El pasado 19 de Abril celebrábamos el centenario del nacimiento de Mons Alejandro Labaka, que nos dejó hace ya 32 años, el 21 de julio de 1987, en la Amazonía ecuatoriana.
¿Quién era Alejandro?
Corría el año 1920 y en un pequeño pueblo de Gipuzkoa, Beizama, nacía un niño, dentro de una familia de profunda fe, al estilo de esta tierra abrupta de montañas: una fe unida a la tierra y a costumbres inveteradas.
A los 13 años, algo se movió profundamente en su interior y decidió darle cuerpo a ese algo que iba apareciendo: llegar a ser Franciscano Capuchino, sacerdote y misionero. Alejandro quiso desde muy joven ser misionero; así lo muestran numerosos textos y citas de sus años de estudio en el Seminario Capuchino de Alsasua, mostrando el deseo de partir y de conocer otras culturas.
Tras los años de formación transcurridos entre Navarra y Zaragoza y después ser ordenado sacerdote, a los 27 años, corría 1947, es destinado a la misión de Pingliang, en la zona de Kansu, “la misión más pobre y difícil” de China. La fascinación de Alejandro por este país duraría el resto de sus días, aunque su estancia en el país asiático apenas fuese de seis años.
En 1953, cuando contaba 33 años, fue expulsado de China y destinado por sus superiores a Ecuador y tras vivir en varias regiones del país, llegó a la Misión de Aguarico en el año 1965. Allí comenzó su gran labor en contacto con los pueblos más olvidados, pequeños e indefensos. Fue nombrado Prefecto Apostólico de la Misión Capuchina de Aguarico, residiendo en esta Misión hasta el final de su vida, con un intervalo de apenas unos años en Guayaquil, tras los que regresó al Vicariato como un misionero más, y donde fue ordenado obispo en 1984.
Alejandro quedó fascinado por el mundo amazónico, las culturas indígenas y el gran entorno de la selva. En 1976, Alejandro contactó con un grupo waorani. Es su último gran descubrimiento personal. Como él mismo escribió, se sintió fascinado por su historia y forma de vida. Desde ese momento se dedicó a convivir temporadas con ellos, a aprender su idioma y su cultura y a constituirse en voz de los sin voz.
Alejandro e Inés Arango, Terciaria Capuchina, compañera inseparable de Alejandro en la misión, como buenos misioneros, se adentraron en las distintas culturas indígenas del entono amazónico, haciéndose de ellos. Juntos dedicaron especialmente sus últimos meses, a la defensa de un pequeño grupo indígena, amenazado por las invasiones petroleras en la selva.
Gracias a estos pueblos, la Amazonía se ha cuidado del mal llamado desarrollo que saquea, contamina, y destruye la vida y la Amazonía.
Los pueblos indígenas de la Amazonía son piedra de tropiezo para los intereses de las grandes compañías petroleras y madereras asentadas en esta región del hemisferio sur. Así pues, estos pueblos son invisibilizados, no existen, corriendo de esta manera el grave riesgo de verse amenazados en su misma pervivencia.
El 21 de julio de 1987, Alejandro e Inés, a fin de evitar un enfrentamiento violento entre grupos petroleros e indígenas, fueron a contactar por primera vez con un grupo indígena (tagaeri) que aún no lo había sido nunca. Al día siguiente, los cuerpos del Monseñor Alejandro Labaka, Obispo de Aguarico, y de la Hermana Inés Arango, Terciaria Capuchina, fueron encontrados a pocos metros uno del otro alanceados en la selva. Sus cuerpos fueron trasladados y enterrados en la catedral de Coca.
Comprometido creyentemente con la realidad
Para Alejandro, vivir según el Evangelio, era la perla por la que merece la pena dejarlo todo y hacerse con el campo. La forma en la que murieron, alanceados, y el hecho de que expusieran sus vidas para salvar las de un pequeño grupo indígena aún sin contactar, hizo que sus muertes fueran noticia internacional aquel 22 de julio de 1987.
