La editorial del número anterior quería hacerse eco de la revolución del Laudato Si, quería ser una invitación a la humanización del mundo a través de pequeñas acciones concretas que lo transformen. Dos de los filósofos más mediáticos de estos últimos tiempos, Slavoj Žižek y Byung-Chul Han, mantienen posturas encontradas. El primero sostiene que la pandemia que nos ocupa acabará con el sistema capitalista, porque ha puesto de manifiesto sus fallas y contradicciones. El segundo, en cambio, cree que la revolución no la hará un virus y que esta sociedad confinada nos aislará más. Ha pasado el verano, hemos experimentado con la nueva normalidad y los incesantes brotes nos han anclado en la realidad: todo parece seguir igual, nada ha cambiado, ni el sistema, ni las personas.
Quizás dos meses sean poco tiempo para cualquier tipo de cambio. Es preocupante, sin embargo, la emergencia de movimientos negacionistas que entienden esto del COVID en claves conspiratorias... Me temo que la bandera de defensa absoluta de la libertad personal que enarbolan esconde un ombligo de dimensiones considerables.
Hannah Arendt, filósofa judía, sacudió al mundo reflexionando y haciéndole reflexionar sobre el papel de la responsabilidad individual en los actos de cada uno. Mediante el término "banalidad del mal" quiso alertar de que cualquier persona aparentemente normal puede cometer atrocidades. Otro filósofo judío de origen lituano, Emmanuel Lévinas, recupero la noción de "rostro" para expresar el encuentro con el Otro a través de su vulnerabilidad y fragilidad.
Quizás porque fueron testigos directos del holocausto, ambos situaron la ética en la no indiferencia ante el sufrimiento del prójimo. Quizás porque vivimos tiempos de incertidumbre —en el que un bichito nos ha estremecido recordándonos nuestra radical vulnerabilidad y fragilidad— es necesario no permanecer indiferentes ante el sufrimiento del otro: el rostro del que sufre apela a nuestra responsabilidad. Es en estos tiempos de incertidumbre, precisamente, cuando está en juego nuestra libertad.
En este número veremos que el Evangelio va de incertidumbres, que es la mirada compasiva del otro la que nos rescata de nuestra fragilidad, relaciones de cuidado que nos rescatan del barro y nos hacen mirar a las estrellas.
70 años desde que se puso la primera piedra de la Basílica. Este otoño se pondrá en marcha en Arantzazu un laboratorio de innovación social cuyas materias de trabajo serán la convivencia, el bienestar, el trabajo y el cambio climático. La pobreza, la fraternidad, la minoridad y el amor por la naturaleza han guiado la vida de los franciscanos durante 500 años de historia en Arantzazu. En estos tiempos de incertidumbre, quizás no esté de más no perderlo de vista, aunque sea solo de reojo.
Ha llegado el verano y parece que también la normalidad: calles y terrazas, bares y restaurantes, malecones y playas... Sol y buen tiempo. Mirando para atrás muchos intelectuales y estudios tratan de analizar el confinamiento como si de un gran laboratorio social y económico se tratara. Algunos políticos miran esperanzados al futuro mediante la construcción de una suerte de laboratorio de ideas que permita anticiparnos a él. Se habla de laboratorios de filosofía e incluso de teología. En estos tiempos que se pide tanto a la ciencia, pretendemos convertir todo en laboratorio de lo que sea, pero laboratorio.
Fijaros en cualquier lámpara de vuestra casa y la cantidad de trasformaciones que ha sufrido el entorno para que una vez pulsado el interruptor se haga la luz: transformar e intervenir en el paisaje mediante la construcciones de centrales del tipo que sea para transformar la energía del viento, del agua o del sol en electricidad. Tapizamos el paisaje de cables y postes de alta tensión para que la electricidad llegue a nuestras casas. Interiorizamos normas y estándares para poder usar la electricidad de forma segura...
Muchos filósofos de la ciencia afirman que la ciencia funciona porque se han extendido las redes del laboratorio a la sociedad; sostienen, provocativamente, que la ciencia ha laboratorizado el mundo: la ciencia y la tecnología transforman el mundo para crear condiciones que hagan posible que, por ejemplo, una lámpara dé luz. La ciencia progresa, desde esta perspectiva, en la medida en que es capaz de transformar el mundo.
