Javier Garrido, ofm
Hasta que lleguen “los nuevos cielos y la nueva tierra”, mientras exista la Iglesia en estado de misión, no podré estar en el cielo sin mirar la tierra, tan amada por el Padre y donde Jesús vivió y murió.
Nos dice la carta a los Hebreos que Jesús vive a la derecha del Padre. Cumplió su misión en obediencia y la continúa intercediendo por nosotros.
Me consuela saber que también yo, unido a Jesús, continuaré mi misión en el cielo.
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Habré dejado sin mi apoyo a las personas que me necesitan.
Mis seres queridos: no los olvidaré allá arriba.
Pediré por aquellos a los que me costó amar.
Seré como un ángel de la guarda con aquellos a los que hice daño.
Me preocuparé por los que dejé a medio camino en su proceso de fe.
Por la Iglesia, a la que tanto amé, le diré al Señor muchas cosas.
Le recordaré al Señor sus pobres, sus preferidos.
Por los que están perdidos o se acercan al abismo
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Muchos me olvidarán. No importa.
Tendré como abogada especial a la Virgen María, madre de Jesús y madre de todos los que el Señor encomienda a mi intercesión.
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Pero mientras estoy todavía en este mundo, seguiré haciendo la voluntad del Señor con las fuerzas que me quedan. Sé que la intercesión ha de acompañarme cada día ante el Señor, el dueño de la viña y el que busca operarios.
En la vida y en la muerte somos del Señor.
Porque por esto Cristo murió y resucitó.
(Rom 14, 8-9)