Txetxu Asusín
Confiar es manifestar tranquilidad y seguridad ante una persona, cosa o institución que se espera que se porte o funcione bien o que algo ocurra tal y como se pensaba. Por ello, la confianza tiene que ver con la fe en las expectativas, es un hecho básico de nuestra vida social, uno de los elementos dentro de los cuales vivimos nuestra vida cotidiana y cuya ausencia la haría imposible y paralizante.
Sin embargo, padecemos una profunda crisis de crédito: Hay desconfianza de los ciudadanos hacia los políticos, los partidos, los medios, las empresas y las instituciones en general. Las familias desconfían de los maestros y educadores. Los pacientes y usuarios de los servicios sanitarios desconfían de los médicos y del personal asistencial. Es lo que el filósofo Carlos Pereda ha llamado un “principio de desconfianza sistemática”, en tanto en cuanto desconfiamos de la capacidad de las personas para comportarse como se espera que lo hagan y deben hacerlo.
Defiendo que a través del diálogo, de argumentos, razones y narraciones, es posible transformar públicamente las diferencias para llegar a una resolución racional de los conflictos, a un compromiso que no significa necesariamente consenso ―el disenso es un elemento crucial de la democracia. Sin embargo, aunque se mantenga un desacuerdo con una decisión, los ciudadanos pueden considerarla más aceptable y justa cuando ha estado sujeta a una discusión abierta e inclusiva que ha tomado en consideración las perspectivas enfrentadas.
Al dialogar y deliberar sobre alguna controversia se puede reconocer (por parte de los contendientes o de su comunidad de referencia) que se ha acumulado suficiente peso a favor de una de las posiciones; o bien pueden aparecer posiciones modificadas, gracias a la controversia; o bien simplemente se puede aclarar recíprocamente la naturaleza de las divergencias en juego.
La desconfianza generalizada es una productora de sospecha que conduce inevitablemente a una cultura del miedo que —como decía Condorcet—es el origen de casi todas las estupideces humanas. En una época de grandes incertidumbres y riesgos, la desconfianza, la sospecha y el miedo al futuro remiten a un “miedo especial”, al temor a que la sociedad en la que vivimos se desplome, a la sensación de hundimiento y de pérdida de la identidad.
El antídoto contra el miedo es la confianza, caracterizada ya por Aristóteles como lo contrario del temor (Retórica, 1383a). Mostrar confianza es adelantar el futuro, es comportarse como si el futuro fuera cierto sobre la base de un trasfondo confiable de experiencias previas (la confianza genera confianza). Con la confianza se quiere generar cooperación entre los individuos, promoviendo un esquema de acción social diferente a los modelos que se basan en el egoísmo racional y el dilema del prisionero.
Confiar en los demás es suponer que son responsables y que cumplirán con las expectativas puestas en ellos y, alternativamente, que no tiene sentido rendir cuentas si no se presupone una relación de confianza con el destinatario de las explicaciones. El que tiene esperanza simplemente tiene confianza a pesar de la incertidumbre.
Las relaciones sociales repetidas y las redes sociales en las que se cultiva la confianza constituyen una verdadera riqueza. Así, como consecuencia de la confianza en que seremos bien tratados por los demás (el médico, el científico, el profesional, el político, el servidor público, el vecino), se genera un “capital social” que produce incentivos para cooperar, basados en pasadas experiencias positivas. La confianza entre individuos deviene en confianza entre extraños y confianza en el conjunto de las instituciones sociales. Sin esta interacción, la confianza decae y se manifiestan serios problemas sociales, como se expresa en el profundo descrédito de la política y en la acusada desmoralización en la vida pública.
Confiemos en cambiar esta situación de descrédito, de falta de confianza, para avanzar en sociedades bien ordenadas, igualitarias y justas. En un mundo, como hemos señalado, abrumadoramente incierto y complejo, la confianza constituye un mecanismo esencial para absorber dicha complejidad.