Joxe Mari Arregi
Difícilmente olvidaremos este año 2020. Ha sido un año raro, difícil, doloroso. Año de hospitales y clínicas, de contagios, el año de los sanitarios y sanitarias (¡gracias, muchísimas gracias, sanitarios/as!); el año también del descalabro económico, año de cierres de negocios y de empresas. Año también de las siglas: Covid-19, UCI, ERTE, PCR, EPI, LABI… Año, casi a última hora, de alguna esperanza: porque a lo mejor para comienzos del nuevo año o, en todo caso, para la primavera próxima, habrá una vacuna para el Covid-19…
Y en esas llega de nuevo la navidad, esa gran fiesta que cada año todos esperamos con ilusión, la fiesta del encuentro, el encuentro con el Dios Niño salvador, el encuentro de las familias, la fiesta de la ilusión de los niños, la fiesta que Francisco de Asís inventó para revivir el amor y la ternura de Dios con el nuevo Belén en Greccio (Italia) en 1223….
Y la pregunta que ya desde hace tiempo está en el aire es ¿cómo podremos celebrar la navidad este año? Aunque nos gustaría que pudiera ser como la de otros años, a estas alturas muchos temen que este año no habrá navidad o, al menos, no será como la de otros años.
Y va a ser verdad aquello de: “no hay mal que por bien no venga”. Porque la situación que estamos atravesando nos está obligando a abrir los ojos y revisar nuestro tren de vida a veces alocado, a poner orden en nuestra cabeza y en nuestro corazón; este tiempo nos está obligando a quedar dentro, en casa y valorar lo que hay en ella. Va a ser que esta situación nos va a dar la ocasión de vivir la navidad de otra forma y no necesariamente peor que la de otros años, sino incluso mejor.
Este año, la Navidad será dentro, como lo fue al comienzo. Todo comenzó dentro, en una gruta en Belén y más tarde siguió también dentro, en Greccio (Italia) con Francisco de Asís. De dentro sale siempre lo mejor. Esta situación nos va a hacer el favor de tener que mirar no hacia fuera, sino hacia dentro de cada uno para encontrarnos con nosotros mismos, porque a menudo deseamos el encuentro con los demás, pero huimos del encuentro con nosotros mismos, con nuestra verdad; quedar dentro nos llevará también a encontrarnos con lo mejor de nuestras familias para sencillamente estar con ellas y gozar en ellas; quedar dentro nos posibilitará, porque tendremos mucho tiempo, enfrentarnos y dialogar con nuestra historia, con sus aciertos y seguramente también con algunos desaciertos.
Cuentan las crónicas franciscanas que San Francisco de Asís “quería que en Navidad los ricos den de comer en abundancia a los pobres y hambrientos”(2Cel 200). Por eso, tan beneficioso como quedar dentro, en casa, sería meter en casa o entrar dentro del otro, dentro del que le tienes al lado, dentro del que sufre, del que llora amargamente la ausencia de un ser querido, dentro del inmigrante que llega en busca de una vida mejor; dentro del solitario que no encuentra compañía; entrar dentro del encarcelado, del sediento, del buscador de “algo más”
Para los que nos llamamos cristianos, celebrar la navidad dentro, en casa o dentro del que padece, nos dará la ocasión de centrar la mirada y admirar, adorar y agradecer a ese Dios que se hace niño débil y pobre para curar nuestras heridas y para abrirnos un camino de esperanza hacia una nueva humanidad.
Este año la navidad no se juega fuera, en la calle, en los comercios, en los largos viajes a islas de encanto, sino, como debió ser desde el comienzo, dentro, en casa, en familia, en el calor del hogar. Este año, la navidad se juega en quedar en casa, dentro, en traer al recuerdo y estar con quien se nos fue de forma inesperada, traer a casa al alejado, en dar cabida al que no tiene dónde pasar la noche, en acoger a ese “inmigrante invisible y anónimo” que está también dentro de cada uno de nosotros.
Y así, estando dentro, sin ruidos, centrados en lo importante, resonará más y mejor la voz del ángel: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz!” Porque la alegría, la esperanza y la paz no dependen de la cantidad de alcohol que consumimos ni de multiplicar los números de la cuenta corriente. Como siempre, en las cuestiones de fondo, la alegría y la felicidad vienen de cerca, de cada uno, del encuentro, de entrar dentro del que está al lado.
Esta navidad es una invitación a quedar y entrar adentro, al fondo; a agacharse hasta donde está el Niño y mirar y admirar el misterio que su vida encierra: allí es donde está la vida y resuena con fuerza la enorme dignidad de los hijos e hijas de Dios. Será una navidad diferente, pero seguramente mejor, más auténtica y, así lo espero, más gozosa y duradera.
¡Te deseo feliz navidad, hermano/a!