Xabier Etxeberria
Si Jesús propone una disyuntiva entre servir al dinero y servir a Dios (y a las personas), ¿cómo hay que concretarla? En la respuesta a esta pregunta es donde aparece su enorme radicalidad: reclama desprenderse del dinero.
Renunciar al dinero
Es lo que dice al final del esbozo de parábola de la construcción de una torre (o la participación en una batalla) (Lc 14,28-33): antes de empezarla hay que discernir con cuidado si podremos acabarla. Se esperaría como conclusión, una llamada a ser precavido ante los riesgos, pero nos encontramos con este planteamiento radical: “Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. Esto es, quien quiera ser su discípulo tiene que ser consciente de lo que exige —esa renuncia— y estar dispuesto a asumirlo.
En un segundo texto con conclusión similar, se relata el encuentro de Jesús con un joven rico, que quiere seguirle (Mt 19,16-26; Mc 10,17-27; Lc 18,18-27). Para ello, le viene a decir, no te basta con cumplir los mandamientos, da tu dinero a los pobres y a continuación sígueme. Al oírlo, el joven se marchó pesaroso. Hay dos novedades respecto al texto anterior. La primera: pone un destino en la renuncia al dinero, darlo a los pobres. La segunda: parece aceptar dos niveles de conducta, el de la suficiencia ética, lo que ya hacía el discípulo, y el de la perfección. Quizá sea así, pero no contempla esos niveles en el discipulado: quien quiera seguirle debe renunciar al dinero y a sus bienes; es incompatible ser su discípulo y tener mucho dinero. No tiene problemas, como vimos, en contactar con publicanos, a los que se presupone codiciosos y abusivos con la gente. Hasta les incluye entre sus discípulos como en el caso de Mateo y, en cierto sentido, de Zaqueo. Pero el primero lo deja todo al seguirle y el segundo hace una donación y restitución de lo robado muy voluminosas.
La radicalidad que Jesús reclama en un marco religioso, ¿tiene sentido que se plantee en un marco secular, cívico? A nivel personal, con todo lo que tiene de gesto fecundo para la sociedad —esté inspirado por motivaciones religiosas o laicas, o las dos—, por supuesto que sí. A nivel general, las cosas son más complejas.
Renunciar al dinero compartiéndolo
Ya hemos visto que Jesús pide que el dinero al que se renuncia se entregue a los pobres, a los que sufren graves carencias en la satisfacción de sus necesidades básicas. Otra cita más para avalarlo: “Vended vuestros bienes y dad limosna” (Lc 12,32). Recuérdese que entonces la limosna era el modo de reparto que había; y que Jesús añade que, además de estar alentada por la compasión, se haga con total discreción (Mt 6,3-4) —“que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha”—, lo que desactiva las derivas negativas de aquella, como la humillación de quien recibe o el cálculo de beneficios personales por darla. De todos modos, teniendo presentes las miserias históricas e incluso injusticias que se han asociado a la limosna, conviene hoy reconducirla hacia lo que entendemos por “compartir” los bienes, orientados solidariamente por el ideal de una sociedad en la que todas las personas puedan tener satisfechas sus necesidades básicas.
El enfoque estructural
Pensando en la proyección secular generalizada de esta cuestión, no debe ignorarse que entre los tiempos de Jesús y los nuestros ha habido grandes cambios sociales. Destaco dos.
El primero tiene que ver con el espacio público. Hemos declarado derechos universales, entre ellos los derechos sociales, que, como tales, deben ser amparados por los Estados. Con lo que la pobreza que los niega pasa a ser, decisivamente, una cuestión pública. Las instituciones públicas, a través de la justa redistribución de la riqueza en la que estamos implicados todos los ciudadanos, son las responsables primarias de combatirla. La cercanía a los textos de Jesús (que no pretendía definir la organización del Estado) debe inspirar primariamente un firme compromiso por esta expresión de la justicia, de modo tal que las aportaciones personales, por ejemplo, a organizaciones sociales, se vivan como un añadido de solidaridad en unos casos, o, en otros, como apoyos que anhelan ser provisionales ante lo que no cubren los Estados.
El segundo rasgo de novedad tiene que ver con el imponente incremento del reino del dios dinero a nivel local y global. Piénsese en los mercados bursátiles en los que el dinero se usa estrictamente para producir más dinero, sin rastro de piedad, en los que se juega con los precios de los alimentos básicos o los puestos de trabajo… Dejarse impactar por el desvelamiento que Jesús hace de la divinización del dinero, en cada uno de nosotros y en las organizaciones, puede ser inspirador y motivador de lo que deba hacerse.