Javier Garrido, ofm
La capacidad de vivir distintas relaciones a distintos niveles es señal de madurez afectiva.
Porque uno es el amor de pareja, y otro el de los hijos, y otro el de la amistad, y otro el de la entrega al prójimo.
La relación con Dios no es una entre otras, ni siquiera la más importante. Es única.
Como yo soy único para Dios.
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Cuando has vivido el amor de intimidad y de pertenencia con el Señor, te plantan en la hondura del corazón que sólo puede ser ocupado por el Señor.
Al principio, te resistes. Estás dispuesto a amar a Dios sobre todas las cosas, pero que alcance ese nivel, que no podrá ser habitado ni siquiera por la persona por la que entregarías tu vida…
Lo más inaudito es que experimentas que este amor es suyo, que Él se te entrega así, personalmente.
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Descubres entonces que la comunión de los santos, centro de la vida eclesial, se puede comparar perfectamente a las islas que se comunican por debajo.
La imagen te resulta extraña, porque tienes la impresión de que propugna una visión individualista de la Iglesia. Lo contrario: la imagen expresa que la Iglesia misma, en cuanto comunidad, precisamente, es vivida a distintos niveles.
La comunión “por debajo” significa que en la Iglesia se realiza la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Misterio sobrecogedor de la autodonación de Dios.
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Los frutos de esta soledad habitada:
Quién es Dios y quién soy yo.
Que todo amor humano de pertenencia es mediación para el único amor de pertenencia radical, el de Dios.
Amor desapropiado al prójimo.
La nostalgia irrefrenable del cielo, en el que ya no habrá soledad, pues todos seremos uno en la comunión del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.