Galo Bilbao
La cárcel también es un lugar de presencia de Dios y de experiencia de fe. El testimonio real que presentamos a continuación así nos lo demuestra.
El mal cometido
«He sido un hombre educado en todas las facetas de mi vida por unos padres creyentes que siempre me inculcaron la humildad y generosidad, así como ser persona cariñosa; trabajador incansable, amigo de mis amigos, buen esposo y padre. Sin embargo, un maldito “agujero negro” en mi cabeza me llevó a la destrucción de mi familia, entorno y mi propia vida hecha añicos. Todavía después de cinco años no logro una respuesta a mi sinrazón».
Primeros días: Renegar de todo
«Cuando reniegas de algo, buscas a qué o a quién culpar de tu desvarío y entre otras causas crees que Dios podría haber evitado el desastre.
Poco a poco, empiezas a darte cuenta de que el único responsable de lo ocurrido eres tú mismo, comienzas a asumir tus actos y comprendes que ese Dios del que renegabas, no es culpable de nada, y sin darte cuenta le ruegas perdón y suplicas su ayuda».
Ansiedad
«Tal vez (esta vez sí) interviene Dios para iluminarte y uno se plantea lo siguiente: Si me quito la vida ¿cómo pago por mis actos? Debo sufrir lo indecible por ello y la huida sería un acto cobarde. Purgaré lo que sea menester para compensar mi loco desvarío, mientras mi vida aguante.
Como buen cristiano que me educaron, pasados los momentos débiles, poco a poco he vuelto a reconciliarme con Dios y todo aquello en lo que siempre he creído, acudo asiduamente a la Eucaristía y procuro participar en las celebraciones».
Serenidad
«Es curioso, he observado durante mi estancia que a todos ocurre lo mismo, nadie dice creer y sin embargo en casi todas las celdas, en lugar privilegiado, siempre hay imágenes de Jesús y de la Virgen, así como algún santo compartiendo espacio con las fotos queridas. Es común oír plegarias a Dios o la Virgen por parte de los internos suplicando ayuda y perdón.
Debo resaltar otra de las grandes ayudas tanto espirituales como materiales por parte de la Pastoral Penitenciaria. La labor abnegada de voluntarios y clérigos en favor de los presos es como una bocanada de aire fresco que oxigena nuestra mente y nos da vitalidad».
Enfermedad
«De repente, sin aviso previo, comienzo a sufrir una dolencia física que, en principio, no revestía importancia, pero con el paso de los meses y, tal vez por una atención hospitalaria deficiente, deriva en gangrena y más tarde en las amputaciones de pierna izquierda, primero, y luego, de la derecha. Es incalificable el sentir interno de todo lo pasado y presente: dolores terribles, sensaciones de impotencia al verte inválido. Por muy dura que sea la realidad que estoy viviendo, sin embargo, me resigno a la suerte y acepto este martirio como parte del pago por mi disloque mental. No me he quejado ni me quejaré jamás por esta desdicha. No puedo hablar más de mis intervenciones quirúrgicas, sin agradecer el apoyo recibido por personas llenas de bondad que me han visitado repetidas veces cuando me encontraba convaleciente de las distintas amputaciones».
Cambio de centro penitenciario
«Mi integración ha sido rápida. Por supuesto, acudo a la eucaristía cada semana y también me relaciono con la gente de Pastoral Penitenciaria. En fin, he retomado mi amistad con Dios y ello me inspira energía para sobrellevar tantas vicisitudes sufridas».
Conclusión
«Pues bien, que nadie se crea libre de nada y, si no, como dijo Jesús: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
También les diría a tantos y tantos que se confiesan ateos que, a buen seguro, en situación extrema, como es la cárcel, su pensamiento cambiaría y se arrugarían implorando a Dios que les cambie el destino. ¡Humanicemos las cárceles!».