Seamos ambiciosos y luchemos por un mundo mejor, un mundo en el que prime el amor. Trabajemos por ese propósito global, pero sin pasarnos, sin jugar a ser dioses. ¿Cómo? Fácil: creando condiciones para que la bondad no sea mal vista y considerada como peligrosa. Al igual que la ciencia laboratoriza el mundo para que funcione, hagamos que la ética humanice el mundo y cree condiciones para que la maldad cese. Para ello, no tratemos de buscar personas buenas, no nos perdamos buscando al prójimo, sino que a través de nuestras acciones, seamos prójimo, buenas personas. Compasión responsiva. El reino de Dios en la Tierra.
Laudato Si revolution! Humanización del mundo a través de pequeñas acciones concretas que lo transformen... Porque sí, porque “hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos”.
El pasado número recordábamos que en la Pascua la muerte ha sido vencida y que la esperanza es posible. Después de más de cuarenta días de confinamiento, el 26 de abril los niños pueden salir a calle y a partir del 2 de mayo los adultos podremos, incluso, pasear. Mayo termina con el día de Pentecostés, día en que se celebra que la promesa de Jesús se hace realidad, a través de la venida del Espíritu Santo. Día de esperanza. Mes de esperanza.
El día de Pentecostés se nos cuenta cómo, por la gracia del Espíritu Santo, es posible entenderse, aún hablando diferentes idiomas. Unidad y solidaridad (Hch 2,1-11).
En este estado de alarma provocado por el coronavirus se habla de lucha, de trincheras, de primera línea, de héroes, de víctimas, de olvidados, de vencedores y de daños colaterales, de datos, números y curvas... Estamos interpretando y comprendiendo lo que está convulsionando al mundo entero a través de un lenguaje bélico. Estamos tomando el pulso a la realidad a través de un idioma de guerra. Esta manera de mirar nos ha confinado en nuestras casas, nos ha aislado de los demás, nos ha desvinculado y ha deshumanizado las relaciones.
No somos soldados, y esto no es la guerra. Estamos viviendo una trágica crisis sanitaria que está poniendo de manifiesto las terribles desigualdades que existen en la sociedad y en el mundo. No todos tenemos las mismas oportunidades y recursos para salir de esta; los que antes estaban mal, ahora lo tienen peor.
Esta devastadora pandemia ha dejado de manifiesto, también, lo radicalmente vulnerables y frágiles que somos. Jakiunde, la Academia de las Ciencias, de las Artes y de las Letra vascas organizó un ciclo de conferencias titulado “Transhumanismo, máquinas humanas” (de marzo a noviembre de 2020) en el que se pretendía analizar el modo en que la revolución tecnocientífica actual está transformando a las personas mismas, no sólo a sus entornos y modos de vida. Cuando creíamos que gracias a la tecnología el ser humano podía llegar a ser dios (homo deus), la irrupción del COVID-19 lo canceló todo.
Sin poner en cuestión las medidas que se han adoptado en esta crisis, quizás podríamos hablar de lo mismo utilizando términos como fragilidad, vulnerabilidad, ayuda, cuidado, justicia, equidad... Así, el confinamiento no se vería como un modo de autoprotección, sino como modo de cuidado mutuo; los niños no como potenciales bombas biológicas o nuestros mayores como victimas, sino como seres vulnerables y frágiles que necesitan de atención, cariño y cuidados. Humanidad que se está negando incluso a la hora de morir y despedirnos de los que han muerto.
Tiempo este de esperanza porque si de verdad dejamos que las fisuras y sufrimientos que está generando esta pandemia nos interpelen quizás estemos a las puertas de un tiempo de cambio y transformación. Tiempo de sostenernos las unas a las otras como sociedad, tejer una red que no nos deje caer. Desde la equidad y los cuidados, tiempo de revolución. Desde la tradición cristiana, tiempo de trabajar por el Reino de Dios.
No es país para viejas... ni para cojos, ni para locas. Así se titulaba un artículo que me encontré por la red. Bastó un clic para leer sobre qué iba tan provocativo título: “algunas notas sobre la urgencia de apostar por una sociedad capacitada para atender la vulnerabilidad de nuestros cuerpos, de nuestras vidas.”
Dicen que estamos caminando, poco a poco, a una nueva normalidad. Algunas voces críticas se están levantando y nos recuerdan que la anterior normalidad era letal. La pandemia que nos azota ha agudizado, y por lo tanto hecho evidentes, las enormes diferencias entre unos y otros. Diferencias que matan. Seguimos encaminados, y muchos se están quedando en el camino. ¿Queremos volver a eso?