Inés y Alejandro son testigos en nuestros días de una pasión sostenida, de un compromiso mantenido hasta las últimas consecuencias, de una libertad coherentemente entregada en circunstancias extremas y hasta el final a las minorías indígenas, tantas veces castigadas por la voracidad de las industrias petroleras, madereras y mineras que operan en la zona.
El cantón Aguarico es parte de la región muy húmeda tropical de la Amazonía ecuatoriana con una temperatura promedio anual de 23 °C y tiene como nota identitaria ser la provincia más pobre de Ecuador en los indicadores de educación, vías de comunicación, paro y sanidad donde se da un alto porcentaje de enfermos con diferentes tipos de cáncer.
Alejandro realizó su misión descalzo, con humildad, en busca de las semillas del Verbo, haciendo verdad las directrices emanadas del Concilio Vaticano II en el cual participó: “El Espíritu Santo, llama a todos los hombres a Cristo por las semillas del Verbo y por la predicación del Evangelio y suscita el homenaje de la fe en los corazones”…Ad Gentes Decreto Sobre la actividad misionera de la Iglesia nº 15
Alejandro quiso ser fiel a este anuncio y hacerlo realidad en su vida. Quiso encontrar las semillas del Verbo en un pueblo, el indígena, que no cuenta en la realidad mundial, pero que a él le fascinó llevándole a optar por ser uno de ellos. Él experimentó una profunda conversión pastoral de la mano de este pueblo al que sirvió hasta el final: los waoranis.
Los Waronis le cambiaron
Los Waronis le enseñaron a ser misionero. Alejandro vivió una fascinación y un enamoramiento hacia este pueblo, de manera que expresó su ser misionero en la defensa de su vida, su cultura –aprendiendo su lengua y sus costumbres-, en la defensa del territorio que habitaban mediando continuamente con las autoridades ecuatorianas para que fueran respetados los derechos de este pueblo minoritario.
Amó tanto a este pueblo, que se hizo hijo adoptivo de un matrimonio wao, sus nuevos padres serían a partir de ese momento, Inihua, su padre, y Pahua, su madre. En una ceremonia entrañable, en la que desnudo, como era costumbre entre ellos, recibió arrodillado, una camachina -consejos de cara a vivir esta novedad en su vida- de su padre y otra de su madre.
Alejandro es un mediador, que contribuye con su vida entregada a establecer un puente entre concepciones diferentes de la vida: la de los waos y la nuestra. Cuando va con Inés a encontrarse con los tagaeri (waos no contactados), saben ambos que éste es el único camino; el del encuentro, aunque esto suponga el riesgo de perder la vida. Las últimas palabras con las que se despidió de sus hermanos capuchinos antes de partir fueron: ”Si no vamos nosotros los matan a ellos”, expresan la pasión que les mueve, el precipicio en el que han entrado.
La crisis sanitaria, social y económica generada por el coronavirus no es ajena al trabajo de TAU y su Solidaridad con realidades y pueblos que sufren injusticias y exclusión. Sin duda, son momentos para la Solidaridad con nuestra sociedad más cercana, especialmente con los colectivos y personas más vulnerables como mujeres que sufren violencia, personas mayores que viven solas o personas sin hogar. También para reconocer y valorar el trabajo de los colectivos dedicados a la salud, la alimentación, los cuidados y la limpieza que ponen la vida en el centro.
Pero, siendo sensibles y corresponsables con las graves consecuencias sociales y económicas que genera esta situación en nuestra sociedad, no podemos dejar de pensar que la pandemia a medida que se extiende a otras regiones y pueblos más empobrecidos, puede tener unos efectos más dramáticos que los que ya estamos viviendo en Europa.
En este contexto de tantas urgencias y tareas, desde TAU como ONG para el Desarrollo queremos compartir algunas pequeñas reflexiones, muchas de ellas provenientes del sector de la Cooperación al que pertenecemos.
