Xabier Etxeberria
Hemos ido viendo cómo el aliento ético de los evangelios nos reclama una relación interhumana alentada por una justicia y un perdón que ponen en cuestión los criterios de equivalencia y retribución. ¿No se ignora con eso la responsabilidad? Se han adelantado pistas sólidas para indicar que no es así, que lo que se hace es mostrar una dinámica diferente en ella. De todos modos, en los evangelios también hay textos que remiten a formas más clásicas de entenderla. ¿Contradicen a los anteriores?
La parábola de los talentos
Quizá el más conocido sea la parábola de los talentos (Mt 25,14-30; de las minas, en Lc 19,12-27). Recordémosla brevemente. Un rico que emprende un largo viaje, encarga su dinero a tres de sus empleados, a los que da cinco, dos y un talento, respectivamente, según su capacidad. El primero y el segundo hace negocios con su parte y ganan otro tanto. El tercero, lleno de miedo a la vez a su señor y al riesgo, lo esconde bajo tierra. Cuando vuelve el amo, les pide cuentas. A los primeros les felicita y les premia haciéndoles dueños de lo que les encargó y lo que ganaron. Al tercero, le reprende con gran severidad, le quita el talento, dándoselo al que tiene diez, y “le echa fuera, a las tinieblas”.
Responsabilidad y retribución
La parábola deja claro que en los empleados hay capacidades variadas y que reciben, además, recursos proporcionales a ellas para que las desarrollen y hagan fecundo lo recibido. Desde esa síntesis entre lo propio y lo recibido, todos estamos llamados a dicha tarea, pidiéndosele a cada uno solo lo que pueda hacer. Esa es su responsabilidad, lo que parece justo.
En segundo lugar, es de esa responsabilidad de la que se les pide que respondan. Cuando las cuentas son positivas, se les premia; cuando son negativas, se les castiga. Lo cual parece mostrarse justo, puesto que la retribución es proporcional a lo exigible a cada uno. El tercer empleado falló porque interpretó incorrectamente el criterio de justicia del amo y por su enfermizo miedo, que le paralizó: es lo que se merece, se dirá.
Hay hasta aquí una serie de advertencias muy dignas de ser tenidas en cuenta: a nuestras capacidades están unidas las responsabilidades para que realicen sus potencialidades; lo que recibimos no debe ser ocultado improductivamente, sino que, agradecidamente, debe hacerse fructificar; si el miedo nos domina nubla la percepción de los demás, deforma el modo de entender la responsabilidad y paraliza toda iniciativa.
Responsabilidad frágil
La parábola, de todos modos, descoloca respecto a otras cuestiones. Para empezar, extraña el “premio extraordinario” que recibe quien ya tiene 10 talentos, al dársele, además, el del que solo tenía uno. ¿Por qué? ¿Se premia algo merecido? ¿Qué supone? La frase evangélica que lo enfatiza (“al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”) ha dado nombre (el “efecto Mateo”) a la tesis sociológica según la cual dinero llama a dinero y prestigio a prestigio, a costa de quienes no los tienen, cuyas posibilidades se bloquean; esto es, a costa de una injusticia. Una lectura así distorsiona el texto, y más aún su con-texto, el conjunto de los evangelios. Pero hay que reconocer que ese premio resulta enigmático.
El segundo descoloque es más desconcertante aún. No se da tanto dentro de la parábola, como al relacionarla con otras. El amo no siente compasión hacia quien le falló, no le ofrece su perdón, no le da una segunda oportunidad; incluso, es desmesurado en el castigo. Es cierto que el empleado es irresponsable, pero bajo otro punto de vista es el que menos capacidad tenía y aquel a quien el miedo al riesgo le pudo; es decir, el débil. En él se nos revela algo que es común a todos nosotros: la fragilidad de nuestra responsabilidad. Su conducta es una llamada de atención para que no sucumbamos a ella, no nos excusemos en ella. Pero, a su vez, es una llamada de auxilio ante nuestra impotencia. El fallo del empleado está en no expresársela al dueño, pidiéndole su perdón. Pero echamos también en falta que el dueño no se adelante a ofrecerlo. ¿Cómo afrontar estas tensiones entre textos evangélicos?
Hay que reconocer, de arranque, la polisemia de las parábolas: diversas interpretaciones son posibles. Sin que nunca se agoten en una, toca mostrar que las que se proponen merecen plausibilidad. Creo que la tiene la que estoy sugiriendo: que se detecta un conflicto con otros textos evangélicos que reclama que el sentido más inmediato de este de los talentos –duramente retributivo- se reconduzca, articulándolo con los del perdón de modo tal que la compasión se haga presente, ahora ligándola a la responsabilidad para modularla decisivamente.