Xabier Etxeberria
Una de las expresiones más importantes de la ética es hoy la bioética. Entre los ámbitos que contempla está el de la atención a la enfermedad. Lo decisivo de ella se juega en la relación de cuidado. Pues bien, en el evangelio podemos localizar pistas relevantes para alentar y orientar esta relación.
La relación de cuidado en los “milagros” sanadores de Jesús
Jesús enseñaba y actuaba. En su actuación destacaron las curaciones, que fueron consideradas milagros por sus contemporáneos, esto es, gestos maravillosos, a través de los cuales hacía la compasión que enseñaba. Se ha hecho un muy serio análisis crítico antropológico-histórico de ellos, con las conclusiones más básicas de que Jesús hacía curaciones, contando con la fe del paciente y tocando a los enfermos. Y, por supuesto, se han hecho lecturas teológicas sobre su sentido para el creyente.
Dicho esto, aquí me ceñiré a una mirada ética sobre lo que dicen los textos sinópticos. Desarrollaré la idea de que en los modos de sanar de Jesús que presentan los relatos, encontramos pistas relevantes para inspirar lo que, en un marco secular, debe ser la relación de cuidado. Esa relación en la que hay que realizar la sanación de los enfermos curables, el acompañamiento de los enfermos terminales y el apoyo a las personas con dependencias relevantes sostenidas.
De la relación de cuidado, considerada éticamente, se destaca que hay de arranque una asimetría entre quien necesita ser cuidado y quien tiene capacidad para curarle. Puede ser ocasión para el abuso de poder: blando, en forma de paternalismo, duro, como dominación. Abuso que queda neutralizado, recomponiéndose positivamente la asimetría, cuando se hacen presentes tres sentimientos/virtudes básicas, en su interrelación: el respeto a la persona, la compasión hacia el enfermo, la confianza mutua. Veamos desde este esquema la actividad sanadora de Jesús.
Los momentos de la relación sanadora
Jesús tuvo una intensa actividad sanadora. Los tres sinópticos concluyen así la crónica de un día: “Al ponerse el sol, le llevaron enfermos de todo tipo; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los curaba. Le traían también muchos endemoniados y él, increpando a los demonios, los expulsaba de ellos” (Ver Mc 1,32-34; Mt 8, 16-17 y Lc 5,40-41). Nos describen cerca de veinte curaciones. Si se leen con atención, cada una es única. Puede, de todos modos, darse cuenta de momentos similares en la mayoría de ellas, realizados singularmente en cada caso, que nos ofrecen la pauta de la relación sanadora.
En general pero no siempre, hay inicialmente una petición del enfermo o de un familiar, a veces expresada sencillamente, otras con mucho énfasis, otras con gran delicadeza: “si quieres, si puedes…”. Siempre apelando a la compasión de Jesús, en bastantes casos expresamente y en los demás implícitamente.
Hay, en segundo lugar, una acogida compasiva por parte de Jesús. A veces se deja constancia de ello, en las demás ocasiones son las obras las que la muestran. A veces, la compasión es pedida a Jesús expresamente por el enfermo. En otras, no mediando ninguna petición, es la mirada compasiva de Jesús la que lo dinamiza todo (por ejemplo, ante el hijo fallecido de la viuda de Naín: Lc 7,11-15).
En tercer lugar, la curación de Jesús se realiza por la síntesis de la fuerza sanadora que emana de él y la fe/confianza del enfermo. A veces, Jesús la pide expresamente: ¿creéis que puedo hacerlo?, les pregunta a dos ciegos (Mt 9,27-31). En la mayoría de los casos la reconoce en el sufriente, resaltando su relevancia: “tu fe te ha curado” o “hágase según tu fe”.
En cuarto lugar, la curación se realiza a través de la relación sanadora, del contacto interpersonal. Este se expresa a través del diálogo. Pero hay también un contacto más íntimo, a través del tacto, con frecuencia pedido por los enfermos. Jesús les toca, también a los leprosos, les toma de la mano, les levanta, les impone las manos. A veces, especialmente en Marcos, el contacto es especialmente intenso, extraño para nuestra sensibilidad: echa saliva en los ojos del ciego, mete los dedos en los oídos del sordomudo y toca su lengua con saliva (con delicadeza, en estos casos les aparta de la gente: Mc 7, 31-37 y 8,22-26)
Por último, el final testifica el trasfondo de respeto al enfermo en todo el proceso. Jesús no le retiene: “vete en paz”, “no se lo digas a nadie”, “toma a tu hijo o hija”. Algunos así lo hacen, otros no le hacen caso y lo pregonan, o le siguen, pero es decisión de ellos.
Salvando las distancias culturales, ¿no puede verse en todo ello una fuente de inspiración para las relaciones de cuidado que reclama la bioética?