En primer lugar creemos que esta pandemia mundial nos enfrenta a una situación totalmente desconocida que no atiende a fronteras o muros. Es una crisis que a las personas y sociedades con mayor bienestar, nos acerca, en cierta manera, a la vulnerabilidad y la fragilidad que viven habitualmente millones de personas en todo el mundo.
En esta línea, la crisis sanitaria actual no puede borrar lo que hasta ayer ocurría de injusto en el mundo. A la conculcación grave y reiterada de Derechos Humanos en muchas sociedades, se suma una crisis sanitaria que si cabe agravará dicha situación generando más desigualdad y precariedad en las personas y pueblos más vulnerables. Ante esta situación, la Solidaridad y la redistribución de la riqueza a nivel local pero también globalmente es vital para no dejar a nadie atrás y que todas las personas y en todas las sociedades podamos vivir vidas que sean merecidas ser vividas.
Esta crisis también consolida la necesidad de reforzar las políticas públicas desde un enfoque de Derechos Humanos que permitan construir un sistema social y económico justo, sostenible y resiliente. En el contexto actual reivindicamos el derecho a la salud. La globalidad de la pandemia manifiesta la necesidad de fortalecer sistemas de salud pública fuertes, que puedan resistir amenazas masivas movilizando todos los recursos a su alcance para asegurar la Cobertura Sanitaria Universal y proteger al personal sanitario expuesto al virus.
La interdependencia es otro aspecto importante para la reflexión durante estos días. Es necesario reforzar por ello, el lema “Piensa globalmente, actúa localmente”. A problemas globales debemos encontrar y consensuar soluciones globales pero desde la transformación personal y colectiva de cada comunidad local aportando siempre al bien común. Para ello, es necesario que los diversos programas educativos formales y no formales así como los modelos de gobernanza existentes apuesten por lograr una ciudadanía global, corresponsable con los retos y problemáticas que nos afectan a todas las sociedades.
Además, en esta descripción desordenada de reflexiones vinculadas a la crisis actual, no puede faltar la mención a la dimensión de los cuidados. Tal y como menciona la Coordinadora de ONGD de Euskadi en su posicionamiento sobre el COVID-19, es necesario poner en valor el trabajo de cuidados, “…Esta crisis pone de manifiesto la necesidad urgente de promover el empoderamiento de las personas proveedoras y de las receptoras del cuidado, tomando conciencia del papel feminizado de este trabajo invisibilizado e imprescindible para el funcionamiento de las restantes dimensiones económicas…”
Por otra parte, esta crisis sanitaria provocada por un pequeño virus nos hace conscientes de nuestra eco-dependencia. La dimensión de los cuidados debe extenderse al cuidado de la naturaleza de forma que tengamos una relación armoniosa y equilibrada con el planeta y resto de los seres vivos, y es que, los seres humanos no somos dueños de la tierra.
Precisamente la dimensión de los cuidados está más a flor de piel estos días de experiencia personal-familiar de fragilidad y confinamiento que trastocan nuestra escala de valores y experiencias vitales. Lo que hasta hace poco parecía urgente y necesario quizás ya no lo es tanto, la vida y el tiempo cobran otro significado. Veremos cómo iremos reaccionando con la vuelta a la “normalidad” pero intuimos que es necesario volver a lo esencial, ser más humildes y austeros, aprender a vivir mejor con menos, sabiendo distinguir lo importante de lo superfluo, apostando en definitiva por la sostenibilidad de la vida y la naturaleza.
Desde TAU, a medida que vamos aportando e interiorizando todas estas reflexiones, continuamos, no sin dificultades, nuestro trabajo para cooperar en el Desarrollo de algunas comunidades y regiones del planeta que también se han visto afectadas por la crisis del COVID-19.
