He leído en algún lado que para cierto filósofo acaparar los recursos disponibles en una pocas manos y privar de los mismos a la inmensa mayoría hace que se generen injusticias sociales que obligan el ejercicio de la caridad y la benevolencia. En ausencia de injusticias sociales, las dos virtudes mencionadas corren el riesgo de caer en la impostura. Parece lógico, aunque resuena una suerte de superhombre que se cree capaz de atajar de una vez por todas dota suerte de injusticia social. Poco espacio para la vulnerabilidad y finitud humanas. La misma sensación me deja el hecho de que en uno de los programas más visto los lunes a la noche —me estoy refiriendo al “Conquis”— se considere como ejemplo a seguir el ser capaz de hacer el mono en una tirolina de 100 metros, a los 60 años.
Los cada vez más abundantes mensajes de que somos capaces de todo, que podemos con todo y que lo único que necesitamos para ello es el que nos lo propongamos, olvidan (o quieren hacernos olvidar) que efectivamente, somos humanos, seres vulnerables y finitos, que conforme envejecemos somos cada vez más vulnerables e incapaces de hacer cosas que antes sí podíamos. Lejos de sentirnos inútiles por no podernos colgarnos de una tirolina, en este número se nos invita a encontrar nuestro valor en la gratuidad y en actividades vinculadas a las personas.
Creernos autosuficientes es muestra de la mayor de nuestras ignorancias, se nos recuerda en la entrevista de este número. Las reivindicaciones del 8 de marzo van en la misma dirección: nos necesitamos los unos a los otros y conscientes de la diversidad y vulnerabilidad es necesario poner encima de la mesa la urgencia de una ética del cuidado. Trabajo, cansancio, enfermedad, vejez, muerte... El día a día nos muestra que no hay paraíso en este mundo. El ser humano sueña con el paraíso, el creyente cree en él. Fe y esperanza. Como cada año, en la Pascua de Semana Santa celebramos que la muerte ha sido vencida, y que la esperanza es posible.
Fin de semana. Uno pregunta a sus hijos si han quedado con los amigos o qué plan tienen, y son incapaces de decir nada hasta 15 minutos antes de quedar. No solo a ellos, el whasapp también nos ha cambiado a nosotros. Ya no quedamos de un día para otro, no hay planes, no hay futuro, solo aquí y ahora, a golpe de apetencia, querencia o deseo.
Hace pocos días que una amiga ha terminado un duro y largo tratamiento contra el cáncer. Estaba embarazada cuando se lo diagnosticaron. Estos meses se ha agarrado hasta a un clavo ardiendo para poder seguir adelante. Los psicólogos le dicen ahora que tiene que vivir el presente. Ella dice que no es tan fácil. Piensa en la muerte todos los días. Necesita esperanza para vivir el día a día, futuro, para vivir el presente.
Este viernes un buen amigo estaba triste. Un alumno suyo murió hace una año en un accidente de tráfico. Su madre no lo soportó y se suicidó hace una semana. Un marido y una hija tratan de sobrevivir.
Cada dos días una persona se suicida en el País Vasco. Diez intentos de suicidio al día. ¿Por qué no hablamos de eso que hace que alguien se quite la vida?
El Génesis, en el Antiguo Testamento, nos recuerda que somos de barro: frágiles y a veces impotentes ante la cruda realidad que se impone en el día a día. El mismo relato cuenta que Dios sopló un hálito de vida y que ese ser formado a partir de la tierra se convirtió en un ser viviente. Esperanza para vivir el día a día; futuro, para vivir el presente
Hay personas que se enfrentan al día a día con paz, serenidad y esperanza. Algunas de tienen fe, otras no. Lo cierto es que cada uno hace su propio camino a la hora de enfrentarse a la vida. En la Biblia se nos dan algunas pistas que nos indican un horizonte, los pasos lo da cada cual.
Un amigo suele decir que conforme nos vamos acercando a las vidrieras de cualquier catedral, la hermosura de la distancia va dando paso a las imperfecciones y suciedades de la cercanía. No le falta razón. A veces nos quedamos siempre en la distancia, y cuando nos acercamos no sabemos qué hacer con lo que nos topamos, en nosotros mismos y en los demás.
La primeras páginas de la Biblia nos recuerdan que en la creación vio Dios que todo era bueno y bello. Se nos invita a confiar en Dios, a pesar de todo. La sabiduría de la vejez dirige la mirada a Dios y fundamenta la esperanza en Él. Confianza transformadora que convierte los errores e imperfecciones en riqueza insospechada.
En este nuevo año que estrenamos volveremos a tener que gestionar la vulnerabilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad que caracterizan a los tiempos actuales. No nos queda otra que confiar en el otro, en los demás, ya que la confianza es un hecho básico de nuestra vida social, uno de los elementos dentro de los cuales vivimos nuestra vida cotidiana y cuya ausencia la haría imposible y paralizante. Esperanza para tener confianza a pesar de la incertidumbre.
Es la mirada del otro lo que nos sostiene en nuestros vacíos e imperfecciones; mirada que perdona y acoge.