Begoña Julián
TAU Fundazioa
Se acerca la Navidad, en la que la comunidad cristiana conmemora y celebra la llegada de Cristo al mundo. Es innegable que esta época trae consigo en muchos casos reencuentros esperados, reconciliación, renovación de buenos propósitos y potenciación de la solidaridad. Sin embargo, conocemos más de una persona a la que no le gusta la Navidad y que expresan incluso alivio cuando éstas finalizan. Muchas de estas se quejan abiertamente de las reuniones familiares y encuentros a los que tiene que acudir, del buenísmo forzado que hay que mostrar, la felicidad permanente que hay que exhibir. También las hay quien sufre al recordar que existe una silla vacía del ser querido que ha fallecido y otras que no pueden “disfrutar” de la Navidad porque están enfermas o viven en soledad.
Este año, serán a todas luces unas celebraciones extrañas, diferentes. Uno de los cambios más notables, es que no vamos a poder juntarnos tantas personas a la mesa en los días señalados. Pero, ¿Repercutirá también de alguna forma la pandemia actual en el aspecto mercantilista y consumista de la Navidad? Y es que no podemos negar que con el tiempo, la Navidad se ha ido desvirtuando y se ha convertido en otro evento que el sistema capitalista que nos domina ha hecho suyo, dando protagonismo absoluto al consumo excesivo e irresponsable.
Pasa en diciembre en Navidad, pero también en la celebración del amor y la amistad en febrero, el día del padre en marzo, el de la madre en mayo. Lo material se convierte así en el símbolo del amor verdadero, en la única manera de demostrarlo y ejercerlo. Y de por medio, por si nos aburríamos sin ir de compras, tenemos las rebajas de enero, las de cambio de temporada, la equipación para las vacaciones de verano, la vuelta al cole en septiembre, el Black Friday y el Cyber Monday en noviembre. Lo material, como motor del sistema económico, se vende y se convierte en la píldora por la que alcanzar la felicidad. Pero los efectos de la felicidad material duran tan poco que nos empujan a lanzarnos enseguida a por el siguiente artículo, se genera un círculo vicioso para responder a necesidades superfluas a través de un consumo que anestesia momentáneamente nuestra vida de insatisfacción. Nadie pone en duda que bienes y servicios son fundamentales para la vida pero la cuestión apunta más hacia los niveles de tal necesidad y preguntarnos por lo que verdaderamente nos hace felices.
Este consumo excesivo y sin sentido, se ha convertido en la base de múltiples problemas, especialmente aquellos de raíz medioambiental: deforestación, contaminación, sobreexplotación de recursos naturales, con su consecuente pérdida de hábitats y biodiversidad, calentamiento, desertificación o desaparición de fuentes hídricas. Si todas las sociedades consumieran como la nuestra, harían falta los recursos de tres o cuatro planetas tierra.
En Navidad, en concreto, tenemos un exceso de consumo ligado a los regalos; juguetes para los niños y niñas y diversos artículos para las personas adultas que aprovechamos para darnos un baño falsamente satisfactorio de compras que calmen nuestra ansiedad. Exceso de compras que son además adquiridas sin movernos de casa, a través del modelo “Amazon” en auge y con un fuerte impacto negativo en la economía local y el medio ambiente. Respecto al efecto de la concentración excesiva de regalos en niños y niñas, y según fuentes de psicología, produce sobre estimulación, pérdida de ilusión, bajo nivel de tolerancia a la frustración, limitación de la fantasía y el desarrollo de antivalores como consumismo (el pez que se muerde la cola) y egoísmo.
Por ello, y desde un consumo más consciente, en mi casa, opté por establecer la cifra de un regalo por niño, que incluso en una casa con conciencia verde acaban convirtiéndose a veces en dos, por abducción ambiental (del ambiente consumista, no del medio ambiente) y por “pena” hacia los pobres niños que tienen tanta ilusión, tanta como el aburrimiento que llega poco tiempo después de haber abierto el regalo. Establecimos también que dichos regalos llegarían al lugar que dejaría alguno de los otros juguetes usados que llenan el salón, que pondríamos a disposición de Olentzero para que se los llevara a otros niños y niñas, que no tienen tanta suerte como nuestra familia. Sin embargo, resulta difícil que se adhieran a esta propuesta en casa de abuelos, abuelas y familiares que se han asentado también en el vínculo entre consumo material y felicidad de la infancia. Aitonas y amonas que vivieron la época de la posguerra y de alguno de los cuales he oído relatar en cierta ocasión que recibían una naranja como regalo de Reyes Magos.
Y naranjas, y jamón, y langostinos, y chuletillas, y cochinillo, y champán, y polvorones y turrones. Son muchos los alimentos que forman parte de las celebraciones de la Navidad siendo el otro gran sector de gasto y consumo en estas fechas. Socialmente, la comida es una manera de definirse, de identificarse, lo que somos o al menos lo que nos gustaría ser. La opulencia alimentaria puede ser una forma de mostrar el bienestar y estatus familiar. Y qué mejor escaparate que las reuniones navideñas para ello. Sin embargo, los datos más globalmente aceptados hablan de que un tercio de los alimentos producidos se desperdicia a nivel mundial, circunstancia que también ocurre y en mayor medida en Navidad.
Sin embargo, aquí y allá van surgiendo propuestas alternativas a ese modelo de consumismo predominante y poco consciente. Los cambios pueden estar a nivel individual pero también a nivel de colectivos. El primer secreto es reducir, es bastante obvio: reducir el consumo -y seguir siendo felices en el intento, o conseguirlo por primera vez-. Otro es reutilizar, potenciar la normalización del uso de artículos de segunda mano que estén o puedan ponerse de nuevo en buenas condiciones. En Navidad por ejemplo, hacer intercambio de juguetes usados. Decantarnos por los productos locales, de cercanía, y en el caso alimentario, de temporada. Y realizar las compras en tiendas que garanticen el bienestar de las personas y el medio ambiente. En definitiva, apostar por las empresas y emprendimientos de economía solidaria que engloba a una red de producción, financiación, distribución y consumo de bienes y servicios que funciona con criterios éticos, democráticos, feministas, ecológicos y solidarios.
En estos tiempos en los que un virus ha puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad e interdependencia, más que nunca deberíamos ser capaces de dar un vuelco a nuestro sistema de valores. Y disfrutar de poder estar con las personas a las que queremos y que nos quieren. Disfrutar de la salud y cuidarla, también a través de lo que hacemos y consumimos. Disfrutar del aire fresco en nuestra cara, en nuestros pulmones, de la arena fría y mojada en nuestros pies descalzos. Acordarnos de que el mejor regalo que podemos dejar a nuestras futuras generaciones es un planeta sano y unos hábitos que lo perpetúen. Y rememorar sin opulencia la llegada al mundo de una persona excepcional que se atrevió a cuestionar las injustas estructuras establecidas, acercándose al diferente y transformando las vidas de los que más sufrían.
Te guardo una tarde de sol por si la quieres.
Ese es un tesoro que nadie podrá arrebatarte.
Te guardo una mirada risueña
que nada pretende.
Te guardo en un bolsillo el calor de mi piel
por si vinieses.
¡Feliz y verde Navidad!