un polvillo cósmico, hace 3.800 millones de años, acaeció otra gran novedad: la materia inerte comenzó a convertirse en vida. Al principio, bacterias microscópicas; luego, especialmente desde hace 700-500 millones, en formas de vida complejas y mayores (vegetales, peces, aves, mamíferos…); por fin, el ser humano, probablemente hace dos millones de años: ¡el ser vivo más logrado!
El BIG BANG se ha impuesto entre los científicos como la “hipótesis más plausible”. Apoya indirectamente lo que dice Génesis 1: antes del BIG BANG, ni siquiera había “un antes”: no existía ni el tiempo ni el espacio. Lo que plantea cuestiones inevitables: ¿cómo arrancó el universo?, ¿por qué y para qué existe?, ¿es buena la realidad o es absurda?, etc… Cuestiones muy antiguas y muy actuales. Científicas unas, filosóficas y religiosas otras, muy relacionadas entre sí. Científicos y pensadores son hoy día más modestos y humildes, como A. Einstein: aunque el hombre viva millones de años, no podrá responder nunca a estas cuestiones. Muchos hablan de Alguien, de un Ser Supremo, de una Fuente originaria... Destacaría a Anthony Flew, célebre ateo durante décadas: un largo diálogo con las ciencias y su gran honradez le han llevado a confesar: solo Alguien divino ha podido ser el origen de todo; es la explicación más lógica; no se ve otra (…).
Pero al leer Gen 1, hay que ir más allá de un planteamiento científico… Es página escrita por un autor judío hacia los años 550-500. No hace ciencia, sino invitación a la fe, en forma de himno religioso. Para él, no hay duda: es Dios quien ha creado este mundo, con su inabarcable riqueza de seres. Ha creado especialmente al ser humano, en forma de pareja, para que transmitan vida, una vida recibida, y gobiernen para su propio bien los recursos de la tierra. En Gen 1, Dios actúa como actor protagonista único; el ser humano aparece aún pasivo. Pero Dios ha puesto en marcha el mundo, con su autonomía, sus recursos, sus dinamismos de vida. Ha creado “el escenario con otros actores”. Va a comenzar “el drama teatral”, con el ser humano como actor destacado. Se nos asoman inquietantes interrogantes: ¿cómo actuará?, ¿se pondrá contra su creador?, ¿abusará de los seres encomendados a su gobierno?, ¿sabrá vivir su libertad como libertad responsable de sí mismo y de los demás seres? (dejemos colgadas las preguntas…).
Toca destacar un punto más en Gen 1… Una y otra vez va diciendo: “Vio Dios que era bueno y bello”. ¿Pero todo bueno en este mundo?, ¿está bien diseñado?, ¿no contiene mucho de “caos”?, ¿bien diseñados el cuerpo y el corazón humanos para que pueda ser feliz y justo?, ¿de dónde el mal, el sufrimiento, la maldad humana, la violencia, la muerte? Dejemos también planteados estos graves interrogantes de nuestro corazón: ninguna página responde a todos; nos dará para mucho; quedan para las siguientes páginas de Génesis y otros libros de la biblia. Nos ceñimos a Gen 1. Su autor propone su fe en la bondad de Dios creador y en la bondad de todo lo creado a sus compaisanos judíos del siglo VI en el momento más crítico de su larga historia. Sucesivas desgracias (guerras, destrucción de la capital Jerusalén, caída de todas las instituciones, muertes sin número, deportaciones, pérdida de su libertad y de su tierra…) lo han dejado herido en su corazón. Lo peor, la pérdida de toda esperanza! Muchos han perdido la fe; otros se debaten.
¡Todo un atrevimiento el del autor de Gen 1! Con esta página, venía a decirles: tenemos razones para sentirnos abandonados y defraudados por Dios y pensar mal de Él, de la vida, de todo... Con todo, desde la crudeza de nuestra existencia, pensemos bien de Dios, de toda realidad, de todo lo que existe. Todo es bueno: la luz y la oscuridad, el día y la noche, el sol y la lluvia, el calor y el frío, el corderillo y el león; buenos especialmente vosotros, seres humanos. Dios no tuvo malas intenciones al crear el mundo, ni las tiene ahora; a pesar de todo y en medio de todo, amemos la vida, aunque la sintamos herida y con futuro incierto: es buena, aceptemos vivirla, busquemos su sentido, llevémosla a más con esperanza. Nos pide hacer historia en este mundo hiriente. No es necesario que os expliquemos el universo con todos sus enigmas: fiaos de vuestro Dios, por desconcertante que nos parezca. Vivamos confiados en Él y en nosotros mismos. Nada es perfecto (¡tendría que ser Dios!), pero no por eso es malo. El universo con sus seres, leyes y fenómenos no es perfecto, pues no está acabado; Dios lo sigue queriendo y recreándolo.
