Joseba Segura, Obispo Auxiliar de Bilbao
En junio del año pasado Ángel Mari Unzueta escribió en nuestra revista a propósito de tu nombramiento como Obispo auxiliar de Bilbao. El titular era “Otra música”. ¿Cómo ha ido el año, te ha gustado cómo ha sonado?
No sé si se trata tanto de cómo me suena la música a mí. Más bien creo que Ángel Mari se referiría a cómo les pueda sonar a otros. Cada persona tiene su historia, su estilo, su modo de presentarse, sus acentos particulares. Mucha gente en la Diócesis me conoce y otros, que no me habían conocido, preguntan a quienes han compartido vida conmigo. Seguro que hay sectores donde caigo mejor y en otros no tanto. Pero puedo decir que la mayoría de las personas han acogido mi nombramiento como una buena noticia, incluso con expectativas que considero excesivas porque los retos que tiene la Iglesia entre nosotros no dependen de este o aquel nombramiento. Y a los que se animan a felicitarme, porque muchos me dan el pésame, les digo que, en todo caso, mi nuevo ministerio tendrá sentido si es bueno para la comunidad, no para mí. Y eso está por demostrar.
Obispo de la ciudad iberorromana de Basti y Obispo auxiliar de Bilbao. ¿Dónde está Basti y cuáles son tus funciones como Obispo auxiliar?
Lo que fue Diócesis de Basti, se convirtió luego en Diócesis de Baza, provincia de Granada. Posteriormente Baza se unificó con Guadix y actualmente forma parte de la Diócesis de Guadix. Conozco muy poco Andalucía y creo que ésta es una buena ocasión para acercarme algún día por allí y aprender de la historia e idiosincrasia del lugar. Respecto a las funciones de Obispo Auxiliar, en mi caso son las de un vicario general, algo que comencé a desempeñar varios meses antes de que me nombraron obispo y que ahora sigo ejerciendo. A esa responsabilidad se añade ahora un considerable número de celebraciones litúrgicas en diversos lugares, con motivo de sacramentos, fiestas y motivos varios, así como otras tareas que llegan por ser miembro de la Conferencia Episcopal y colaborar en sus trabajos. Ser obispo es algo muy distinto de estar en una parroquia. Como párroco tienes un núcleo de relaciones que van progresivamente ampliándose, pero tu comunidad de referencia es estable y limitada; como obispo, vas conociendo muchas situaciones, saludando a muchas personas y, desde luego, compartiendo comidas y celebraciones aquí y allá. No es fácil comer tantos días fuera de casa y luego seguir activo por la tarde. Pero hay que hacerlo. Así es ahora mi vida.
Ángel Mari escribía también que la diócesis necesitaba una convergencia de sensibilidades y estilos plurales, sin autoexclusiones. ¿Qué panorama te encontraste? ¿Cuáles han sido tus prioridades y preocupaciones?
Ciertamente la comunión es una preocupación de cualquier obispo, porque promoverla, evitando o sanando rupturas dolorosas, es parte esencial de su ministerio. Esta búsqueda de la comunión yo la entiendo en un sentido amplio, y en ella caben, no solo la diversidad, sino incluso los contrastes. Son conocidas las palabras de San Agustín: en lo esencial unidad, en lo dudoso, libertad; en toda caridad. Si uno se mueve en ese espíritu, no tiene todo resuelto porque a veces no es fácil discernir lo esencial de lo abierto a la discusión; pero sin duda esa máxima es un buen punto de partida. Compaginar la gran riqueza de acentos y carismas que conviven en una Iglesia local, con la unidad fundamental de la fe, ha sido una gran fortaleza del catolicismo, y lo seguirá siendo. Este equilibrio es siempre inestable y debe ser una y otra vez reconstruido. En lo que a la Diócesis de Bilbao se refiere, el panorama es de relativa calma: existen por supuesto algunas tensiones entre grupos y sensibilidades que no son fácilmente conciliables, pero no veo rupturas definitivas. El acercamiento y la convivencia en espíritu de respeto ayudan mucho a superar prejuicios y a abrirnos a lo diferente, en un espíritu de diálogo sincero que solo puede inspirar el Espíritu. No están las cosas como para perder energías en batallas internas.
Licenciado en Psicología, doctor en teología, Máster en Economía… El título de tu tesis doctoral es “La guerra imposible” ¿Es la formación la mejor arma para cambiar el mundo?
