Fco. Javier Bergara, franciscano
España cuenta en estos momentos con casi 11.000 misioneros repartidos por los cinco continentes. Es una auténtica “potencia misionera” aunque el número se ha ido reduciendo debido a la falta de reemplazo de personas dispuestas a ser enviadas a cualquier parte del mundo a anunciar el Evangelio.
Sin embargo, son todavía muchos los que dicen “sí” a esta llamada y hay una realidad nueva: el creciente número de laicos que parten a la misión, y concretamente familias misioneras, padres que junto a sus hijos se convierten en propagadores de la Buena Nueva.
Precisamente esta es la situación de los Trenor Martínez, una familia de Valencia que lleva más de seis años en Tanzania, en la localidad de Arusha.
Juan Pablo y María son miembros del Camino Neocatecumenal, pertenecen a la parroquia de San Isidro en Valencia, tienen cinco hijos y están esperando el sexto. En 2014 este matrimonio decidió dejar sus profesiones de publicista y fisioterapeuta, su casa y toda su vida en España para ser enviados a África.
María recuerda el día en el que sintió esta llamada. Fue durante una Eucaristía. “Sentí que el Señor me estaba llamando a no guardarme nada para mí. A entregarle a Él ese rinconcito de mi vida que yo tenía guardado y que me daba miedo que entrase el Señor. Sentí de manera muy fuerte que me llamaba a una entrega total a Él”, relata.
En ese momento no se lo dijo a Juan Pablo, porque sentía miedo; eso lo haría meses más tarde. Y tras un periodo largo de discernimiento este matrimonio valenciano se ofreció como voluntario. Atendiendo a la petición de los obispos de Tanzania allí se presentaron y allí siguen ayudando en la pastoral de catecumenado de adultos y en el discernimiento vocacional de jóvenes que quieren ingresar al seminario.
María señala que a los misioneros nadie les paga por su labor, pero afirma que “nosotros vemos que nuestro trabajo ya ha sido pagado por Dios. Hemos visto que Él está haciendo una historia con nosotros, con nuestro matrimonio. Está cambiando y curando muchas cosas, y lo está haciendo desde la comunión que está creando con nosotros”.
El papel de los hijos
Los hijos son parte indispensable de la misión. Ellos mismos son misioneros, y su labor es también importante. Los pequeños se adaptan antes y mejor, aprenden rápidamente las lenguas locales y se relacionan con el resto de niños, convirtiéndose en amigos.
“Por la mañana los niños van al colegio de agustinos misioneros, un colegio local. Es un colegio precioso, al aire libre, entre montañas. Vemos ahí que también el Señor nos lo ha regalado”, afirma la madre de esta familia numerosa.
Esto no significa que fuera fácil al principio. La educación y la pedagogía utilizada en Tanzania es muy diferente a la de España, y esto lo sufrieron más los hijos mayores que sí habían ido al colegio en Valencia, aunque afirman que se adaptaron pronto.
“Dios ayudó a cada uno de ellos, también con sus sufrimientos. Pero en seguida, cuando empezaron a hablar el suajili vimos que esto les ayudó muchísimo en las relaciones con los niños y compañeros. Ahora están muy integrados y muy contentos”, explica María.
Por las tardes, Juan Pablo y María van a la parroquia, o bien ayudan a las distintas comunidades reuniéndose por las casas o bien en la suya. Recuerdan que la esencia de esta vocación misionera es precisamente vivir como una familia cristiana en medio del mundo. En un lugar con la familia desestructurada, hermanos de distintos padres conviviendo juntos y con ausencia de la figura paterna en muchos casos, su ejemplo es ya de por sí una evangelización directa.
Comentan el impacto que les supuso cuando llegaron ver el pueblo sin calles asfaltadas, una población con muy pocos recursos y con todo el mundo en la calle. “Llegamos sin saber el idioma. Esto era un “hándicap”. En las eucaristías durante un año no entendimos nada. Nos nutríamos mucho de los signos de la liturgia pero no entendíamos. Pero la gente se abría a nosotros”, cuenta Juan Pablo.
Las obras de misericordia que han recibido
Pero precisamente, en ese momento experimentaron la misericordia. “La gente nos llevaba comida a casa y hasta papel higiénico para que estuviéramos bien. Vimos la misericordia de Dios a través de gente que no conocíamos”, explica este padre de familia.
“Que seamos blancos y tengamos muchos hijos les llama mucho la atención, porque para ellos el blanco tiene uno o dos hijos”, cuenta María, que afirma que ya el hecho de vivir allí con ellos es un testimonio evidentemente muy visible. “Dejar tu seguridad, que es a lo que aspiramos todos, y dejarlo para ir con niños a África, les sorprende y ahí empieza la misión”, agrega.
Para subsistir en este tiempo, este matrimonio ha tirado de “creatividad”, porque no es fácil conseguir un visado de trabajo en Tanzania. Han escrito libros para niños, él ha trabajado en una agencia de safaris y justo ahora Juan Pablo y María han realizado un libro ilustrado que se titula Maasai. Aprendiendo las obras de misericordia corporales. Puedes comprarlo en www.aquedah.com y así ayudar a esta familia.
“En cuanto a la evangelización, cada año hacemos una nueva catequización que dura tres o cuatro meses y cada nueva catequización surge una nueva comunidad. Son catequesis de adultos. Es muy rico porque no están muy acostumbrados a reunirse personas con distintas. Hay mayores, casados, solteros, más ricos, pobres, de distintos niveles culturales… todos juntos reciben la Buena Noticia, como algo gratis, que Dios les quiere, que cambia la vida de las personas y el Evangelio les toca el corazón”, explica María.
Para ejemplificar algunos de los milagros que han visto en Tanzania, hablan de “un matrimonio en el que él pegaba a su mujer desde hacía años, pero un día él pasó por la puerta de la parroquia, escuchó a uno de los miembros del equipo de catequistas que daba su experiencia, hizo las catequesis, y vio que tenía que empezar a ir a la parroquia con su mujer. Su mujer estaba alucinada. Vio un cambio tan grande en él que empezó a acompañarlo. Había sentido que tenía que dejar de pegarla…” porque el Evangelio había penetrado en su corazón.
Juan Pablo comenta “lo importante que es que la Iglesia sea misionera, una iglesia sin misioneros que anuncien el Evangelio es una Iglesia que languidece y va muriendo poco a poco. El Espíritu Santo nos llama siempre a salir de nuestra comodidad para poder vivir el Evangelio. Para arrimar el hombro para ayudar a las misiones lo primero es estar unidos en la oración, rezar los unos por los otros. Rezar por la Iglesia y por los misioneros porque es algo fundamental. Y por supuesto, si alguien siente la vocación que inicie un camino de discernimiento y esté abierto a lo que el Señor le quiera decir”.
Fuente:
Cfr religionenlibertad.com / J Lozano
09.10.2020