Eduardo González Rojas
Vivimos un mundo de respuestas inmediatas, de ruido y relaciones superfluas en donde las amistades se miden por el número de likes recibidos en una red social, y la cantidad de amigos por los contactos del WhatsApp. Un mundo en donde la valía de las personas está en función de la posición social o del número de ceros que hay en la cuenta corriente
El mundo nos importa en función de lo que nos afecta, cerrando los ojos a las desgracias ajenas y, tal vez, cuando los abrimos, nos basta con decir: “pobrecitos, ¡cómo está el mundo!”, y desconectando nuevamente nos encerramos en nuestra vorágine
Y esto, lo hacemos y vivimos en un país como España, en el que aproximadamente el 69% de la población decimos ser católicos. ¿No os parece incongruente al menos? Pero lo que aún es más doloroso es que no somos capaces de reconocer esta realidad, y si hiciéramos una encuesta estoy casi seguro de que todos enalteceríamos la amistad, el tiempo con la gente a la que amamos, las risas con los amigos, o una conversación sincera con un café entre las manos. Luego sales a la calle y encuentras grupos de personas que, si bien comparten espacio, no sueltan el móvil de las manos como si de un material precioso se tratase o tal vez sea la metadona de nuestras propias adicciones.
Y así continuamos nuestra vida, un caminar sin pensar, sin parar, sin adentrarnos mas que en la lucha por conseguir la aprobación social tan valorada. Pero de repente, el mundo se detiene. Un virus al que ya han coronado ha conseguido parar el mundo entero. Las grandes potencias se convierten en muñecos de papel manejados al antojo de este COVID-19 que ha conseguido bloquear fronteras, detener la industria, saturar los hospitales y lo que aún es más llamativo, encerrarnos a todos en nuestras casas.
Y no hay duda alguna de que su paso arrasará la sociedad mundial sembrando el temor y destruyendo familias por la muerte de sus seres queridos. Pero también nos brinda la oportunidad de PARAR, detener nuestro rápido caminar para encontrarnos nuevamente con nosotros mismos, de adentrarnos en nuestro más profundo YO y rescatar nuestras luces, ¿aprovecharemos la oportunidad?
No sé tú, que estás leyendo esto, en qué momento lo haces. Tal vez sea en medio de la lucha, o quizás ya haya pasado todo y sólo quede el recuerdo de una mala experiencia. Sin embargo, eso es indiferente porque siempre habrá tiempo de parar si lo queremos hacer; cada uno decide cuándo es el momento del cambio
Pero sobre todo me invito e invito a que este momento de parón me sirva para analizar mi ser cristiano y me enfrente a la soledad con Él, donde, desde el cariño de la misericordia, pueda plantearme las veces que le he negado.
Es, en este contexto, donde se me dibuja compararnos, a nosotros, los cristianos, con la ropa tendida. ¿Alguna vez te has parado a mirarla? Su movimiento y cómo afronte el viento que pueda surgir, va a depender de cómo este tendida y con qué fuerza le sujeten las pinzas.
Pues bien, la ropa somos nosotros desde la perspectiva de nuestro ser cristiano, el cómo afrontemos el acontecer de la sociedad, que es el viento, dependerá de con qué fuerza estamos amarrados a nuestra fe, que son las pinzas, y de cómo estamos colgados, que es nuestro crecimiento cristiano
Así pues, con este golpe que nos ha dado la vida he podido comprobar cómo nos adaptamos a la fuerza del viento para seguir el juego que la sociedad marque perdiendo para ello, si es necesario, la sujeción de una, o de todas nuestras pinzas. Y así, nos convertimos en una sombra más que camina
Este virus ha logrado, al menos momentáneamente, que el mundo se de cuenta de la importancia que tienen las personas, los abrazos, las miradas, el sujetarnos unos a otros las manos, el cara cara, el sentir el cuerpo del otro, la piel con piel… Sin embargo, ese grito debería de haber sido el grito constante de los que seguimos a Aquel que se dejó la piel por los otros. Los cristianos deberíamos de haber marcado, hace mucho, la diferencia, mirando a los ojos, escuchando con el corazón, abrazando desde el alma. Deberíamos haber sido, debemos, deberemos ser en el futuro, esa ropa tendida que se mantiene firme, sople como sople el viento, y demuestre contracorriente de todo, el ser más auténtico, el darse y entregarse por la Verdad.
A eso estamos llamados a ser el grito que clama en la sociedad y enfrenta a cada uno con el que se encuentra en el camino, que lo más importante de las personas se halla en el fondo de su corazón. Que no haga falta más coronavirus para demostrar a la sociedad que hemos de mirar con ojos nuevos, sentir con corazones que se rompen a diario por el otro, abrazar sintiendo la piel, besar entregando el alma.