La formación es una herramienta importante que sirve para entender mejor el mundo y situarse con mayor acierto ante los problemas y desafíos que se van presentando. Pero la formación auténtica solo se consigue si las reflexiones de los libros se contrastan en la rica experiencia de las relaciones humanas, en medio de las tensiones y problemas de la vida cotidiana, en los intercambios con los que piensan diferente, en las decisiones y las acciones que uno va adoptando con aciertos y errores, en la humildad de reconocer estos últimos. En esa tensión, en ese diálogo con la vida y con la gente, es donde la formación se convierte en sabiduría. ¿La formación cambia el mundo? Hay un saber de biblioteca, abstracto, solipsista, incomunicado, que puede producir satisfacción a quien lo cultiva, pero que no cambia nada. Hay otro tipo de formación, muy especializada y limitada en su capacidad de iluminar la enorme riqueza de lo humano y que, sin embargo, por resultar sesgada, ni siquiera es capaz de reconocer sus propias limitaciones. Es lo que está hoy sucediendo con la formación técnica muy específica, cada vez más extendida. Ciertamente esta formación cambia el mundo. De hecho, es la que el sistema económico prefiere y promueve, pero, aunque genere cambios beneficiosos, también es capaz de producir considerables males. Hoy la gente se forma mucho, pero se trata de una formación muy especializada, perfectamente compatible con una gran ignorancia en dimensiones esenciales de la vida y la relación humana. Por otra parte, y para complicar más el argumento, todos hemos conocido a personas que, sin tener “escuela”, nos han demostrado una gran capacidad de vivir con una profunda sabiduría. Estas personas abundan en las culturas tradicionales, y en mis años en Latinoamérica, he podido conocer a muchas. Pero, aunque la “formación” no asegure nada y no sea requisito ni ventaja para seguir a Jesús, hoy es muy difícil hablar de muchos temas y no decir tonterías, si no tienes una formación amplia, y no buscas tiempo para leer algo más que los mensajes de twitter y lo que tus amigos escriben en Facebook.
Has sido vicepresidente de FIARE (Fundación para la Inversión y el Ahorro Responsable) y eres el autor de un libro titulado “¿Ética en los negocios?”. ¿Cuál es la respuesta, es posible una ética en los negocios?
En el mundo de la ética empresarial hay mucho “greenwashing”, es decir, mucha apariencia de compromiso ético, de responsabilidad social y ambiental que, en realidad, son, sobre todo, sofisticada estrategia de marketing. Pero no todas las empresas funcionan igual o se conforman con los mismos estándares éticos: algunas se preocupan sólo del beneficio económico y consideran a los trabajadores como meros instrumentos a los que exprimir, mientras que otras cuidan la dignidad y condiciones del trabajo; algunas engañan con el producto, mientras que otras reflejan con claridad lo que venden; algunas esconden el impacto medioambiental de su actividad, mientras que otras lo reconocen e intentan compensar o corregir esos efectos negativos; algunas asumen más responsabilidades sociales en su entorno, otras hacen lo mínimo para aparentar; algunas desarrollan actividades más perjudiciales para el medio ambiente, como es el caso de las que trabajan con combustibles fósiles, otras promueven alternativas de energía limpia; algunas son más transparentes en todo lo relacionado con la información interna, otras funcionan con mucho hermetismo. Es decir, que en las formas de organización y funcionamiento de una empresa hay una gran variedad de estilos y concreciones, una diversidad de culturas, que tiene una indudable dimensión ética. Es muy difícil que las grandes multinacionales modifiquen significativamente su cultura y compromisos éticos. Pero hay todo un mundo de pequeñas y medianas empresas en las que muchas cosas se pueden hacer de manera diferente y mejor.
El 1 de febrero se celebró en Asís el seminario «Laudato si’, economía y finanzas» organizado por El Grupo Banca Ética (Fiare-Banca Ética y la Fundación Finanzas Éticas). En tu conferencia afirmaste que «La Enseñanza Social Católica es mejor identificando males, que proponiendo remedios; es más sólida en la formulación de principios, que orientando su implementación». ¿Crees que la iniciativa «La economía de Francisco» que tendrá lugar también en Asís entre el 26 y 28 de marzo, convocada por el Papa puede caer en esa inoperancia?
