Aitor Sorreluz
No es país para viejas... ni para cojos, ni para locas. Así se titulaba un artículo que me encontré por la red. Bastó un clic para leer sobre qué iba tan provocativo título: “algunas notas sobre la urgencia de apostar por una sociedad capacitada para atender la vulnerabilidad de nuestros cuerpos, de nuestras vidas.”
Dicen que estamos caminando, poco a poco, a una nueva normalidad. Algunas voces críticas se están levantando y nos recuerdan que la anterior normalidad era letal. La pandemia que nos azota ha agudizado, y por lo tanto hecho evidentes, las enormes diferencias entre unos y otros. Diferencias que matan. Seguimos encaminados, y muchos se están quedando en el camino. ¿Queremos volver a eso?
Otro titular que se ha podido leer estos días ha sido que “los bomberos de Madrid hallan a 62 ancianos fallecidos en sus casas durante el confinamiento”. Diversos estudios dicen que un promedio del 42% de la población está en riesgo de tener problemas de salud mental como consecuencia de la alta vulnerabilidad social y económica. Quizás deberíamos pensar a qué tipo de normalidad nos gustaría volver.
En este número hablamos de soledades, las unas elegidas, las otras impuestas. Hablamos también de que las bienaventuranzas pueden ofrecernos las claves para hacer frente a esta pandemia. Recordamos la Encíclica “Laudato si” cuyo quinto aniversario pone otra vez encima de la mesa el grito desgarrador de una madre Tierra que se desangra y de una inmensa mayoría de pobres y excluidos que el sistema desecha.
¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Por qué hay sufrimiento, si nuestro Dios es amor? Un amigo, como quien no quiere la cosa, decía que era una dicha que el nuestro, sea un Dios Crucificado. Nos hemos pasado dos meses confinados y parece que hemos sido incapaces de estar solos; quizás, en nuestra soledad, no hemos encontrado a nadie.
Iniciamos este número hablando de la soledad habitada. Imaginad la soledad de una persona mayor totalmente dependiente que vive confinada, en plena desescalada, en la habitación de una residencia de ancianos. Dios ha elegido estar ahí. Mucho se está hablando de héroes. Sin embargo, los excluidos y olvidados en esta desescalada son los santos, pues Dios habita en ellos. Bienaventurados.