En Bolivia, por ejemplo, nuestra aliada la Fundación San Lucas desarrolla su labor en el municipio de Cochabamba y a pesar del confinamiento decretado por el gobierno, como organización dedicada a la salud de las familias más vulnerables, continúa trabajando, también en los dos proyectos que está ejecutando gracias a la cooperación de TAU. Pero, tal y como nos manifiesta Mayte, la directora de esta organización, su preocupación es muy grande, “es muy difícil hablar de prevención contra el COVID-19, cuando en los barrios donde trabajamos son asentamientos informales donde no hay agua ni saneamiento en las casas, la higiene es muy precaria y las familias viven al día”. Desde San Lucas han podido lograr recursos para poner en marcha un pequeño proyecto de prevención que les da la posibilidad de informar a las familias sobre las medidas de protección así como aprovisionarlas con bidones para recoger agua; detergentes, mascarillas y canastas básicas de comida para una duración de dos semanas.
En Sucre, el Instituto Politécnico Tomás Katari (IPTK) gestiona el Hospital popular George Duez. Sucre, no tiene la suficiente capacidad hospitalaria para hacer frente a la actual emergencia sanitaria y han decidido implementar un servicio básico de atención a personas infectadas por el COVID-19. Desde TAU, vamos a responder a esta demanda con la aportación de 45.000€ de fondos propios (provenientes principalmente de socios/as y la Provincia de Arantzazu) que inicialmente iban a destinarse a otro proyecto del Hospital y dada la emergencia se podrán destinar finalmente a la preparación del Hospital frente a la pandemia del COVID-19.
Son pequeños ejemplos, pero muestran el deber ético que como sociedades tenemos para no dejar atrás a las personas y pueblos más vulnerables tanto aquí como allí. Hoy recibimos el abrazo y afecto de las organizaciones bolivianas o salvadoreñas con las que trabajamos que sienten nuestro dolor como propio, entienden nuestra situación y nos agradecen más que nunca que sigamos a su lado, tratando de caminar conjuntamente en las sendas de la justicia social. Si la pandemia es global creemos, con más fuerza que nunca, que la solidaridad debe seguir siendo global. Es por lo que apostamos las ONGD y seguiremos trabajando en ello.
Más información en la sección de noticias de www.taufundazioa.org
No es necesario pero, os recordamos que TAUfundazioa es un compromiso de la Provincia Franciscana de Arantzazu por la Solidaridad y Cooperación Norte y Sur. Un esfuerzo común para la construcción de un mundo más justo y fraterno.
Que estamos presentes en distintos países y colaboramos, codo con codo, junto a otras personas sensibles ante las realidades de injusticia y desigualdades. Que todas las personas colaboradoras, tienen de referencia el estilo de ser y estar de Francisco de Asís, sobre todo a la hora de practicar la solidaridad y la cooperación con hombres y mujeres despojados de poder y recursos.
Que queremos: Hacer más visible el hecho de que todos somos familia e iguales; con los mismos derechos, más allá de la diversidad de raza, lengua, religión o ideología.
Desarrollar acciones y proyectos que mejoren y cambien situaciones de injusticias existentes.
Ser corresponsables en el logro de una justicia solidaria, junto a toda persona de buena voluntad; aportando nuestro grano de arena desde la opción de vida franciscana.
Responder a los desafíos que sigue planteando el Desarrollo Humano en nuestro tiempo, siempre desde nuestras posibilidades.
Nuestra Misión se fundamenta en cuatro ejes:
Todo ello desde los siguientes Valores:
Y manejando estos Criterios:
Desde este marco, ahora os presentamos la Memoria de proyectos y actividades TAU 2019; y lo hacemos señalando que seguimos transitando por las sendas de esa incidencia política que potencia economías más justas, que trabaja por la cultura del encuentro y la solidaridad, por la justicia, la paz, el bien común, la belleza y la fraternidad humanizada. Que seguimos queriendo salir del individualismo y las filosofías materialistas que nos empujan al consumismo y al olvido de las personas más empobrecidas. Que no nos importa continuar trabajando por nuestro decrecimiento para que los países empobrecidos puedan crecer y desarrollarse y, de esta manera, así acortar algo más la brecha entre países desarrollados y no desarrollados que dice tanta gente…
Por esta razón en el 2019 nos hemos seguido empeñado en proyectos del Sur: EDUCACIÓN (porque es un arma cargada de futuro) con 1 en Marruecos; en SALUD (porque sin este derecho humano no son posibles las demás prioridades) 2 en Bolivia, 1 en Palestina y 2 en El Salvador; en DESARROLLO PRODUCTIVO (porque así se hace posible la sostenibilidad y autonomía sin dependencias ni paternalismos) con 6 en Bolivia y 3 en El Salvador. Mas los 8 proyectos que continuaban de años anteriores, algunos de los cuales han finalizado en 2019.
