Aitor Sorreluz
Un amigo suele decir que conforme nos vamos acercando a las vidrieras de cualquier catedral, la hermosura de la distancia va dando paso a las imperfecciones y suciedades de la cercanía. No le falta razón. A veces nos quedamos siempre en la distancia, y cuando nos acercamos no sabemos qué hacer con lo que nos topamos, en nosotros mismos y en los demás.
La primeras páginas de la Biblia nos recuerdan que en la creación vio Dios que todo era bueno y bello. Se nos invita a confiar en Dios, a pesar de todo. La sabiduría de la vejez dirige la mirada a Dios y fundamenta la esperanza en Él. Confianza transformadora que convierte los errores e imperfecciones en riqueza insospechada.
En este nuevo año que estrenamos volveremos a tener que gestionar la vulnerabilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad que caracterizan a los tiempos actuales. No nos queda otra que confiar en el otro, en los demás, ya que la confianza es un hecho básico de nuestra vida social, uno de los elementos dentro de los cuales vivimos nuestra vida cotidiana y cuya ausencia la haría imposible y paralizante. Esperanza para tener confianza a pesar de la incertidumbre.
Es la mirada del otro lo que nos sostiene en nuestros vacíos e imperfecciones; mirada que perdona y acoge.