Jose Luis Elorza, ofm
“Dios puso al hombre en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara. Y le dio este mandato: Puedes comer de todos los árboles. La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Dios había hecho. Dijo a la mujer: «¿Cómo os ha dicho Dios que no comáis de ninguno de los árboles del jardín?». Respondió la mujer a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.» Replicó la serpiente a la mujer: «De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.»
Como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió. Después dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se les abrieron a ambos los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera, se hicieron unos ceñidores” (Génesis 3,1-7).
“Si coméis, seréis como dioses”. ¡Qué tentador! Poder “ser como Dios”: “vivir el cielo” en la tierra, como en una eterna juventud, rebosando poder, libertad y felicidad, libres de toda pandemia, enfermedad y amenaza, sin contrariedad alguna, sin temor a envejecer y morir… ¿Una larvada pretensión divina que llevamos dentro los humanos? Un sueño acariciado ya hace miles de años. Gílgamesh (el protagonista de la célebre “epopeya de Gílgamesh”, obra sumeria, años 2.100 a. C.) se rebela contra la condición humana. No puede aceptar la muerte de su mejor amigo, Enkkidu; y arriesgando su vida, parte en busca de la “planta de la inmortalidad”; la consigue, pero una serpiente se la roba: ¡imposible conseguir la inmortalidad!, debe resignarse a ser humano y mortal, aprende por experiencia que no es dios. Y recordamos a Prometeo y Sísifo de los célebres mitos griegos, igualmente frustrados en su anhelo de ser y actuar como los dioses. “Todo hombre desearía ser dios”, dijo el pensador ateo Paul Sartre. Nos demos cuenta o no, lo llevamos en el corazón.
El deseo de vivir como en un cielo nos habita el corazón a los humanos. Nos agarramos a lo que pueda realizarnos plenamente, llevarnos más allá de lo que somos, liberarnos de todo límite, pérdida, peligro, contrariedad, envejecimiento y reducción. Como a “la mujer” y Adán, nos seducen las mil ofertas mágicas que nos hace la serpiente moderna. La publicidad y los mil escaparates de la sociedad de consumo nos tientan sin cesar. Sus propuestas despiertan nuestro deseo, abren nuestra expectativa. El “si comes…, vivirás como en un cielo, te realizarás plenamente” toma mil formas, unas veces incluso banales, otras pretenciosas:
- Si compras un coche MMW…, si te vistes en Loewe, o te regalan tal perfume…, si compras la lotería…; si logras tal puesto de trabajo…; si consigues un buen status e imagen sociales, triunfar en la vida…
- si llego a ser primera figura en el deporte, o estrella de cine y de belleza, adorado/da por millones…; si logro aparecer en las redes sociales con millones de entradas…;
- si aspiras a que tu novio/a o amante te satisfaga plenamente, sea solo cielo para ti…
- cuando pretendo vivir a tope mi poder y mi libertad, mi afectividad y sexualidad, mi dinero, por encima de todo limite y criterio…; ser dueño absoluto de mi vida, decidir por mi cuenta por qué caminos quiero ser feliz, como si fuese Dios, como si no fuera un mortal…;
- cuando quiero ser perfecto “como Dios”, sin defecto alguno, sin carencia alguna, ser autosuficiente, fuerte y seguro en lugar de reconocer que soy indigente, necesitado, vulnerable…;
- Cuando no me importa manipular personas y realidades de este mundo, por encima del bien y del mal, “a lo Dios”.
El deseo de “ser como Dios” es compartido a menudo por todo un pueblo, o por la humanidad, de ordinario de modo criminal:
- Los nazis alemanes pretendieron crear un “reino ario” que durase mil años, ¡con qué abuso de poder y crueldad! ¡Con qué consecuencias contra el ser humano mismo! Pretensiones de pueblos e ideologías de ser la raza superior, de convertirse en primera potencia del mundo. “Quiero ser como Dios, subido hasta el cielo”, habían dicho ya superpotencias como Asiria y Tiro, creyéndose eternas.
- Con el progreso de las ciencias y tecnologías resolveremos todos los problemas, venceremos las enfermedades, desterraremos todo sufrimiento… ¡El mito de un progreso sin fin! Pretensión de convertir esta tierra en un cielo: para ello, todo es válido.
Realidades de este mundo son decoradas, como “árbol bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, éxito”. Como recetas mágicas para satisfacer plenamente el corazón humano. La experiencia te trae a tu realidad desnuda: “se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos”. ¡Qué final! (lo comentamos).
Debajo de lo que se traen entre ellos la mujer y la serpiente de Gen 3, hay preguntas antropológicas de peso. Helas aquí para digerirlas en el corazón:
¿Qué es el ser humano?, ¿a cuánto estamos llamados a ser? La cucaracha no desea ser otra cosa de lo que es. A la vaca le basta sobrevivir, alimentarse, reproducirse, escapar de peligros inmediatos, no aspira a un futuro diferente. El animal es deficiente: es lo que es y le basta. El ser humano, además de deficiente, es deficitario: echo en falta algo que aspiro tenerlo para ser yo mismo. Como Adán llevaba un hueco que solo “la mujer” podía llenarlo, ¿no tenemos “otro hueco” que no lo podemos llenar por cuenta nuestra? Anhelamos ser más de lo que somos: “ser como Dios”. ¡Signo de nuestra peculiaridad y grandeza humanas! ¡Y signo de nuestra indigencia radical de ser!
“¿Cuánto es suficiente? Qué se necesita para una buena vida”. Es el título de un libro escrito por dos autores, el padre economista y el hijo filósofo: R. y E. Skydelsky. Interrogante antropológico de urgencia en nuestra cultura de consumo. Junto a otras preguntas igualmente sabias: qué necesito de verdad; qué puedo y debo esperar de la sociedad, de los que me aman; qué me merece la pena de verdad y qué no me merece; cuál es mi jerarquía de las cosas...
“Ser como Dios”: vida colmada, colmante y eterna. Sin limitaciones, ni temores, ni sufrimientos, ni muerte. ¿Es solo anhelo del corazón humano? Por citar una vez más al poeta: “El hombre tiene los pies hundidos en el barro, pero los ojos fijos en las estrellas”. ¿O es, además, la vocación última del ser humano, el proyecto del corazón de Dios para él? Lo expresa San Agustín: “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti... ¿Quién podrá concederme que yo repose en ti?”. No se alcanza, ni se merece, ni se conquista; se espera y se recibe del Dios de vida tras el bregar por este mundo. ¿No llevo en el corazón el anhelo de una felicidad colmada y sin fin?