Los principios de Doctrina Social sirven si somos capaces de aterrizarlos. Durante décadas ha habido poca comunicación entre profesores de moral social y el mundo de la empresa. La teología y la economía en nuestro mundo de saberes fragmentados pueden convivir en una misma institución universitaria pero apenas entran en diálogo. Este encuentro de Asís es peculiar, porque va a estar protagonizado por jóvenes economistas y empresarios menores de 35 años. Entre ellos habrá sin duda gente con nuevas ideas; algunos incluso habrán demostrado capacidad de poner en marcha experiencias interesantes, iniciativas creativas, valiosas, que reflejen en mayor o menor grado valores humanistas. ¿Podemos esperar que de allí surja una fuerza capaz de transformar la economía mundial? Eso no va a suceder. Pero tomando en cuenta los negros nubarrones que se dibujan en el horizonte humano y dado que tenemos muchas más preguntas que respuestas, este encuentro genera esperanza y sus resultados pueden inspirarnos vías y remedios. Sinceramente, no creo que, una vez celebrado, en la evaluación del mismo vayamos a considerarlo inoperante.
Crisis económica a nivel mundial, crisis ecológica sin precedentes… ¿La insostenibilidad de las finanzas pueden dejar un espacio para un despertar de la conciencia católica?
El catolicismo, por su misma condición, no va a identificarse nunca en su conjunto con una u otra bandera de cambio social radical. Existirán en su seno personas que busquen y promuevan el cambio, las cuales deberán convivir con otras que se resistan a esos mismos cambios. La identidad católica nunca la encontraremos tras una bandera revolucionaria, aunque sabemos que hay y seguirá habiendo mujeres y hombres católicos que busquen el cambio social y lo entienden como exigido por su fe. Tomemos el ejemplo de la crisis climática y la “Laudato Si”. Incluso si, como es el caso, el mismo Papa es quien promueve el cambio de conciencia y prácticas sociales, la comunidad católica le sigue solo parcialmente y con lentitud, animada en parte por la propuesta papal, pero sobre todo reflejando la lenta evolución de percepciones y sensibilidades que se produce en el conjunto de la población. Específicamente, en lo que a finanzas éticas se refiere, son muy pocas las personas conscientes de la profunda relación existente entre los males del sistema económico y el funcionamiento de los mercados financieros. No hablo solo de los cristianos de base. En instituciones católicas, incluso aquellas que valoran y divulgan la Doctrina Social, está muy poco desarrollada la conciencia de que invertir éticamente es algo más que evitar poner dinero en armas, pornografía o anticonceptivos. Cambiar el mundo significa también cambiar el modo como invertimos y gestionamos nuestros recursos.
Llevas toda la vida vinculado a la pastoral social y a Cáritas. Has estado 12 años en Ecuador. Volviste a Otxarkoaga. ¿Dónde se trabaja mejor por el Reino de Dios: ¿en el fango, desde la base, o desde las esferas donde se toman las decisiones?
Interesante pregunta, en la que me ha tocado pensar más de una vez. Creo que Dios nos llama a actuar en todos los ámbitos: en la base y también en las alturas. Pero también creo que solo lo que hagamos en la base, con generosidad y buscando su Reino, tiene su respaldo pleno. Por eso, si tengo que elegir, me quedo con el trabajo en los barrios, en los pueblos, en las asociaciones, en las parroquias, en las comunidades a pie de calle, en los países del sur. Y ello, independientemente de los resultados, del éxito o fracaso de todos esos esfuerzos humildes y anónimos. En ellos existe la certeza de que Dios está presente, porque Cristo estará siempre con quien le busca en la debilidad, en la propia y en la de los hermanos. También me ha tocado hacer trabajo en las alturas y creo que es bueno y necesario si uno lo hace por las razones adecuadas, pero no tengo tan claro que los esfuerzos por buscar apoyos e influenciar decisiones desde arriba sean tan diáfanos desde el punto de vista evangélico. Insisto, no minusvaloro esos ámbitos de incidencia, solo que no tengo tan clara la motivación evangélica de las personas que prefieren ese tipo de relaciones y las cuidan más que otras. Pero cuidado, porque la Iglesia católica es una comunidad de fe con vocación de influir en todos los niveles donde se juega el bienestar integral del ser humano, ahora incluso a nivel global, y tiene mucho peso en ámbitos específicos de responsabilidad. No podemos tampoco escondernos tras la pretensión de que vamos a poder transformarnos todos y de repente en San Francisco. No digo en franciscanos porque los franciscanos hace mucho tiempo complementaron a San Francisco jaja.
¿Sigues moviéndote en bicicleta por la ciudad? ¿En qué ha cambiado tu vida durante este último año?