Aquí en el Norte muchas actividades de SENSIBILIZACIÓN PARA LA TRANSFORMACIÓN SOCIAL (para ser más sensibles ante las realidades de desigualdad e injusticia existente en el mundo); e INCIDENCIA (para ejercer una ciudadanía responsable y aportar en la construcción del Bien común para todas las personas y pueblos de este mundo globalizado) en los territorios de las 4 Sedes que no podemos detallar aquí pero que podéis ver en la Memoria TAU 2019 vistando la web renovada: www.taufundazioa.org.
Informe económico 2019. Las cuentas auditadas nos han dado los siguientes resultados: Los ingresos del ejercicio han ascendido a 1.288.520€ y los gastos totales a 1.286.105€, lo que nos da un excedente positivo de 2.415€. Señalando que del total de gastos, las ayudas monetarias a proyectos en el Sur han sido 1.193.047€ (92,6%); gastos de personal 63.247€ (4,9%); Otros gastos de explotación 30.771€ (2,4%) y amortizaciones 1.043€.
“La Evangelización y la caridad no están confinadas ni en cuarentena”, dice fray Gabriel Gutiérrez, fraile franciscano que, a través de la organización que dirige “Callejeros de la Misericordia”, ha salido a las calles de Bogotá durante el confinamiento por el coronavirus para atender a los que él mismo denomina como “ciudadanías callejeras”. Más de 300 personas todos los días reciben la alimentación básica para afrontar estas complicadas jornadas.
La Iglesia no puede esconderse en este momento en que miles de seres humanos padecen situaciones de grave vulnerabilidad. Y así es, pues son innumerables las iniciativas puestas en marcha a nivel pastoral y asistencial en el seno de la Iglesia y en particular de la familia franciscana.
Hay un testimonio conmovedor del año 253 acerca de cómo los primeros cristianos afrontaron la peste que diezmó la ciudad de Alejandría. Así cuenta Dionisio, el obispo de aquella ciudad: «La mayoría de nuestros hermanos, por exceso de amor y de afecto fraterno, olvidándose de sí mismos y unidos unos con otros, despreocupados de los peligros, visitaban a los enfermos, les atendían en todas sus necesidades, los cuidaban en Cristo y hasta morían contentísimos con ellos… los mejores de nuestros hermanos partieron de la vida de este modo, presbíteros –algunos-, diáconos y laicos, todos muy alabados, ya que este género de muerte, por la mucha piedad y fe robusta que entraña, en nada parece ser inferior al martirio» (San Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, VII, 22.7-10; BAC 612, 470-471).
Este testimonio de Dionisio de Alejandría es la fotografía de ayer y de muchos hermanos hoy. Cuentan las crónicas que muchos paganos se bautizaron tras aquella epidemia, contemplando emocionados tantos actos gratuitos de amor por parte de sus vecinos cristianos.
Pero junto a la pandemia del coronavirus se extiende de su mano la angustia, el miedo a lo imprevisible y el miedo al encuentro. Momento el nuestro para confiar en Cristo resucitado, que aún herido es resucitado; momento para amar y servir desde lo cercano y lo pequeño. Momento para orar, pues cuando ya no podemos nada aún podemos pedir e interceder por nosotros y por todos. Esta es la hora de la misión.
