Javier Garrido, ofm
Nos pasamos la vida queriendo ser como Dios: teniendo la última palabra sobre nosotros mismos, persiguiendo la imagen ideal e intachable…
Ha llegado la hora de ser lo que realmente somos.
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Hemos luchado contra nuestras pobrezas, y resulta que son las que nos enriquecen.
La piedra de tropiezo, que nunca hemos podido superar, nos ha permitido conocer que el amor de Dios se complace en nuestra miseria.
La tendencia, mil veces repetida, a la vanidad, nos hace reírnos de nosotros mismos.
El miedo a desprotegernos para no sufrir nos ha dado conciencia de lo mejor que somos: niños indefensos.
Aquella etapa de desorden moral me permitió conocer la gracia salvadora de Dios.
La impotencia para perdonar al que me hizo la faena es ahora la luz que me desnuda ante Dios y el prójimo.
Aquel fracaso que me abrió nuevos horizontes para trabajar por el Reino.
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Sólo somos criaturas, no le demos vueltas. Pero criaturas amadas, dignificadas, acogidas como somos.
La palabra “criatura” lo expresa muy bien: por nosotros mismos, nada, pero pequeños tiernamente abrazados por nuestro Padre.
Y por gracia de Jesús y el don del Espíritu Santo: hijos e hijas.
Hermanos de Jesús, familia del Padre que está en los cielos, transformados por el Espíritu Santo con vida de Dios.
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A nuestra edad, nuestra casa es la finitud: creada y redimida, con promesa de vida inmortal, a la medida de Dios, el único infinito.
¡Qué alegría poder exclamar: “Solo tú eres”!