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na pregunta: ¿La nieve viste, o desviste? Supongo que después del empacho de colores y matices del otoño incomoda ser testigos de la desnudez de un paisaje monótono y sin hojas. De ahí, quizás el dicho que afirma que la nieve cubre nuestros montes de un manto blanco.
Me da la sensación, sin embargo, de que la nieve cubriendo lo evidente y lo superficial, hace visible lo escondido, lo oculto y lo no evidente. Los paisajes nevados de Arantzazu muestran, en una inagotable gama de blancos y grises, grietas, oquedades caminos y sendas, siluetas y perfiles que las demás estaciones del año se encargaban de tapar. Incluso la Basílica se muestra sorprendentemente distinta: las puntas de diamante de las torres se asoman como nunca, iluminadas por la nieve. La carga y el sufrimiento que soporta la Piedad se materializa dramáticamente en la gruesa capa de nieve que soporta a sus espaldas. Cubriendo el rostro y el torso de los apóstoles la nieve los hace uno e intensifica los vacíos y debilidades. Semejante peso parece anclarlos a la tierra.
Por todo eso, quizás la nieve desvista el paisaje. Crudo invierno, lo llaman. Arantzazu, lo hemos dicho muchas veces, cambia la mirada de aquél que se deja mirar. Quizás el nudo paisaje, la sola basílica, invitan a quien mira a desnudarse, a dejar a un lado lo evidente y superficial y, en una gama inagotable de blancos y grises, a atreverse a mostrarse en las grietas y oquedades de uno mismo.
A veces pienso que esta pandemia es como una gran nevada que ha deja de manifiesto, impúdica y groseramente, la vulnerabilidad y fragilidad que habitan en nuestro interior. Interior, el nuestro, lleno de claroscuros: si bien es verdad que la emergencia sanitaria en la que estamos sumergidos ha hecho que florezca en las personas sentimientos y acciones de solidaridad, generosidad y altruismo que hacen razonable pensar en un cambio, no es menos verdad que este estado de alarma ha sido un caldo de cultivo del que han brotado aquí y allá sentimientos y comportmientos insolidarios, egoístas y mezquinos.
El relato de Caín estremece: saber de un Dios que endereza la historia humana, la reconduce, abriendo caminos de futuro que enciende briznas de esperanza revolucionarias en nuestro interior. Igual que los copos de nieve iluminan las puntas de los diamantes/espinos de las torres de la basílica de Arantzazu.
Decía Don Quijote: "Sábete, Sancho, todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca." (Don Quijote, primera parte, cap. XVIII, 86-88).
Con la vacuna contra el COVID-19 parece que, habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca. El principio del fin, dicen. No parece, sin embargo, que estando el bien cerca, se haya alejado el mal.
Hace algunos meses hablaba sobre la gran desvinculación que está acelerando los procesos de transformación socioculturales de nuestra sociedad. La crisis económica que se inició en el 2008 así lo indicaba, y las medidas adoptadas en esta pandemia así lo corroboran. El metro y medio de distancia social convertido en norma es el triste reflejo de esta gran desvinculación que hace que expulsemos al distinto y al vulnerable.
Durante la pandemia, hemos encerrado a los más vulnerables (ancianos y personas dependientes) en sus residencias. Por su seguridad, los mantenemos ahí, aislados, mientras nos desescalamos y abrimos bares. Durante la pandemia, nos hemos encerrado en nuestras confortables casas, mientras el distinto (el inmigrante), transita de la periferia al centro, en tareas esenciales. No todos poseemos la misma capacidad para responder a la enfermedad. Depende de condiciones materiales y sociales como la renta, la vivienda, el trabajo, el género, la edad…
La realidad de las familias acompañadas por Cáritas es desoladora. Más de la mitad de las personas que acuden a Cáritas siguen buscando trabajo. Un 40 % de los que lo tienen trabajan en condiciones de alta probabilidad de contagio frente al COVID, con todo lo que eso supone. 246.000 personas carecen de ingreso económico alguno. Insuficiencia de las ayudas, apagón tecnológico y sus consecuencias en la educación de los menores...
El mal avanza y parece que el bien se aleja. Además de la vacuna contra el COVID, necesitamos urgentemente de una vacuna social.
"—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino". (Don Quijote, primera parte, cap. VIII, 5)
Batalla imposible, quizás, enemigos imaginarios, no creo. Como cada Navidad, acabamos de recordar que Dios eligió hacerse frágil y vulnerable como camino de salvación. El camino está marcado.
Es otoño y la llamada segunda ola de la pandemia está pegando fuerte. En un debate online, Txetxu Ausín, colaborador de esta revista y filósofo del CSIC, vindicaba ante epidemiólogos renombrados, la necesidad de una vacuna social. En este número subraya la importancia del humor como vacuna contra la adversidad... Imaginarme el tamaño de la jeringuilla de tal vacuna social hace que se me dibuje en el rostro una sonrisa que la mascarilla es incapaz de tapar.
No debe de ser broma, pues estos días ha iniciado su andadura en Arantzazu un laboratorio de innovación social. ¿Investigadores tras alguna suerte de vacuna social? ¿Vacuna para anteponer el bien de las personas frente a una aplicación ciega y acrítica de la ley o norma? ¿Vacuna para recordarnos que frente a la pobreza otro mundo es posible y necesario? ¿Vacuna para poder hacer frente a la ambivalencia de la realidad que nos rodea? ¿Vacuna para una sociedad enferma, vacuna contra una sociedad desvinculada? (VIII informe FOESSA, Cáritas, 2019).