Muchos misioneros hoy están lejos de sus casas. Ellos no corren el riesgo de ser repatriados, porque dejaron sus países para siempre. Voluntariamente se han aislado junto a los desheredados de la tierra, junto a muchas personas que sufren y mueren todo el año sin que nos acordemos de ellos. Y en esta crisis sanitaria, ellos sí piensan en nosotros; en su país sacudido por el sufrimiento; en sus familias muchas formadas ya solamente por padres y hermanos ancianos, que forman parte de los grupos de riesgo.
La Custodia de Tierra Santa pide no abandonar a Tierra Santa y propone realizar «la peregrinación de la oración»
La crisis sanitaria primero obligó a suspender numerosas peregrinaciones a Tierra Santa ante las medidas tomadas por Israel para evitar contagios en su territorio al obligar a hacer cuarentena a los fieles llegados de numerosos países. Sin embargo, la pandemia ha obligado también a cerrar templos y santos lugares que normalmente están repletos de fieles.
Situado bajo el Ecuador en África Central, Ruanda es un pequeño país verde y montañoso. El famoso Parque Nacional de los Volcanes, lleno de volcanes cubieertos de bosques, en el que el monte Karisimbi, de 4.507 m, prinxipal cumbre del país. Este Parque Natural destaca también por albergar una población rica en gorilas de montaña y monos dorados. Al suroeste, el Parque Nacional Nyungwe, con un antiguo bosque pluvial de montaña, alberga chimpancés y otros primates. Todo ello hace de Ruanda “el país de las mil colinas”; un país hermoso y apetecible para la cámara del turista.
En 1962 se independizó de Bélgica. Más tarde Ruanda ocupó el interés de las principales agencias de noticias con motivo del conflicto que estalló el 6 de abril de 1994 tras el asesinato del entonces presidente ruandés, Juvénal Habyarimana, que murió junto al de Burundi, Cyprien Ntaryamira, después de que el avión en el que viajaban fuera derribado, aunque existían indicios claros de la situación que se estaba gestando desde meses antes. La matanza que siguió –el Gobierno ruandés acusó a los rebeldes tutsis del Frente Patriótico Ruandés (RPF) del asesinato- terminaría con la vida 800.000 tutsis y hutus moderados en poco más de tres meses.
Y como siempre que se da una contienda civil de proporciones difíciles de soportar, la Iglesia misma quedó atrapada e implicada en la violencia, en este caso contra los tutsis, de manera que más tarde el mismo Papa Francisco, como ya lo hiciera Juan Pablo II en el Jubileo del Año 2000, pediría perdón al presidente ruandés Paul Kagame, recibido en audiencia el día 20 de marzo de 2017, por los “pecados” de la Iglesia y por sus miembros que “cedieron al odio” traicionando su misión evangelizadora en el genocidio de 1994 en el que murieron más de medio millón de personas, mayoritariamente tutsis.
Esta implicación en la contienda trajo como consecuencia el abandono numeroso por parte de la población ruandesa de la Iglesia Católica aun cuando en la actualidad aproximadamente la mitad de la población se confiesa cristiana católica.
Los mártires de la Iglesia en el genocidio
Según la Agencia Vaticana Fides, en Ruanda, se puede afirmar que la Iglesia misma sufrió un verdadero holocausto.
Según los datos recogidos por esta Agencia son 248 las víctimas entre personal eclesiástico, incluidos una quincena de muertos debido a malos tratos, falta de tratamiento médico y los desaparecidos de los que no se ha tenido noticias y por tanto se les considera muertos. El elenco está sin duda todavía incompleto.
Perdieron la vida en Ruanda en este año 1994: 3 obispos y 103 sacerdotes (100 diocesanos de todas las diócesis del País y 3 Jesuitas), 47 hermanos de 7 institutos (29 Josefinos, 2 Franciscanos, 6 Maristas, 4 hermanos de la Santa Cruz, 3 hermanos de la Misericordia, 2 Benedictinos y 1 hermano de la Caridad).
