Jose Luis Elorza, ofm
Después Dios pensó: No es bueno que el hombre esté solo; voy a proporcionarle una ayuda adecuada…
Y el hombre fue poniendo nombre a todos los ganados, aves del cielo y bestias salvajes, pero no encontró ninguno de su nivel de ser.
Entonces Dios hizo caer al hombre en un letargo. Y mientras dormía, le sacó una costilla y llenó el huecao con carne. Después, de la costilla Dios formó una mujer, y se la presentó al hombre. Entonces este exclamó: Ahora sí; he aquí alguien que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Por eso, se llamará ´varona`, porque del ´varón` ha sido sacada.
Por esta razón, deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer; y los dos se hacen uno solo (Génesis 2,18.20-24).
He aquí una de las páginas más sugerentes de la biblia. ¿Relato machista? Así lo consideran muchos, ¡por desgracia! Por de pronto, ¿podía la biblia no hablar de una realidad tan humana, real y universal como la sexualidad humana? ¡Fuente de felicidad colmada para muchos/muchas! ¡Y ámbito de abusos y decepciones para tantos y tantas!
El autor de Gen 2 sigue usando un lenguaje mítico-simbólico: ¡el mejor para hablar de realidades misteriosas, gratuitas, insondables! Y está seguro: es Dios quien ha querido una condición sexuada para el ser humano: lo ha querido como varón y mujer; y con ello, su mutua atracción hasta el abrazo sexual. “No es bueno que el ser humano esté solo”. Al crearlo, no lo ha querido ni solitario, ni asexuado (ni masculino ni femenino). A lo largo de su vida, le hace vivir mil otras experiencias: comer y beber, trabajar, sorprenderse y gozar ante mil realidades, sentirse libre, responsable y capaz de investigar y crear ciencias y tecnologías (“poner nombre a los seres”)... Vive experiencias de encuentro: con la hermana-madre naturaleza, con los animales de toda clase, con los padres, amigos… Al vivirlas, le realizan, se halla relativamente en ellas. Pero echa en falta algo: “no encontró una ayuda adecuada para sí”, un ser de su nivel con el que colmar su anhelo de comunión colmada.
De niño y de joven, el ser humano se prepara para la vida. Y adquiere una profesión, halla su puesto de trabajo, logra quizás éxitos e imagen social… Pero ni los seres ni las tareas acaban de llenar su corazón. Tarde o temprano, su interioridad (¡algo peculiar del ser humano!) echa en falta “un algo más”. Mejor dicho, “un alguien” que le llegue al fondo de su ser. No algo para su inteligencia, ni para ocuparse de algo, sino alguien para su corazón: para colmar su dimensión afectiva y sexual. Su soledad indigente (“el hueco de su costado”) anhela un “tú” personal: con él podría vivirse como intimidad compartida con otra intimidad. Más aun, anhela vivir su vida entera como una historia de amor. “El ser humano, hombre o mujer, se realiza en una historia de amor con una persona del otro sexo”.
El autor bíblico (al igual que los poetas, novelistas, cineastas), emplea un lenguaje lleno de simbolismo:
“el sueño profundo, el letargo” simboliza una gran verdad: las realidades esenciales las recibimos como regalo. Comenzando por la vida: ni el primer hombre Adán ni nosotros la hemos podido ni siquiera pedirla: la recibimos. Y el amor: anhelamos poder vivirlo con un tú; puedes incluso piropear a “la mujer de tu vida” o tratar de enamorar “al hombre de tu vida”. Pero, al fin, depende de ella/de él. Ella/él se te entrega y regala… o no. No se tiene derecho a ser amado, no se merece el amor, ni se compra, ni se conquista por la fuerza. Te llega como sorpresa y don, y lo gozas y lo agradeces infinitamente.
“La mujer, extraída del costado del hombre”, deja un hueco en él. Manera gráfica de decir dos grandes verdades: primero, la mujer es de la misma dignidad que el varón, de su mismo nivel de ser, igual a él. Y segundo, sin ella, a él le falta algo de sí mismo. Y ella, a su vez, se hallará a sí misma cuando ocupe, en abrazo de amor, el costado de donde fue extraída: ¡es su lugar!
“Dios se la presentó al hombre”. He ahí a este, sin poder creérselo. Gratamente sorprendido ante este ser inesperado, fascinante, enamorante, tanto tiempo soñado: “hueso de mis huesos, carne de mi carne”. La experiencia cumbre de mi vida, más honda que todas las anteriores. Descubrimiento, estupor extasiado, ojos admirativos ante “la mujer”. Un “tú” más colmante que mi profesión, que mis éxitos, que los animales, que mis propios padres. Ella llenando mi vacío, “el hueco” de mi costado. “¡Qué maravillosa eres! ¡Especial, única, incomparable! Sin ti, no puedo vivir, no puedo ser yo mismo; solo en ti me encuentro a mí mismo” (Roberto G.).
¿Hay mejor lenguaje para hablar de lo que los modernos llamamos “atracción sexual”, “enamoramiento”, “abrazo de amor”, etc…? Sucedan de un modo de otro, tu corazón queda prendado y prendido. ¿Versión machista? Allí donde hay fascinación, corazón y mirada seducidos por la belleza femenina (más que de su cuerpo), no hay machismo. Es versión masculina: la vivida y contada por un varón. ¿Sería muy diferente la versión en mujer? “Me sentí mujer al saberme amada por Luis”, confesaba Tere R.
Para terminar, preguntas para pensarlas:
La sexualidad no es algo perverso, ni sospechoso, ni una trampa en la que caes. Juntamente con la vida, es el mayor regalo de Dios. Puede dar mucho de sí. Pero ¡regalo delicado! Por ser precisamente tan honda y preciosa, ¿no está expuesta a decepciones y rupturas?
El ser humano, varón o mujer, abierto al “tú” del otro sexo, ¿no está abierto al “Tú” de un Dios amor? Quizá llevamos en nosotros un “hueco” que solo Él lo puede llenar. El encuentro más profundo y colmante de todo hombre o mujer, ¿no se da en el encuentro con el Tú de Dios?
La sexualidad (lugar de encuentro con un “tú humano”) y la religiosidad (encuentro con el “Tú de Dios”): dos dimensiones del ser humano extraordinariamente ricas: humanizan y colman el corazón humano. Con todo, ¡qué peligrosas ambas! ¡Qué expuestas a las peores expresiones y modos de ser vividas! Aberraciones, abusos de poder, banalización, degradación… En el pasado y en el presente. ¿Cómo educar el corazón para vivir ambas dimensiones en su riqueza, belleza y hondura?
Y una pregunta antropológica y existencial: ¿qué es más importante: ser libre o ser amado y amar?