Gen 1 es una página de invitación a la confianza y a la esperanza en Dios y a ser actor en la historia. Por el solo hecho de existir, todos los seres llevan el sello de bondad, impreso por Dios. Y todo lo deficiente espera y anhela su momento para llegar a ser bueno.
Campo de concentración en Praga (1942): judíos condenados a muerte se ponen de repente a tocar y cantar la pieza de Smetana: “¿Por qué no deberíamos alegrarnos todos?”. Es lo que sugiere Gen 1: existe el mal, el sufrimiento, inmensos problemas no resueltos… Y con todo:
Se puede tener mirada positiva sobre todo, amar la vida, buscar sentido a cada momento de la misma, hacer fiesta, amar y hacerse amar… “Me impresiona mi padre: es capaz de reír y cantar en medio de los mayores problemas” (Gloria P.).
Se pueden vivir el asombro contemplativo ante el cosmos y sus maravillas, solidaridad y respeto a la creación, vivir el doble sentimiento de pequeñez y de grandeza, disfrutar del mundo sin pretender que sea un cielo, alimentar esperanza en el ser humano…
Como Etty Hillesum, joven judía holandesa: comparte con millares de judíos condiciones de vida infrahumana en el lodazal del campo de concentración nazi (hambre, humedad y frío, presencia de niños hambrientos o abandonados, destino Auschwitz): “Aun así la vida me parece hermosa y llena de sentido…; la vida es bella y valiosa…, también en estos tiempos…; aquí, en los barracones, llenos de gente aterrorizada y perseguida, he encontrado la confirmación de mi amor a la vida”.
Y si eres creyente, el ser creado significa que Dios te dice: “creo en ti, espero en ti”.
Y que, en medio de todo y a pesar de todo, puedes tener mirada positiva de Dios: es de fiar. Su Luz brilla en nuestras tinieblas: “Creo, Señor, en tu Luz más que en mis tinieblas; creo en tu Luz desde mis tinieblas” (Roberto N.). Lo que existe, ha salido de su corazón. Y nada sucede fuera de Él. Leer Génesis 1 es decir “SÍ” a mi propio ser y a mi vida, amar mi existencia al comienzo de cada día, en las fases difíciles, en las situaciones penosas; y decir “sí” al otro hombre o mujer, a sus derechos, a su felicidad y desarrollo.
Más, leer Génesis 1 es participar del gozo de Dios en sus criaturas, sentirte agradecido a Él, fundamentar tu existencia en Él en medio de tus vaivenes e incertidumbres. “Ateo es aquel que, sintiéndose agradecido, no sabe a quién dar gracias”, dijo el gran escritor inglés Chesterton. Creyente es aquel que sabe a quién cantar agradecido.
Se dice que el mayor vive de recuerdos. Los cuenta a los jóvenes, casi siempre son lejanos, o al menos no recientes. Pertenecen a su historia, la han marcado, y como ahora está perdiendo memoria sobre el presente, puede quedar fijado en el pasado, sin futuro.
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La sabiduría no está en crear nuevos proyectos. Algunos serán necesarios, pues todavía tenemos mucho que dar. El problema es más hondo: hemos dejado de tener ilusiones.
Hace años, en la crisis de realismo de la segunda edad, leí esta frase: “Se pierden ilusiones, se mantiene la ilusión”. Señal de madurez, de crisis bien resuelta. En la tercera edad hemos de decir: “Se pierden esperanzas, se mantiene la esperanza”.
La esperanza está en el corazón, es más honda que los objetivos que nos proponemos. Es una actitud vital que, paradójicamente, nos libera de proyectos y, sin embargo, mantiene vivo el espíritu, siempre abierto al futuro.
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Cuando nuestras esperanzas se desvanecen, nos volvemos a las promesas de Dios. Nos da tantos motivos de esperanza… Lo que promete no depende de nuestras capacidades, sino que está hecho a su medida, al Dios que transforma el desierto en vergel, nuestra pobreza en riqueza insospechada, nuestra vida mortal en plataforma de la vida eterna.
Se trata de la esperanza teologal. Ésta se alimenta de sí misma, del hecho de esperar en Dios, sin más. Esperanza en cuanto relación, desnuda y libre.
Y es que el objeto de nuestra esperanza cristiana es Dios mismo, nada que sea menos que Dios.
¡Cuántas esperanzas han tenido que caer para que ahora, en la tercera edad, sea Él nuestra esperanza!
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Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas.
Me hiciste pasar por peligros;
de nuevo me darás la vida,
y yo te daré gracias por tu lealtad.
Sal 71