La primera parte de la encíclica "Frateli tutti" firmada por el Papa Francisco el pasado 3 de octubre hace un diagnóstico certero de la enfermedad que azota a nuestras sociedades. Inspirada en la tradición franciscana propone la fraternidad y la amistad social como antídotos para construir un mundo mejor, más justo y pacífico, con el compromiso de todos. Está dirigida a personas de buena voluntad, sean creyentes o no, y es un canto contra la indiferencia frente al sufrimiento del otro. Propone una pedagogía de la indignación como modo de poner en valor al prójimo. El otro es un tesoro. Privarle de su dignidad ha de 'in-dignarnos' y actuar para recuperarla.
Arantzazu es testigo de 500 años de historia de vida en fraternidad, con sus luces y sus sombras; medio siglo tratando de vivir según los valores del Evangelio. Quizás sea tarea de todos encontrar los principios activos que hacen ver al otro como hermano, como hijo de un mismo Padre. ¿Acertaremos con la dosis?
No voy a hablar de coronavirus, ni de pandemia ni de distancia social ni de mascarillas... Escribo estas líneas un día después del día internacional de la filosofía. Un tal Polibio (Grecia, 200a.C.) hablaba de la oclocracia, derivación de la democracia cuando la decisión no la toma el pueblo, sino la muchedumbre. Se nutre del rencor y la ignorancia. Quieren quitar la ética del sistema educativo, para acentuar quizás la distancia social para así aislarlos y desvincularnos los unos de los otros y generar un estado de alarma constante. Pero he dicho que no iba a hablar de todo esto.
La navidades está a la vuelta de la esquina, las pocas hojas por arrancar que le quedan al taco de Arantzazu (que en enero hará ¡75 años!) son buena prueba de ello. Visualizaba para la portada de este número una foto nocturna de Arantzazu, como si fuera un pequeño Belén iluminado en la oscuridad... Arantzazu con las luces del alba, luz en medio de la oscuridad; oscuridad que imperceptiblemente deja de serlo.
Joxe Azurmendi, en su maravilloso libro que relata sus últimos días con Bitoriano Gandiaga describe, en el segundo párrafo cómo Gandiaga en vísperas de su muerte le explicó por enésima vez que el paisaje de Arantzazu es como una 'U', es como un regazo que te acoge. Gracias a Oteiza hemos aprendido a ver las concavidades de Arantzazu como espacios receptivos que se activan cuando los miramos desde fuera (o cuando nos dejamos mirar por ellos, desde dentro). Como nos recordaba Elena Martín hace ya un año, habitaciones para el alma.
Ver cómo sale el sol en esas oquedades, cómo se iluminan los peñascos, después las hondonadas, luego la cruz de la torre, los tejados del convento... Ver cómo la luz lo va cubriendo todo desde uno de los regazos del paisaje de Arantzazu es totalmente reconfortante. Llega la Navidad, también en tiempos de pandemia y a pesar del estado de alarma. Llega la luz para iluminar nuestro derecho a ser vulnerables. Tiempo de esperanza y de Buena Nueva. ¡Feliz Navidad!
El otoño evoca cambio. Finalizados los exceso del verano, y conforme los días se van acortando, el paisaje va perdiendo verdor e irrumpe toda una gama de amarillos, ocres y rojizos. El cielo también se torna más luminoso y claro. El viento sur, a veces, y los primeros frentes agoreros del invierno despojan a los árboles de su colorido ropaje. Las hojas van cayendo irremediablemente. Pronto llegará el invierno.
Otras hojas serán arrancadas por gente que cuenta los días para poder salir de la cuarentena. Cifras y datos, positivos diarios que se van acumulando como la hojarasca en otoño. Se va acumulando también el cansancio de muchos profesionales de la sanidad que ven cómo empiezan a llenarse los hospitales, otra vez.
Los días pasan y quizás el día internacional de la salud mental (10 de octubre), el día mundial de la pobreza (17 de octubre), la jornada mundial para las misiones (18 de octubre) estén marcados en el calendario. Ya cayó la hoja que señalaba el 21 de septiembre, día internacional del alzheimer. Recuerdos que van cayendo de la memoria, cabezas desnudas de recuerdos marchitos. Abrazos y caricias sin palabras que acogen y visten en tiempos de distancia social.
4 de octubre. San Francisco de Asís. Día para renovar nuestra intención y vivir con más atención a los que nos rodean y a nuestro entorno (Revolución Laudato Si'). Día cuya hoja también será arrancada. Día para recordar que cada día tiene su sazón. Día para combatir esa ansiedad desmedida que nos hace querer controlar el futuro. Hojas que no han sido arrancadas todavía.
Un mes del inicio del curso en el que las hojas se van llenando algunas veces de conocimiento (las menos) y otras de garabatos...
/5 años también que el taco de Arantzazu está en nuestras casas, marcando el ir y venir de los días. Arrancar una hoja para ver la siguiente. Bonito automatismo para evitar ansiedades, centrarnos en el presente y estar atentos al futuro. Esperar humildemente confiados, porque quizás nuestra desnudez y la del presente cobran sentido desde esos espacios de confianza en los que nos dejamos acoger por aquellos que nos quieren. ¿Si Dios Padre alimenta a los pájaros, no nos va a cuidar a nosotros?
Hojas del calendario que van cayendo. Verdadero placer adentrarse en los bosques coloridos de otoño y caminar pausadamente sobre la hojarasca, sobre esas hojas que han ido cayendo una a una. Miremos hacia atrás y tratemos de recordar, caminando sobre la hojas que han ido cayendo en el calendario de nuestra vida.