Aitor Sorreluz
En la Pascua del Señor, celebraremos que la muerte ha sido vencida y que la esperanza es posible. El tiempo litúrgico establece la cuaresma como período de preparación y renovación, para la Pascua. Tiempo para compartir el pan con el hambriento, dejar entrar en la casa a los pobres sin techo, vestir al que se ve desnudo y no volver la espalda a los demás (Isaias 58, 6-9), tiempo de amor y no de sacrificios (Oseas 6, 6).
El estado de alarma impuesto por el Gobierno nos ha llevado a una situación de confinamiento obligatorio. Evitar el contacto entre personas parece ser el medio más eficaz (el único) de frenar la expansión del virus. Es por esto, quizás, que esta situación ha hecho evidente la necesidad de cuidar las relaciones.
No puedo dejar de recordar la perplejidad, indignación y resignación de un ‘sin techo’ cuando un guardia municipal le instaba a cumplir el confinamiento impuesto por las autoridades. El hashtag #yomequedoencasa evidencia la enorme fractura y desequilibrio social en el que vivimos: bien por no tener casa, bien por la abismal diferencia entre muchas de ellas y por la enorme desigualdad de recursos para afrontar esta situación. Si no estamos atentos, los más desfavorecidos serán, otra vez, los más castigados.
A día de hoy, este virus lleva ya 313.000 casos confirmados y 13.500 muertos. Para cuando lean estas líneas imposible saber cuáles serán las cifras. Estos datos están amenazando la economía mundial y se están tomando medidas sin precedentes a nivel global... Sin embargo: la guerra de Siria ha originado ya seis millones de desplazados y 400.000 muertos; el mediterráneo se ha cobrado ya 36.570 muertos. ¿Y por qué no hacemos nada, o casi nada?
Quizá por la misma razón por la que los rollos de WC desaparecieron inexplicablemente de los supermercados. Reaccionamos cuando vemos lo nuestro en peligro. No sentimos ningún vínculo respecto del sirio, pero tampoco respecto del vecino del quinto. Sociedad desvinculada. Un vasco residente en Corea del Sur decía en Euskadi Irratia que una de las claves del éxito de aquel país para detener la expansión del COVID-19, fue preguntarse no por qué hacer para evitar el contagio de uno mismo, sino qué había que hacer para no contagiar a los demás. El foco no es ya una/o misma/o, sino la/el otra/o. Preguntarse por el desde dónde hacemos las cosas es importante.
Si esta crisis sirve para que realicemos ese giro y nos descentremos y coloquemos, al prójimo en el centro, a través del cuidado, habrá motivos para la esperanza. Si lo público es lo que garantiza el mínimo cuidado para todos, cuidemos lo público.