Fr Patxi Bergara, Franciscano
“Deseo que la celebración del centenario de Maximum Illud, (…) sea un tiempo propicio para que la oración, el testimonio de los santos y mártires de la misión,(…) ayuden a evangelizar, en primer lugar, a la Iglesia, para que ella, -renovada la frescura y el ardor de su primer amor por el Señor crucificado y resucitado-, pueda evangelizar en el mundo con credibilidad y eficacia evangélicas”.
Con estas palabras dirigidas a la Asamblea General de las Obras Misionales Pontificias el 3 de junio de 2017, el Papa Francisco recordaba el testimonio de los muchos misioneros que dieron su vida por el Señor Jesús.
Veintinueve misioneros fueron asesinados durante 2019 en veinte países diferentes: dieciocho sacerdotes, un diácono permanente, dos religiosos no sacerdotes, dos religiosas y seis laicos. Este es el balance presentado el día 30 de diciembre del año 2019 según viene siendo tradicional por la Agencia Vaticana Fides a final de cada año.
Muchos misioneros murieron en contextos de pobreza donde la violencia es continua y el Estado demasiado debilitado. En muchos casos estos asesinatos no son una expresión directa del odio a la fe, sino que responden a un programa de “desestabilización social”. “El sacerdote y las comunidades parroquiales promueven la seguridad, la educación, los servicios de salud y los derechos humanos de los migrantes, de las mujeres y de los niños”, explicaba el director del Centro Católico Multimedia de México, el padre Omar Sotelo. La Iglesia local es, de hecho, “una realidad que ayuda a las personas y se pone así en competencia directa con el crimen organizado”, que sabe que eliminar a un sacerdote es mucho más que eliminar a una persona, porque desestabiliza a toda una comunidad. Así se instaura una “cultura del terror y del silencio, que favorece la corrupción y permite que los cárteles trabajen con libertad”.
Algunos de los asesinatos deben leerse desde esta perspectiva, como el del padre David Tanko, asesinado en Nigeria cuando iba a mediar en el acuerdo de paz entre dos grupos étnicos locales en conflicto durante décadas; o el bárbaro asesinato de una religiosa anciana en la República Centroafricana, la hermana Inés Nieves Sancho, quien durante décadas enseñó a niñas y jóvenes a coser y a aprender un oficio; o la historia del hermano Paul McAuley, hallado sin vida en la comunidad estudiantil de La Salle, en Iquitos (Perú), donde se dedicaba a la educación de los jóvenes indígenas.
El reconocimiento de la Iglesia
Los misioneros asesinados que alcanzaron el reconocimiento del martirio en este año 2019 por parte de la Iglesia son la punta del icebeg de este calvario.
Mons Enrique Ángel Angelelli, obispo de La Rioja (Argentina); Carlos de Dios Murias, franciscano conventual; Gabriel Longueville, sacerdote misionero fidei donum; y el catequista Wenceslao Pedernera, padre de familia. Todos ellos beatificados el 27 de abril de 2019. “Fueron asesinados en 1976, durante el período de la dictadura militar caracterizado por un clima político y social turbulento, que también tenía claros tintes de persecución religiosa”, indicaba el Cardenal Angelo Becciu en la homilía de beatificación, recordando que se dedicaron a “la promoción de los estratos más débiles, a la defensa de su dignidad y a la formación de las conciencias en el marco de la doctrina social de la Iglesia”.
El 19 de octubre fue beatificado el padre Alfredo Cremonesi, misionero del PIME. Asesinado por odio a la fe el 7 de febrero de 1953, en Myanmar (Birmania), donde había pasado 28 años de misión. “Fue precisamente su caridad lo que lo llevó a ofrecer su vida para defender a su pueblo. Es una bella figura de la vida sacerdotal y religiosa, un misionero que ha consumado su existencia en el don de su propia vida. Totalmente dedicado a Dios y a la misión evangelizadora, su existencia se la ofreció a su pueblo, con quien había querido compartir la condición de pobreza, renunciando incluso al más mínimo privilegio”, subrayaba el cardenal A. Becciu.
“Un mártir, un excelente educador y defensor evangélico de los pobres y oprimidos que se convirtió en uno de nosotros y dio su vida por nosotros”. Así describía el cardenal José L. Lacunza, al hermano estadounidense el Escolapio James Alfred Miller, asesinado en 1992, durante la beatificación que presidió el 7 de diciembre en Guatemala.
El padre Emilio Moscoso Cárdenas, jesuita, es el primer mártir de Ecuador. Asesinado el 4 de mayo de 1897, durante la Revolución Liberal de fuertes connotaciones anticlericales que sacudió el país. “Su testimonio es actual y nos ofrece un mensaje significativo: el martirio no es improvisado, el martirio es el fruto de una fe arraigada en Dios y vivida día a día. La fe requiere coherencia, valor y una capacidad intensa para amar a Dios y al prójimo, con el don de uno mismo”, aseguraba el cardenal A. Becciu durante la ceremonia de beatificación que presidió el 16 de noviembre en Riobamba.
El arzobispo de Rouen, Mons Dominique Lebrun, concluyó el 9 de marzo la fase diocesana de la causa de beatificación del padre Jacques Hamel, asesinado en la mañana del 26 de julio de 2016 mientras celebraba misa en la iglesia de Saint Etienne du Rouvray, en Normandía, por dos hombres del autodenominado Estado Islámico.
El 23 de marzo, en Mozambique, finalizó la fase diocesana del proceso de beatificación de un grupo de 23 catequistas laicos y sus familias, asesinados por odio a la fe el 22 de marzo de 1992. Participaban en un curso de formación en un Centro Catequético Diocesano, cuando la guerrilla atacó el centro llevándose a hombres, mujeres y niños. Los rebeldes los alejaron a unos tres kilómetros del Centro, y tras un violento interrogatorio fueron asesinados.
El 21 de junio se abrió la primera causa de canonización de la Iglesia en Burundi. Se trata de dos misioneros Javerianos italianos: el padre Ottorino Maule y el padre Aldo Marchiol, quienes junto con la voluntaria laica Catina Gubert fueron asesinados en la parroquia de Buyengero el 30 de septiembre de 1995.
El padre Michel Kayoya, fue asesinado el 17 de mayo de 1972 en Gitega. Cuarenta seminaristas fueron asesinados el 30 de abril de 1997 en el seminario de Buta.
El 5 de septiembre comenzó en Zimbabwe la causa de beatificación del misionero franciscano seglar británico, John Bradburne, quien dio su testimonio de fe en medio de los leprosos de Mutemwa. “No había medicinas, ni ropa, y la gente tenía hambre. Se ocupó de las necesidades de todos: alimentar a las personas, lavarlas y curar sus heridas”, recuerdan los que le conocieron. En 1979, estalló una disputa con los habitantes de la aldea cercana. Bradburne se ofreció a mediar, pero fue acusado falsamente de espionaje y después de negarse a abandonar Zimbabwe fue secuestrado y asesinado en un camino.
Fte.: Agencia Fides 30,12,2019