Xabier Etxeberria
En el artículo anterior hemos visto la indignada crítica de Jesús a los poderes religiosos y políticos. Pero hay otro gran poder que los impregna y los desborda: el del dinero. Contra él también expresa su indignación, de la forma más vehemente en la expulsión de los mercaderes del Templo (Mt 21,12-13; Mc 11,15-17; Lc 19,45-46; Jn 2,13-17). Pero va más allá. En los evangelios sinópticos nos encontramos con la sorpresa de que, por un lado, al dinero se le menciona mucho y, por otro, se muestra a Jesús en radical confrontación con él.
“Mammon” exige ser Dios
En principio, puede decirse que el dinero fue un gran invento. Los humanos necesitamos intercambiarnos bienes muy dispares. ¿Cómo hacer el cálculo equitativo de su valor, para que el intercambio sea justo? Remitiéndolos a la misma unidad de medida: el dinero, como tal puro medio. Pero ha resultado ser un invento envenenado. Como observó Aristóteles, “el dinero todo lo iguala”, a todo reduce a su precio monetario, con lo cual el supuesto instrumento puro hace posible instrumentalizarlo todo, también lo éticamente no instrumentalizable. Hay más. Dado que tiende a acumularse en pocas manos, estas, gestionándolo a su favor, pueden manejarlo para acumular más dinero, incluso a costa de la explotación de los más débiles; piénsese en la especulación internacional en torno a los precios de los alimentos básicos y en su impacto catastrófico en las poblaciones amenazadas por el hambre. Así, tal poder, anhelado, transforma al dinero en fin en sí, hace que se le persiga por sí mismo.
En la contundente denuncia que Jesús hace del poder del dinero sobre nosotros, late una comprensión de fondo de todo esto: “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará a otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24; Lc 16,13). Jesús sitúa la disyuntiva en el espacio religioso –y las comunidades de creyentes deberían tenerla muy presente-. Pero puede inspirar una versión secular: “no podéis servir al dinero y a la justicia y la solidaridad –esto es, a los demás-, porque inevitablemente os entregaréis a uno y despreciaréis a otro”.
Cabe pensar que no hay que plantear la disyuntiva, que con el dinero se puede servir a la justicia, que incluso se precisa dinero para hacerlo. Pero, fijémonos, Jesús no habla de “tener-usar” dinero, sino de “servirle” (metafóricamente, lo personaliza, es “Mammon”) hasta el punto de que reclama que le adoremos, que le hagamos el Absoluto. Su desconfianza hacia él es radical, sabe lo poderoso que es para cautivar a nuestra persona entera, para hacernos sus siervos, bloqueando ser servidores de quienes son valor-fin, las personas, incluso haciéndoles medio. Jesús se atreve a usar una metáfora de fondo monetario para subrayar la disyuntiva: “donde está tu tesoro [lo que apreciamos por encima de todo, lo que capta nuestro corazón y es el centro de nuestras vivencias], allí estará también tu corazón” (Mt 6,21; Lc 12,34). ¡Y es tanta la fuerza seductora del dinero para ocupar este lugar!
El dinero como poder
Cuando nos atrae el dinero es porque pensamos que seremos su señor y lograremos con él otros fines: no meramente satisfacer nuestras necesidades, sino tener un plus de seguridad o de comodidades y disfrute, o de poder. Me remitiré a la seguridad cuando aborde la sabiduría de Jesús ante el dinero. Respecto al poder, tendemos a auto-ocultamos que nos domina, pero sí es cierto que con él podemos dominar a otros. A veces financiando la violencia destructora, otras en forma de manipulación, explotación o marginación.
Jesús sufre en propia carne el uso del dinero para violentarle. Con treinta monedas de plata, los Sumos Sacerdotes y los Ancianos compran la traición de Judas (Mt 27,3-9) que facilitará su apresamiento, enjuiciamiento y condena a muerte. Judas se arrepiente y arroja lo recibido. Se desprende de su dominio, que probablemente no era fuerte, aunque no consigue reconfigurar su culpa para acudir a Jesús y se ahorca. Los que le compraron siguen con su violencia sin ninguna culpa, con autojustificación. Hasta retoman las monedas, eso sí, para gastarlas respetando los principios de pureza ritual.
La violencia del dinero en forma de marginación queda muy bien reflejada en la parábola del rico y el pobre Lázaro (Lc 16,19-31). Pide una amplia interpretación y además se sitúa en un marco religioso. Por eso, ofrezco solo un breve apunte. El rico, en su opulencia, ignora totalmente al pobre, sumido en la miseria, al que tiene al lado. Su condena tras la muerte, le abre los ojos respecto a él y respecto a Lázaro, pero descubre que el dinero le bloqueó la posibilidad de abrirse a otras realidades solidarias, y que sigue bloqueando a sus familiares y amigos. Habrá que seguir con estas reflexiones.