Javier Garrido, ofm
Hasta que uno no puede valerse por sí mismo, es útil. Hacerse inútil antes de tiempo es mortal.
Lo malo es cuando creemos que somos inútiles porque no podemos hacer las cosas que hacíamos antes.
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Hay que tomar conciencia de las cosas útiles que podemos hacer (o descubrir lo importantes que son), por ejemplo:
- Escuchar a las personas que necesitan hablar.
- Aliviar a los que en casa están superocupados.
- Echar una mano en colaboraciones sencillas.
- Pasear con los nietos.
- Visitar enfermos.
- Comprometernos algunas horas en tareas parroquiales o en el voluntariado.
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El mayor necesita sentirse útil. Sólo el amor de fe, identificado con Jesús crucificado, le da libertad interior para asumir la inutilidad.
Así que, aprendamos a ser útiles mientras va llegando la hora de seguir a Jesús maniatado y conducido como “oveja llevada al matadero”.
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Se supone que, a nuestra edad, hemos descubierto que lo más útil no suele ser lo más valioso. Y por ello preferimos actividades que tengan que ver con lo gratuito y que atañen directamente a las personas.
¡A tanta gente le parece inútil la oración! Y lo es, si se trata de eficacia controlable a corto plazo.
¿Qué utilidad puede tener estar a la cabecera de un enfermo que ni siquiera puede hablar? Mirarle con cariño, cogerle la mano o refrescarle la boca con un poco de agua…