Xabier Etxeberria
Continuando con el tema de la responsabilidad, abordado en el artículo del mes pasado, retomemos otro texto evangélico que también nos remite a ella, el conocido como “el juicio final”. Para que no lleve a confusiones, no hay que ver en él la descripción empírica del “fin de los tiempos”. El mismo papa Benedicto XVI se refirió a él como una “estupenda parábola” –en la que son evidentes sus desarrollos apocalípticos-, con la que se nos quiere dar cuenta del criterio con el que seremos juzgados definitivamente.
¿Un texto secularmente asumible?
Puede considerarse que se trata de un texto muy marcadamente religioso, pues el juez que convoca y juzga es “el Hijo del hombre en su gloria”, dando así marchamo religioso al juicio que, además, se abre a un horizonte de vida transmundana. He dudado, por eso, en incluirlo aquí, teniendo en cuenta el objetivo de estos comentarios de expresar “el aliento ético del evangelio”. Pero es que, paradójicamente, tanto en el criterio objetivo del juicio sobre lo que hemos hecho en nuestra realidad mundana, como en la conciencia y vivencia en torno a él de los que son juzgados, toda referencia religiosa desaparece. Y el criterio como tal tiene consistencia secular, aunque en el juicio, esto es, solo a posteriori, se revele para el creyente un sentido religioso.
Recordemos el criterio objetivo: se nos juzgará únicamente por haber dado o no de comer al hambriento, de beber al sediento, de alojar al forastero, de vestir al desnudo, de visitar al enfermo y al encarcelado. Ninguna referencia a preceptos de contenido expresamente religioso. Tampoco a si se ha pertenecido o no a alguna confesión religiosa; el criterio iguala a ateos, agnósticos y creyentes de cualquier religión, les diferencian solo las obras.
En cuanto a la vivencia que tuvieron los afectados, se explicita cuando el Hijo del hombre, Jesucristo, enmarca ese criterio en un sentido religioso: si acogieron a los necesitados, a sus “hermanos más pequeños”, les dice, le acogieron a él; si no les acogieron, le rechazaron a él. Pues bien, tanto premiados como condenados se quedan totalmente sorprendidos de ello: lo que hicieron o dejaron de hacer no estuvo conscientemente motivado por esta identificación que les revela Jesús. Por lo que se sugiere en el texto, vivieron sus conductas desde una perspectiva puramente interhumana.
Es por todo esto por lo que no resulta extraña una lectura secular de este texto. Y por lo que puede darse una sintonía secular con él si se está de acuerdo en que, en última instancia, la evaluación moral de nuestra vida tiene que sustentarse en lo que hemos hecho a favor de los más necesitados. Lo que no impide al cristiano el enmarque de todo esto en el sentido religioso último del texto.
Los subrayados evangélicos
Acoger a los necesitados, tal como son presentados, era un precepto ya existente en la tradición judía. Pero en el evangelio se recoge con unos subrayados propios que le dan una relevancia muy especial: la exclusividad del criterio para evaluar una vida, su universalidad (están convocadas “todas las naciones”), la discreta y a la vez profunda identificación de Jesús con los necesitados y marginados, la relevancia decisiva de la dinámica compasiva no explicitada en palabras, sino en obras concretas.
Y es que lo único que claramente alienta la práctica de las obras citadas es la compasión efectiva que despiertan quienes sufren necesidades y marginaciones; esto es, el centramiento en el otro y desde el otro, pues si esas acciones se realizan persiguiendo intereses propios se pervierten. Lo que vivencian quienes las llevan a cabo es más una respuesta ante la recepción del impacto del otro sufriente (si no se da la recepción, no se da la respuesta) que la exigencia de un mandato externo. Hoy somos conscientes de que, en medida decisiva, esas necesidades deben ser cubiertas por instituciones públicas de justicia, en las que está implicada la participación ciudadana, pero el aliento de la compasión sigue siendo clave para motivarlas, orientarlas e incluso desbordarlas.
Además de esto, el texto evangélico, como adelanté, tiene el horizonte transmundano de la “vida eterna” en la que se realizan tanto la plenitud de la vida como el castigo de los juzgados, según sus obras u omisiones respectivamente. Pero, dado que ello nos introduce en lo netamente remitido a la fe, no entro aquí en las consideraciones hermenéuticas que pueden hacerse al respecto.