Sigo utilizando la bicicleta en la ciudad, que algunos amigos ya han bautizado como el “coche oficial”. En este aspecto, las cosas han cambiado poco, aunque al tener que moverme más por Bizkaia, utilizo más el coche. El cambio mayor se ha producido en el ámbito de las relaciones humanas porque ahora debo relacionarme con mucha gente y en un estilo de comunicación que es, inevitablemente, menos personal. Eso, unido al hecho de que quien te saluda y no te conoce, te percibe como “representante institucional” y esto es nuevo para mí. Y por serlo, debes intervenir en eventos públicos, hablar ante personas que no conoces y que nunca vas a poder conocer realmente. Es algo que, por ejemplo, los cargos políticos tienen que vivir cotidianamente. No me gusta, pero va en la cesta.
El VIII informe de FOESSA nos habla de la gran desvinculación. Como consecuencia de la crisis la fractura social es cada vez más evidente. Hace tiempo que escribiste un libro sobre los encuentros entre personas desde la vulnerabilidad de lo que son. ¿Es la ternura un buen antídoto para la autosuficiencia y autocomplacencias?
La ternura es descentramiento, es capacidad de dejarte afectar por el sufrimiento de otras personas, sufrimiento que no es tuyo, pero que asumes tú por sentirte interpelado. Nadie puede asumir la tragedia de los otros al 100%. Pero hay quien es capaz de sintonizar con verdad, y hay quien va a intentar verse afectado poco o nada. En esta asignatura, que es la del amor cristiano con otro nombre, se puede retroceder y se puede avanzar. Para mí la autosuficiencia es la ignorancia más radical. Nacemos en un mundo construido con el esfuerzo de generaciones. Nadie puede nacer solo, nadie sobrevive solo. Somos lo que otros nos han dado y la mayor ceguera es creer que lo que tienes es solo tuyo. Y, sin embargo, la convicción de que “a mí nadie me ha regalado nada”, que oímos en diversas fórmulas y variedades, está muy extendida. Es una idea absurda pero que tiene gran aceptación, porque resuelve muchos dilemas éticos y justifica como ninguna otra la autocomplacencia y la insolidaridad.
Siendo Juan Mari Uriarte Obispo de Bilbao, y antes de irte a Ecuador, fuiste un testigo cualificado del proceso de paz. ¿Cuáles son las mayores dificultades con las que encontraste?
El asunto empezó cuando Juan Mari Uriarte, en el año 1998, era Obispo de Zamora. En el contexto de una tregua de ETA, el gobierno español le pidió apoyo técnico para abrir una línea de comunicación y, como él se encontraba lejos del País Vasco, Juan Mari solicitó mi colaboración. Lo que hubo que hacer se realizó con discreción y seriedad, pero, sinceramente, no lo considero, ni relevante, ni meritorio en absoluto. Me ha tocado hacer otras muchas cosas más significativas, aunque tengan menos interés mediático. Aquello fue el producto de una casualidad, más que otra cosa. Algo que, además y como luego se demostró sobradamente, no tenía mucho recorrido porque ETA ha tenido que verse muy débil para aceptar lo que finalmente ha acabado aceptando: que el asesinato de tantas personas, además de ser injustificable moralmente, tampoco ha servido para acercar la autodeterminación que era su objetivo. Pero la incapacidad de ETA para madurar política y moralmente, debida en gran parte a la inestabilidad de su liderazgo volátil, es, en sí mismo, todo un tema.
¿Cómo ves en general a nuestra Iglesia? Hay un derrumbamiento respecto de lo cristiano, una especie de desapego y sospecha. ¿Qué está pasando?
Es muy difícil entender lo que está pasando porque la secularización en el País Vasco, por su contundencia y rapidez, es peculiar. Se habla de que Cataluña tiene niveles similares o incluso más altos de secularización, pero allí el proceso viene de lejos y ha sido más progresivo. Aquí en dos generaciones hemos pasado de “euskaldun fededun”, a escuchar en muchos ambientes que la Iglesia, incluso la religión cristiana, es una realidad irrelevante, cuando no perniciosa para la vida de la gente. Esto en parte tiene que ver con errores propios que han alimentado un fuerte deterioro de nuestra imagen. Pero hay mucho más que eso y creo que las claves de lo que está sucediendo no han sido todavía suficientemente reflexionadas. .
¿La Iglesia ha de ser valiente para abordar con transparencia los abusos que ha cometido en su historia más reciente?
