Aitor Sorreluz
No voy a hablar de coronavirus, ni de pandemia ni de distancia social ni de mascarillas... Escribo estas líneas un día después del día internacional de la filosofía. Un tal Polibio (Grecia, 200a.C.) hablaba de la oclocracia, derivación de la democracia cuando la decisión no la toma el pueblo, sino la muchedumbre. Se nutre del rencor y la ignorancia. Quieren quitar la ética del sistema educativo, para acentuar quizás la distancia social para así aislarlos y desvincularnos los unos de los otros y generar un estado de alarma constante. Pero he dicho que no iba a hablar de todo esto.
La navidades está a la vuelta de la esquina, las pocas hojas por arrancar que le quedan al taco de Arantzazu (que en enero hará ¡75 años!) son buena prueba de ello. Visualizaba para la portada de este número una foto nocturna de Arantzazu, como si fuera un pequeño Belén iluminado en la oscuridad... Arantzazu con las luces del alba, luz en medio de la oscuridad; oscuridad que imperceptiblemente deja de serlo.
Joxe Azurmendi, en su maravilloso libro que relata sus últimos días con Bitoriano Gandiaga describe, en el segundo párrafo cómo Gandiaga en vísperas de su muerte le explicó por enésima vez que el paisaje de Arantzazu es como una 'U', es como un regazo que te acoge. Gracias a Oteiza hemos aprendido a ver las concavidades de Arantzazu como espacios receptivos que se activan cuando los miramos desde fuera (o cuando nos dejamos mirar por ellos, desde dentro). Como nos recordaba Elena Martín hace ya un año, habitaciones para el alma.
Ver cómo sale el sol en esas oquedades, cómo se iluminan los peñascos, después las hondonadas, luego la cruz de la torre, los tejados del convento... Ver cómo la luz lo va cubriendo todo desde uno de los regazos del paisaje de Arantzazu es totalmente reconfortante. Llega la Navidad, también en tiempos de pandemia y a pesar del estado de alarma. Llega la luz para iluminar nuestro derecho a ser vulnerables. Tiempo de esperanza y de Buena Nueva. ¡Feliz Navidad!