Xabier Etxeberria
Los grandes relatos evangélicos de perdón, según hemos visto, proponen un perdón incondicionado y gratuito. Pero hay otros textos que parecen cuestionar esos rasgos. Los comento en dos entregas.
Perdona a quien se arrepiente
“Si tu hermano se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces al día y otras siete viene a decirte: ‘Me arrepiento’, perdónalo” (Lc 17,3-4). El texto es la versión lucana del perdonar indefinidamente de Mateo. Pero añade un detalle: el arrepentimiento previo. Algo que puede entenderse desde la lógica de la condicionalidad y el intercambio, o enmarcado la incondicionalidad y la gratuidad.
En el primer caso, el texto se traduce así: “ofrece tu perdón solo al que se arrepienta”, con lo que, por un lado, el arrepentimiento es la condición que debemos imponer para ofrecer el perdón: ruptura de la incondicionalidad; y, por otro, ese arrepentimiento hace que se merezca un perdón que se debe dar como contrapartida: ruptura de la gratuidad.
En el segundo caso, el texto se entiende de este modo: a quien te expresa su arrepentimiento, no le cierres nunca tu corazón y ofrécele tu perdón. Lo cual, por un lado, en modo alguno veta que tú, ofendido, tomes la iniciativa de ofrecer un perdón incondicional; y, por otro, no saca al perdón del ámbito de la gratuidad: ofreceré el perdón con más facilidad a quien me expresa arrepentimiento, pero siempre ajeno a la lógica de intercambio obligado según el criterio de la equivalencia. Perdonar, como indica su etimología (per-donare) es donar en el nivel más alto.
Considero claro que, en el marco del evangelio de Lucas, sus impactantes textos antes comentados, con una incondicionalidad y gratuidad tan marcadas, imponen la segunda interpretación. Además, abiertos a la comprensión de arrepentimientos imperfectos o contagiados de intereses personales, no solo teniendo presentes los textos ya vistos, sino este mismo texto: no cabe imaginar un arrepentimiento purificado y sentido que tenga que reiterarse siete veces al día porque se reiteró siete veces la falta.
La aplicación secular del texto
El texto como tal admite una aplicación secular directa. Recordemos que puede hacerse en ámbitos intersubjetivos o cívicos. Un ejemplo en lo intersubjetivo: una persona a quien confié una secreta fragilidad mía se la cuenta a otra, que pasa a menospreciarme. Otro, muy crudo, en lo cívico: un terrorista mata a mi marido. Ambos ofensores me expresan su arrepentimiento. ¿Les ofrezco mi perdón?
En ambos casos, el texto como tal invita a ofrecerlo, pero como don, esto es, no como deber que me obliga de modo tal que cometeré una falta –personal o cívica- si no lo ofrezco, sino por la fuerza con la que acojo la invitación a que el amor por la persona desborde la animadversión a ella que su ofensa y su crimen me provocaron, sin que eso suponga minimizar en nada el alcance fáctico y moral del daño (se perdona porque hay culpa, no dis-culpando, aunque en el perdón generoso haya inclinación a la comprensión del otro –así Jesús en la cruz: Lc 23,34-). El arrepentimiento que mi ofensor me expresa dinamiza entonces mi respuesta de perdón, pero en el fondo descubro que se lo ofrecería aunque no me lo hubiera expresado. El perdón sigue siendo incondicional por de ambas partes.
Un perdón así, en el ámbito personal puede mostrar toda su fuerza de reconciliación sin generar problemas éticos. En el ámbito cívico, en temas graves, no solo precisa procesos de fuerte maduración interior psicomoral, sino que genera estas cuestiones: ¿no atenta contra la justicia ante el delito?, ¿no habrá que o rechazarlo o ponerle fuertes condiciones? Las retomaré en la segunda entrega.
Perdona y serás perdonado
“Perdona nuestras ofensas como también perdonamos a los que nos ofenden […] Porque si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas” (Mt 6,12.14-15). (Ver Lc 11,4 y 6,37). Este texto propondría otra condición al perdón: que quien es perdonado haya perdonado a su vez. Vuelvo a defender frente a ello, que es más adecuada una interpretación que orienta, aunque sea en tensión, a la incondicionalidad y gratuidad del perdón: solo cuando nos abrimos a perdonar a los demás, cultivamos las actitudes interiores necesarias para abrirnos de verdad al perdón que se nos ofrezca.
El texto no se deja aplicar secularmente de modo directo, pues remite a Dios, pero cabe una aplicación que ponga entre paréntesis esta referencia: perdonar nos madura para acoger positivamente el perdón de otros, siendo también verdad lo inverso, que la experiencia de recibir el perdón de otros nos ayuda a perdonar.