Otro titular que se ha podido leer estos días ha sido que “los bomberos de Madrid hallan a 62 ancianos fallecidos en sus casas durante el confinamiento”. Diversos estudios dicen que un promedio del 42% de la población está en riesgo de tener problemas de salud mental como consecuencia de la alta vulnerabilidad social y económica. Quizás deberíamos pensar a qué tipo de normalidad nos gustaría volver.
En este número hablamos de soledades, las unas elegidas, las otras impuestas. Hablamos también de que las bienaventuranzas pueden ofrecernos las claves para hacer frente a esta pandemia. Recordamos la Encíclica “Laudato si” cuyo quinto aniversario pone otra vez encima de la mesa el grito desgarrador de una madre Tierra que se desangra y de una inmensa mayoría de pobres y excluidos que el sistema desecha.
¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Por qué hay sufrimiento, si nuestro Dios es amor? Un amigo, como quien no quiere la cosa, decía que era una dicha que el nuestro, sea un Dios Crucificado. Nos hemos pasado dos meses confinados y parece que hemos sido incapaces de estar solos; quizás, en nuestra soledad, no hemos encontrado a nadie.
Iniciamos este número hablando de la soledad habitada. Imaginad la soledad de una persona mayor totalmente dependiente que vive confinada, en plena desescalada, en la habitación de una residencia de ancianos. Dios ha elegido estar ahí. Mucho se está hablando de héroes. Sin embargo, los excluidos y olvidados en esta desescalada son los santos, pues Dios habita en ellos. Bienaventurados.
En la Pascua del Señor, celebraremos que la muerte ha sido vencida y que la esperanza es posible. El tiempo litúrgico establece la cuaresma como período de preparación y renovación, para la Pascua. Tiempo para compartir el pan con el hambriento, dejar entrar en la casa a los pobres sin techo, vestir al que se ve desnudo y no volver la espalda a los demás (Isaias 58, 6-9), tiempo de amor y no de sacrificios (Oseas 6, 6).
El estado de alarma impuesto por el Gobierno nos ha llevado a una situación de confinamiento obligatorio. Evitar el contacto entre personas parece ser el medio más eficaz (el único) de frenar la expansión del virus. Es por esto, quizás, que esta situación ha hecho evidente la necesidad de cuidar las relaciones.
No puedo dejar de recordar la perplejidad, indignación y resignación de un ‘sin techo’ cuando un guardia municipal le instaba a cumplir el confinamiento impuesto por las autoridades. El hashtag #yomequedoencasa evidencia la enorme fractura y desequilibrio social en el que vivimos: bien por no tener casa, bien por la abismal diferencia entre muchas de ellas y por la enorme desigualdad de recursos para afrontar esta situación. Si no estamos atentos, los más desfavorecidos serán, otra vez, los más castigados.
A día de hoy, este virus lleva ya 313.000 casos confirmados y 13.500 muertos. Para cuando lean estas líneas imposible saber cuáles serán las cifras. Estos datos están amenazando la economía mundial y se están tomando medidas sin precedentes a nivel global... Sin embargo: la guerra de Siria ha originado ya seis millones de desplazados y 400.000 muertos; el mediterráneo se ha cobrado ya 36.570 muertos. ¿Y por qué no hacemos nada, o casi nada?
Quizá por la misma razón por la que los rollos de WC desaparecieron inexplicablemente de los supermercados. Reaccionamos cuando vemos lo nuestro en peligro. No sentimos ningún vínculo respecto del sirio, pero tampoco respecto del vecino del quinto. Sociedad desvinculada. Un vasco residente en Corea del Sur decía en Euskadi Irratia que una de las claves del éxito de aquel país para detener la expansión del COVID-19, fue preguntarse no por qué hacer para evitar el contagio de uno mismo, sino qué había que hacer para no contagiar a los demás. El foco no es ya una/o misma/o, sino la/el otra/o. Preguntarse por el desde dónde hacemos las cosas es importante.
Si esta crisis sirve para que realicemos ese giro y nos descentremos y coloquemos, al prójimo en el centro, a través del cuidado, habrá motivos para la esperanza. Si lo público es lo que garantiza el mínimo cuidado para todos, cuidemos lo público.