Las 65 religiosas asesinadas pertenecían a 11 institutos: 18 religiosas Benebikira, 13 religiosas del Buen Pastor, 11 religiosas Bizeramariya, 8 Benedictinas, 6 de la Asunción, 2 religiosas de la Caridad de Namur, 2 Dominicas Misioneras de Africa, 2 Hijas de la Caridad, 1 Auxiliadora de Notre Dame du Bon Conseil y una Hermanita de Jesús. A estas se añaden al menos 30 laicas de vida consagrada de 3 institutos (20 Auxiliadoras del Apostolado, 8 del instituto “Vita et Pax” y 2 del instituto San Bonifacio).
La reconciliación: el secreto de la transformación ruandesa
Contra todo pronóstico, Ruanda ha resurgido de las cenizas. En 25 años pasó de tener cementarios a campo abierto y fosas comunes donde se apilaban los cadáveres a ostentar una infraestructura moderna, internet de alta velocidad y una tecnología de vanguardia con el uso de energías renovables. Un ejemplo de cómo romper con una espiral de violencia del que sus vecinos no logran salir.
También se ha convertido en el país con más mujeres en el Parlamento con un 63%, y está ubicado entre los 10 países africanos con mayor crecimiento económico anual, con un 8%. El país ha logrado duplicar su población a doce millones de habitantes, mientras en la época del genocidio se redujo a seis. Según datos de 2017 del Banco Mundial, también incrementó su esperanza de vida que ahora es de 67 años, mientras que en 1994 era solo de 29 años.
Asís - Ruanda
Después de un período de descanso y controles médicos en Italia, la madre Giuseppina, OSC, ha regresado a Ruanda acompañada de Fray Marco Freddi, OFM, secretario de las Misiones de los Hermanos Menores de Umbría y Cerdeña, como signo de comunión fraterna y con el fin de verificar in situ las necesidades de las hermanas.
La hermana Giuseppina ha estado en Ruanda por más de treinta años, desde que fue enviada aquí por su comunidad de Asís (Proto-Monasterio) a principios de los años ochenta, junto con la hermana Miriam, para crear una comunidad de Clarisas ruandesas. En estos años hubo un paréntesis de dos años (1994-96) que llevó a pensar que todo había acabado con motivo de la guerra civil que la obligó a escapar apresuradamente, regresando en 1996 para reiniciar el monasterio que saqueado se había salvado al menos en sus estructuras más elementales. Gracias a la generosidad de su comunidad de origen y de la Orden, la hermana Giuseppina logró reiniciar la vida en el monasterio comenzando por reunir a la comunidad dispersa por la guerra y a partir de ahí, la comunidad ha ido creciendo hasta alcanzar hoy el número de 45 hermanas presentes en el convento. No son las únicas vocaciones nacidas en estos años, porque a medida que la comunidad creció, se creó otra comunidad en Ruanda que luego se asentó en Burkina Faso, y recientemente una nueva comunidad en Nyinawimana, en una de las colinas de Ruanda.
La hermana Giuseppina con sus 45 hermanas, jalonan sus días entre la oración comunitaria, la adoración y los trabajos, que hacen que la comunidad pueda ser autónoma. Trabajos como la confección de ropa litúrgica, la creación de iconos y la producción de miel, incluso si como es el caso en este momento, las colmenas han sido prácticamente diezmadas por una epidemia, dan a la vida diaria en esta comunidad de Ruanda. Trabajo y oración en medio de la vida de las hermanas jalonada de momentos de recreación donde, como señala la hermana Giuseppina, el alma africana de las hermanas ruandesas tiene la oportunidad de expresarse en toda su vitalidad.
La dedicación de las hermanas ruandesas a su misión clariana de ser “sostenedoras de los miembros vacilantes de la Iglesia” nos empujan a celebrar este injerto revitalizante de estas energías en el viejo tronco de la Orden.