Fco. Javier Bergara, franciscano
En 2005, una pequeña comunidad de religiosas Cistercienses del Monasterio de Nuestra Señora de Valserena, Italia, se estableció en Siria, en una aldea maronita donde fundaron el Monasterio de Nuestra Señora Fuente de Paz.
Pocos años después de la llegada estalló la guerra, aunque esto no hizo desistir a las religiosas en su propósito de dar su testimonio en un país de minoría cristiana. Desde Azeir, la Hermana Marta Fagnani, Superiora del Monasterio nos relata su experiencia.
¿Cómo y cuándo nace esta iniciativa misionera a Siria?
Todo nació después del martirio de nuestros hermanos en Tibhirine (Argelia) el año 1996. Entonces, nuestra comunidad de Valserena en Italia, se preguntó si no había una llamada de Dios para continuar con este testimonio, y así nació esta fundación. En 2005 partimos 4 hermanas con destino a Alepo. Al principio vivimos en un apartamento durante cinco años y medio y, poco a poco, buscamos este terreno entre Tartus y Homs; un lugar muy sencillo, un pequeño pueblo, entre cristianos y musulmanes.
Nos trasladamos aquí en el 2010 y en el verano comenzó la guerra. Todavía el monasterio no está acabado. A la experiencia de encontrar a los hermanos musulmanes, se ha añadido el redescubrir la rica tradición monástica de las iglesias orientales, raíz de la fe cristiana y trasmisoras de la fe a nuestros países de occidente.
Numéricamente ustedes son una pequeña comunidad...
Sí, apenas somos seis hermanas. No es fácil pedir que vengan aquí en esta situación. Tuvimos algunas chicas que se han interesado por nuestra vida en este tiempo, pero no es fácil porque nos quedamos bastante aisladas por la guerra y nuestra espiritualidad monástica no es conocida. Aquí la idea de una consagración religiosa va unido a la idea de servicio, de actividad pastoral, de servicio eclesial a los pobres, por lo que el descubrimiento de una consagración monástica como algo que hoy puede dar sentido, gusto, vida y belleza a la vida es algo que tenemos que ayudar a que conozcan. Nuestra casa de huéspedes está cada día más solicitada así que, poco a poco, esperamos hacer vivir esta experiencia monástica a tantas personas como sea posible.
Viven en medio de un pueblo que sufre las consecuencias de una larga guerra ¿Cuáles son los sufrimientos que el pueblo sirio enfrenta hoy y cómo apoyan ustedes a la población?
La gente sufre mucho por las consecuencias de esta guerra con momentos muy difíciles. En este momento, lo que pesa son las consecuencias de estos diez años de guerra: la destrucción de estructuras, la falta de trabajo, el éxodo de muchos sirios. Y también la situación internacional; el hecho de que Siria está en el centro de realidades geopolíticas mucho más complejas que el conflicto local, animado y creado desde fuera de Siria, si bien apoyándose en situaciones de descontento internas. Hoy, una de las cosas que más pesa es la aplicación de sanciones internacionales que no afectan a los poderosos sino a la población; falta de medicamentos, de materias primas, de comercio...
Estamos asombradas por la capacidad de soportar, la capacidad de reacción y la fuerza de vida que hemos vemos en el pueblo sirio. Por supuesto, no sé hasta cuándo, porque en este momento es casi más difícil que en los años del conflicto bélico cuando existía la esperanza de que un día terminaría. La situación de estos dos últimos años ha traído falta de esperanza; es cada vez más difícil para nuestros jóvenes esperar, porque no se ve posibilidad de trabajo, de vida segura y digna.
Lo que más impresiona es el esfuerzo de los jóvenes por mantener esperanza en el futuro…
Nuestra cercanía al pueblo es, sobre todo, una cercanía desde nuestra vocación. Hemos estado aquí con la gente, y éste ha sido nuestro primer testimonio; continuar con nuestra vida diaria de oración y trabajo. Así decíamos; ¡hay esperanza!
Hemos hecho todo lo que hemos podido por apoyar a estudiantes, enfermos, familias sin recursos, gracias a la ayuda que nos llegó de Europa y de amigos. Aun no siendo una iniciativa caritativa organizada, porque no es nuestra misión, donde pudimos también tratamos de organizar el trabajo, porque ésta es una de las cosas más dignas para la gente. Hay una cooperativa muy pequeña de mujeres en la que hacemos artesanías, tratamos de venderlas aquí pero sobre todo en el extranjero y la construcción del monasterio ha sido fuente de trabajo para muchos de nuestros vecinos.
¿Cómo viven la “fraternidad” con los musulmanes?
La fraternidad aquí entre cristianos y musulmanes es lo natural. Nosotras hemos encontrado esta coexistencia y no sólo respeto mutuo. Nosotros vivimos juntos en un respeto que nace sobre todo del hecho de vivir la vida frente a Dios, sentimos a Dios presente en la vida. Esto nos permite estar juntos, vivir juntos, una actitud que recibimos de Dios y a Dios devolvemos.
En estos años de guerra se ha fomentado la división en nombre de la religión y esto ha traído consecuencias, pero en la raíz, el pueblo sirio es un pueblo acostumbrado a vivir con diferentes religiones, etnias, culturas con gran apertura y naturalidad.
¿Qué podemos aprender de este país que sufre, además de la guerra, la pandemia que nos aflige a todos?
Diría que hemos de vivir la misión siendo ante todo misioneros de nosotros mismos. No está en contradicción con la iglesia “en salida” hacia los últimos, pero la primera misión es la misión hacia nosotros mismos. No podemos llevar nada, no podemos salir, si no hemos ido primero hacia nosotros, hacia lo más profundo de nosotros mismos, donde podemos encontrar la presencia de Dios, la presencia de Cristo que nos salva del miedo, de la muerte, de las dudas, de la incertidumbre. No es un camino fácil, pero si encontramos la presencia de Cristo en nosotros mismos, entonces sí nos convertimos en misioneros de lo que es verdaderamente importante: de una vida de amor, de un bien que está fundado en el amor que Dios tiene por nosotros en Cristo, a través de la gracia del Espíritu Santo.
En este tiempo de pandemia entender lo que Dios nos está diciendo es un “desafío también para la misión de la Iglesia”, dice el Papa en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2020. ¿Cuál es su desafío?
El desafío es el mismo de siempre: dar un sentido profundo a la existencia, a la vida cotidiana; un sentido de Dios y no sólo de fatalidad. Un sentido para comprender el don que se nos da cada día a pesar de las dificultades, a pesar de los sufrimientos que forman parte de la vida. Y esto nos enseña la gente aquí; nos asombra cómo viven la vida y la muerte como recibidas de Dios.
El Papa habla del sacrificio de la Cruz, es allí que se cumple la misión de Jesús y ahí está el desafío, el corazón del anuncio, de la misión. La misión es proclamar el Evangelio y el Evangelio es la proclamación de la muerte y Resurrección del Señor. ¡Esto es evangelización, esta es nuestra misión!
La situación creada por el virus puede abrirnos los ojos de no estar fundamentados en la esperanza real de que la muerte ha sido vencida para siempre. Abrir los ojos ante este miedo que invade nuestros corazones. Esta situación ha de hacernos testigos de la victoria de Cristo sobre la muerte.
Fuente: Cfr. VATICAN NEWS, Octubre 2020