Todas las personas con algún tipo de responsabilidad sobre otras, pueden utilizar su ascendiente para hacer el bien o para hacer daño. Sabemos que no todo es trigo limpio en la Iglesia y que algunos han utilizado su proyección social para abusar de otros más débiles. Debemos reconocer ese daño, confrontar a los abusadores, y hacerlo con determinación y contundencia. Escuchar a las víctimas, creer en su testimonio, dialogar con ellas, apoyarlas en todo lo posible, es una prioridad. Nuestra responsabilidad va más allá de lo legal, porque estos abusos dejan una huella profunda que no prescribe. Debemos aceptar las críticas y mejorar nuestra disposición a aceptar y asumir lo que no nos gusta, debemos cuidar nuestros protocolos, tanto para acoger las denuncias, como para prevenir cualquier daño futuro. Dicho esto, no es justo que algunas personas vean un cura y lo consideren como un abusador en potencia por el hecho de ser célibe. Estos abusos, siendo muy graves, no pueden hacernos olvidar que, de esa misma Iglesia, en cada momento de la historia ha surgido un gran número de personas integras y generosas, capaces de entregar su vida para mejorar la situación de jóvenes y de tantos grupos sin esperanza. Eso ha sido así y sigue siendo cierto hoy.
¿Cómo ser hoy cristiano en esta sociedad laica, lejana a todo planteamiento religioso?
No hay más que un modo de ser cristiano: entender la vida como un don, intentar vivir según la propuesta del Evangelio, pedir en la oración que llegue el Reino de Dios, colaborar con Cristo en hacer realidad su sueño para la humanidad, alimentar la misericordia con la Palabra y la Eucaristía. Durante algún tiempo hemos creído que, si éramos auténticos, íbamos a poder contagiar a otras personas que reconocerían el valor de la propuesta. Ahora sabemos que en Europa la cosa va a estar bien difícil, al menos en las próximas décadas. Así que tocará asumir que somos los raritos, los que creen y hacen cosas que la mayoría considera ya superadas y sin sentido. Si a esto le añades la percepción de que la Iglesia es una estructura de poder, con privilegios, pues te puedes imaginar lo fácil que va a estar esto. No se trata de hacer victimismo, pero si van a ser tiempos duros en los que las palabras de Jesús en las que anuncia incomprensiones e incluso persecuciones, van a sonar con nueva fuerza en la comunidad de creyentes. Eso sí, todo esto hay que vivirlo en un profundo espíritu de mansedumbre, como una invitación de Cristo a purificar y fortalecer nuestra fe, poniendo nuestra confianza solo en él y no en tantas cosas que nos daban una falsa seguridad.
¿Y cómo te imaginas el cristiano del futuro, la Iglesia de mañana?
Ay Dios! Eso de “el cristiano del futuro”. No hay una respuesta unívoca a esa pregunta porque hay muchos tipos de cristianismo y muchos contextos enormemente diversos. Primero, porque los cristianos lo son en una tradición eclesial. Nosotros somos cristianos católicos y este calificativo nos define porque define muchas cosas: ministerialidad, eucaristía, espiritualidad, devociones, religiosidad popular, compromiso social y político, muchas cosas que nos hacen distintos a otras tradiciones cristianas, ortodoxas, reformadas y demás. Segundo, y centrándonos ya en el catolicismo, el mundo es muy grande y, aunque algunos aquí crean lo contrario porque piensan que lo que aquí está sucediendo antes o después va a pasar en otros sitios (otra expresión del sentimiento de superioridad europeo), lo cierto es que el catolicismo va a tener un considerable desarrollo en gran parte del planeta. Así que no es nada fácil responder a la pregunta. Pero si esta se refiere a nuestra Iglesia y aquí, en el País Vasco, la veo en 50 años mucho más reducida que ahora, y más identificada en torno a la Eucaristía y la Palabra de Dios, con menos relevancia pública y fuerza institucional, viva en algunos lugares y desaparecida en otros.
¿Qué relación mantienes con los franciscanos de Irala de Bilbao?
Justo el 1 de enero estuve celebrando con ellos los 50 años de la parroquia y les conté que en un local juvenil que tenían, convertido el domingo por la tarde en discoteca popular, encontré y tuve durante un tiempo mi única novia. Esto era en 1974. A la novia tuve que dejarla para entrar al seminario en 1975 pero tengo un buen recuerdo de aquello. Más allá de eso, y de que Lidia, una amiga mía ya fallecida que trabajaba en el obispado era feligresa y por eso sabía que había un coro, no he tenido hasta ahora otras oportunidades de relacionarme con la comunidad. Ahora como obispo tendré más.
Eskerrik asko!