Jose Luis Elorza, ofm
Después, de la costilla que había sacado al hombre, Dios formó la mujer, y se la presentó al hombre. Este exclamó: Ahora sí; he aquí alguien que es hueso de mis huesos y carne de mi carne… Por esta razón, deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo. Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer; pero no sentían vergüenza el uno del otro (Génesis 2,22-25).
La experiencia de la desnudez, ¿no es una de las más profundas que pueda vivir el ser humano? Y universales: la desnudez inocente del bebé con su madre, la desnudez pudorosa de los amantes entre sí, la desnudez confiada de los adultos con sus médicos y cuidadores. La razón de fondo en todos los casos: la confianza que nos inspira el otro y nos abre a él/a ella.
La desnudez física: símbolo de una transparencia total. El desnudamiento físico como la mejor expresión de mi desnudamiento del corazón. “Ante ti, desnudo-desnuda. ¡Cuánta confianza me inspiras!: contigo, puedo ser yo mismo/a, mostrarme tal cual soy, en cuerpo y alma, no necesito ocultarte nada; contigo, me siento amado/a, comprendido/a y aceptado/a en mi ser entero; cuando me miras con tanta ternura, cariño y respeto, me haces verme más bello/a; no me ultrajas, no me avergüenzas, no me reprochas; me llevas más allá de mí mismo/a… No necesito reservarme: te me entrego para recibirte y recibirme de ti”.
He ahí a dos amantes. Ambos invitándose a vivir la experiencia de la desnudez limpia y del abrazo íntimo, sin vergüenza ni culpa. ¡Mi desnudez, pura y vestida de ternura, ante tu desnudez, pura y vestida de ternura! Dos desnudeces viviendo su intimidad física, afectiva y espiritual. Estas dos a través de la primera. El sexo vivido como la mejor expresión de lo espiritual que anida en cada hombre y en cada mujer. Con palabras, sin palabras. Con miradas que desvelan la ternura limpia de sus corazones: sin ella, su desnudamiento físico sería degradarse o degradar a él/a ella.
Otro libro de la biblia, dedicado al amor apasionado de dos jóvenes, describe soberbiamente la experiencia de desnudez entre dos amantes: el Cantar de los Cantares (se ha dicho que es el mejor comentario de Gen 2,22-25). Ella, mirando el cuerpo de su amado; él, recorriendo maravillado el cuerpo de su amada con sus ojos (4,1-7; 5,10-16; 7,1-10). Ambos, con cariñosa complacencia.
Gen 2 y Cantar recogen la experiencia muy positiva de la sexualidad; no recogen su lado complejo, difícil, expuesto. He aquí dos grandes retos hoy día:
-Descubrir la belleza y riqueza de la sexualidad. Su experiencia auténtica radica en el corazón. ¿No hay que unir inseparablemente sexualidad y afectividad? ¿Educar el corazón para el amor y la ternura? Solo entonces toma libertad en mil expresiones físicas. Aprender a dirigir la mirada hacia el misterio y la interioridad de uno mismo/una misma y de las personas del otro sexo: he ahí el gran reto de nuestra sociedad que nos invita a no pasar del placer inmediato y superficial. ¿Se puede superar de otro modo la violencia de género y el machismo?
-Y mantener en el día a día la llama del amor. El gran reto de toda pareja para superar la rutina. El reto de buscar un diálogo de confrontación y revivir los “momentos y lugares privilegiados de cielo”.
Un no creyente se asombra, sin poder explicarse: ¿de dónde precisamente a mí esta fabulosa experiencia?, ¿de dónde esta maravilla, tanta belleza y felicidad compartidas?, ¿a quién se lo agradezco? Un creyente se lo agradece infinitamente al Dios creador de toda bondad y belleza: “¡Qué bien has hecho, Señor, algunas cosas, como este amor que vivimos!”. Y con la libertad que da la mutua impagable confianza, se entregan al abrazo desnudo, con sus antecedentes y sus consecuentes. ¡Lo insondable y maravilloso de este mundo, ¿no conduce siempre a un misterio mayor: Dios? He aquí retazos de una poesía orante (más larga) de Paco e Irene: saben unir cuerpo y alma, tierra y cielo, sensaciones muy humanas y fe agradecida en Dios.
¡Qué bien has hecho las cosas, Señor! ¡Qué bien las has hecho!
Nuestra desnudez, queriendo decirnos:
“soy todo en ti – soy para ti”.
Nuestra desnudez, regalo mutuo de nuestra intimidad:
solos, en delicioso y embriagante jardín escondido,
ocultos a toda mirada ajena y morbosa.
Ojos embelesados, miradas sin palabras.
besos de labios puros, abrazos de ternura envolvente,
manos acariciantes.
Tu cálido pecho acogiéndome,
tus brazos rodeándome,
tu reconfortante hombro reposándome.
¡Qué bien has hecho las cosas, Señor! ¡Qué bien las has hecho!
“Tú ante mí”, “yo ante ti”: en amor limpio y entero.
Reviviendo la desnudez inocente y maravillada de Adán y Eva.
- “Tú, mi espejo:
para mirarme en tus incomparables ojos: ¡me ves tan bella!,
para ser yo misma ante ti, cariño,
sin pliegues, sin defensas, sin dobleces.
-“¡Y yo ante ti, cariño! Sin secretos en el corazón.
Poder ser trasparente, ser yo mismo ante ti.
¡Como ante Dios!”.
¡Qué bien has hecho las cosas, Señor! ¡Qué bien las has hecho!
“Nuestro gozo colmado es tu gozo, Señor Dios.
Nuestra complacencia es tu complacencia,
creador de tanta belleza y hondura”.
“Llamarada divina”, “más fuerte que la muerte”.
Nuestro amor tiene algo de ti, Señor Dios:
Tú, el pozo manante de todo amor.
¡Cómo pagarte el regalo de esta maravilla:
¡embriagadora intimidad!, ¡deliciosa ternura!
¡Qué bien has hecho las cosas, Señor! ¡Qué bien las has hecho!
Dios creador de toda belleza y encanto:
Tú nos sueñas a los dos. Nos llevas en tu corazón.
Tú nos recreas cada mañana, nos descansas cada noche.
Tú nos invitas a reparar nuestras mediocridades.
Tú vuelves a regalarnos cada día el encanto de nuestro amor;
vuelves a complacerte en nuestra mutua complacencia.
¿Cómo devolverte nuestro amor, Señor?
¡Qué bien has hecho las cosas, Señor! ¡Qué bien las has hecho!