Aitor Sorreluz
Es otoño y la llamada segunda ola de la pandemia está pegando fuerte. En un debate online, Txetxu Ausín, colaborador de esta revista y filósofo del CSIC, vindicaba ante epidemiólogos renombrados, la necesidad de una vacuna social. En este número subraya la importancia del humor como vacuna contra la adversidad... Imaginarme el tamaño de la jeringuilla de tal vacuna social hace que se me dibuje en el rostro una sonrisa que la mascarilla es incapaz de tapar.
No debe de ser broma, pues estos días ha iniciado su andadura en Arantzazu un laboratorio de innovación social. ¿Investigadores tras alguna suerte de vacuna social? ¿Vacuna para anteponer el bien de las personas frente a una aplicación ciega y acrítica de la ley o norma? ¿Vacuna para recordarnos que frente a la pobreza otro mundo es posible y necesario? ¿Vacuna para poder hacer frente a la ambivalencia de la realidad que nos rodea? ¿Vacuna para una sociedad enferma, vacuna contra una sociedad desvinculada? (VIII informe FOESSA, Cáritas, 2019).
La primera parte de la encíclica "Frateli tutti" firmada por el Papa Francisco el pasado 3 de octubre hace un diagnóstico certero de la enfermedad que azota a nuestras sociedades. Inspirada en la tradición franciscana propone la fraternidad y la amistad social como antídotos para construir un mundo mejor, más justo y pacífico, con el compromiso de todos. Está dirigida a personas de buena voluntad, sean creyentes o no, y es un canto contra la indiferencia frente al sufrimiento del otro. Propone una pedagogía de la indignación como modo de poner en valor al prójimo. El otro es un tesoro. Privarle de su dignidad ha de 'in-dignarnos' y actuar para recuperarla.
Arantzazu es testigo de 500 años de historia de vida en fraternidad, con sus luces y sus sombras; medio siglo tratando de vivir según los valores del Evangelio. Quizás sea tarea de todos encontrar los principios activos que hacen ver al otro como hermano, como hijo de un mismo Padre. ¿Acertaremos con la dosis?