Xabier Etxeberria
El arrepentimiento sincero y coherente es decisivo para superar la culpabilidad moral, pero encuentra su plenitud cuando se imbrica con el perdón recibido. Dos relatos evangélicos ofrecen pistas significativas sobre esta cuestión.
El relato de “la pecadora pública” (Lc 7,36-50)
El fariseo Simón invitó a Jesús a comer. Ya sentados en la mesa –todos varones-, se presentó una prostituta y, con gesto inaudito, “se puso detrás de Jesús, junto a sus pies, y llorando comenzó a bañar con sus lágrimas los pies de Jesús, y a enjuagárselos con los cabellos de la cabeza, mientras los besaba y se los ungía con el perfume”.
Simón, incómodo e indignado, pensó: “si fuera profeta sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando, una pecadora”. Jesús, intuyendo su pensamiento, le preguntó: si a un prestamista uno le debe 500 denarios y otro 50, y, viéndolos insolventes, les perdona a ambos, ¿quién le amará más? Simón reconoce que aquel a quien se le perdonó más. Entonces, Jesús, “volviéndose a la mujer”, aplica la miniparábola a la situación. Frente a los fallos de Simón en su hospitalidad, resalta la intensa, cálida y humilde acogida de la mujer, para concluir: “te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdona poco mostrará poco amor”. Se dirige luego a la mujer, delante de todos: “Tus pecados quedan perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz”.
Amor de perdonada
Los expertos dicen que, además de las prostitutas de los burdeles en las ciudades –esclavas controladas por esclavos-, había prostitutas callejeras –como la del relato-, en general de las aldeas, casi siempre mujeres repudiadas, viudas empobrecidas o jóvenes violadas. Hoy diríamos: mujeres socialmente empujadas a la prostitución, por tanto, decididamente víctimas, por partida doble: por tener que ejercer la prostitución y por pasar a ser no solo marginadas, sino manchadas que manchan lo que tocan. La mujer del relato, de todos modos y en su contexto, incluso si era consciente de su opresión, se sentía pecadora. Supo de Jesús, supo que Jesús quebrantaba las leyes de la pureza, manchándose con ello, para acogerlas; quizá le había escuchado entre la gente en alguna ocasión y le había conmovido. Y, rompiendo todo prejuicio social, se le acercó del modo como lo hizo, culminando así su proceso interior.
En esta mujer se hacen una especie de unidad inescindible el arrepentimiento sentido y la conciencia de verse perdonada. Aunque el primero es muy intenso, Jesús testifica la segunda: es del sentirse perdonada de donde brota decididamente su amor, es ese sentirse perdonada lo que da a su arrepentimiento todo su potencial liberador de la culpa. No es perdonada porque ama y “mereciera” así el perdón (el perdón como tal es gratuito siempre), ama porque se abre a ser amada con el perdón (“tu fe te ha salvado”). Y se siente tan inmensamente perdonada-liberada que su amor agradecido es igualmente inmenso.
No es fácil la proyección secular de este relato, pues es muy decisiva en él la experiencia de la mujer de sentirse perdonada no por sus potenciales víctimas (desde este punto de vista es ella la víctima a la que debería dirigirse el arrepentimiento de sus victimadores) sino por Jesús, y perdonada de lo que ella experimenta como pecado ante Dios, lo cual nos sitúa en marcos religiosos. Pero no deja de haber aspectos relevantes a nivel secular, entre los que destaco –junto al de que el perdón es gratuito- este: la liberación más plena de la culpabilidad en la persona, sea en ámbitos intersubjetivos o cívicos, se da cuando se logra esa imbricación entre arrepentimiento sentido y expresado “a su modo”, y perdón recibido. Entonces tiene pleno alcance lo que dice Jesús a la mujer en la conclusión del relato: “vete en paz”.
Nota sobre la parábola del fariseo y el recaudador (Lc 18,9-14)
Es una parábola en la que está implicado el perdón. Con ella, Jesús vuelve a ser provocador e interpelador, y a mostrar su predilección por los “malos” (recaudador frente a fariseo), y lo proclama ante todos, para sorpresa de todos. Situado en la perspectiva secular, solo quiero subrayar de la parábola algo que da luz sobre una afirmación de Jesús en el relato anterior: “al que se le perdona poco, mostrará poco amor”. Al fariseo se le perdona poco –nada- porque considera que en él no hay nada que perdonar, nada de lo que arrepentirse; se percibe tan autosuficiente que solo le cabe el amor a sí mismo. El recaudador, en cambio, consciente de sus múltiples faltas para las que anhela el perdón, se vacía de sí mismo y abre así un gran hueco interior en el que acoger el amor que se le ofrezca.