Aitor Sorreluz
El pasado número recordábamos que en la Pascua la muerte ha sido vencida y que la esperanza es posible. Después de más de cuarenta días de confinamiento, el 26 de abril los niños pueden salir a calle y a partir del 2 de mayo los adultos podremos, incluso, pasear. Mayo termina con el día de Pentecostés, día en que se celebra que la promesa de Jesús se hace realidad, a través de la venida del Espíritu Santo. Día de esperanza. Mes de esperanza.
El día de Pentecostés se nos cuenta cómo, por la gracia del Espíritu Santo, es posible entenderse, aún hablando diferentes idiomas. Unidad y solidaridad (Hch 2,1-11).
En este estado de alarma provocado por el coronavirus se habla de lucha, de trincheras, de primera línea, de héroes, de víctimas, de olvidados, de vencedores y de daños colaterales, de datos, números y curvas... Estamos interpretando y comprendiendo lo que está convulsionando al mundo entero a través de un lenguaje bélico. Estamos tomando el pulso a la realidad a través de un idioma de guerra. Esta manera de mirar nos ha confinado en nuestras casas, nos ha aislado de los demás, nos ha desvinculado y ha deshumanizado las relaciones.
No somos soldados, y esto no es la guerra. Estamos viviendo una trágica crisis sanitaria que está poniendo de manifiesto las terribles desigualdades que existen en la sociedad y en el mundo. No todos tenemos las mismas oportunidades y recursos para salir de esta; los que antes estaban mal, ahora lo tienen peor.
Esta devastadora pandemia ha dejado de manifiesto, también, lo radicalmente vulnerables y frágiles que somos. Jakiunde, la Academia de las Ciencias, de las Artes y de las Letra vascas organizó un ciclo de conferencias titulado “Transhumanismo, máquinas humanas” (de marzo a noviembre de 2020) en el que se pretendía analizar el modo en que la revolución tecnocientífica actual está transformando a las personas mismas, no sólo a sus entornos y modos de vida. Cuando creíamos que gracias a la tecnología el ser humano podía llegar a ser dios (homo deus), la irrupción del COVID-19 lo canceló todo.
Sin poner en cuestión las medidas que se han adoptado en esta crisis, quizás podríamos hablar de lo mismo utilizando términos como fragilidad, vulnerabilidad, ayuda, cuidado, justicia, equidad... Así, el confinamiento no se vería como un modo de autoprotección, sino como modo de cuidado mutuo; los niños no como potenciales bombas biológicas o nuestros mayores como victimas, sino como seres vulnerables y frágiles que necesitan de atención, cariño y cuidados. Humanidad que se está negando incluso a la hora de morir y despedirnos de los que han muerto.
Tiempo este de esperanza porque si de verdad dejamos que las fisuras y sufrimientos que está generando esta pandemia nos interpelen quizás estemos a las puertas de un tiempo de cambio y transformación. Tiempo de sostenernos las unas a las otras como sociedad, tejer una red que no nos deje caer. Desde la equidad y los cuidados, tiempo de revolución. Desde la tradición cristiana, tiempo de trabajar por el Reino de Dios.