Estos días de marzo (y toda esta temporada) que solo y únicamente se oye hablar del famoso (repugnante, odioso y temido) coronavirus que ha invadido todos los rincones de todo el mundo, nuestros familiares y mucha gente de bien que nos aprecia y valora Arantzazu, nos preguntan por teléfono: “¿Cómo estáis?” “¿Ha llegado ahí también el coronavirus?” Otros, sin preguntar, nos piden directamente que nos cuidemos, que no salgamos a la calle, que nos limpiemos las manos con frecuencia….
Pues sí, a falta de otras noticias destacables para esta crónica en nuestra revista, tenemos que hablar también nosotros del coronavirus en Arantzazu. Hoy, (18 de marzo, hora 18,00) todavía, y por fortuna, no nos consta ningún caso de infección por el famoso virus. Pero somos conscientes que, cuando menos lo pensamos, puede llegarnos también a nuestra fraternidad; lo cual sería especialmente delicado y peligroso dada la edad elevada de los que hacemos esta fraternidad y dado, sobre todo, el estado de salud de algunos hermanos.
De momento, lo único que podemos decir es que estos días nuestra conversación, casi monotemática, gira en torno al virus y sus estragos en nuestro entorno y en todo el Estado. Para prevenir cualquier contagio hemos tomado nuestras medidas, que son las que recomiendan los gobernantes tanto civiles como eclesiásticos: en la fraternidad nos recomiendan lavarnos las manos con frecuencia, colocarnos a un metro el uno del otro (no siempre fácil en algunos trances), no salir del convento, cerrar las puertas de entrada de la comunidad, no recibir visitas de fuera; se ha nombrado a un hermano para bajar a Oñati y hacer los recados de cada día…
Además, desde el domingo 15 de marzo, las puertas de la basílica permanecen cerradas a cal y canto, suprimiendo la celebración de la eucaristía de cara al público; así mismo están cerradas las puertas del “Asis topagunea”, del “Centro de reuniones Gandiaga”, del Hotel Hospedería… Y de hecho, en Arantzazu “no se ve ni alma”, como se dice.
De modo que estamos cumpliendo religiosamente todas las normas que nos han dado tanto las autoridades civiles como religiosas. Enclaustrados. Con la ventaja que ello tiene, al menos para algunos hermanos, para poder reflexionar, orar, leer, escribir y adelantar muchos trabajos que siempre van con retraso. La enorme desventaja también de no poder ofrecer en la basílica y en los centros que aquí existen los servicios que se ofrecen desde Arantzazu día a día.
Por supuesto se han aplazado hasta nueva orden todos los compromisos que había en nuestra casa de espiritualidad Asis topagunea” (encuentros, cursillos, retiros…); igualmente el Centro de reuniones “Gandiaga Topagunea” ha cerrado sus puertas y ha aplazado (a veces, anulado) los compromisos que había adquirido con grupos, empresas y personas… Y lo mismo se diga del “Hotel Hospedería” que permanece cerrado todos estos días
La crónica, pues, de este mes en Arantzazu, básicamente se resume en las consecuencias del coronavirus que, hoy, (18 de marzo a las 18,00) no ha hecho todavía aparición, pero le tememos y lo esperamos en cualquier momento. Para este mes de marzo estaba programado el encuentro-homenaje que Euskaltzaindia juntamente con los “Amigos de Arantzazu” había pensado para honrar la memoria de a Fr. Luis Villasante, en el centenario de su nacimiento y se ha aplazado; se han suprimido varios encuentros que “Elkarrekin bila” había programado…
Dicho esto como cronista del Santuario, permítasenos expresar una reflexión que esta situación está provocando. Que Arantzazu esté cerrado a cal y canto por unos días o por unos meses, no es normal ni deseable, pero tampoco es grave. Lo grave es la situación de los miles de personas afectadas por el coronavirus y la de sus familiares; grave es la cantidad de personas que se están muriendo a causa de esta enfermedad; grave es la angustia, dolor, soledad e incertidumbre que esta situación está provocando en las familias que, debido a las restricciones, no pueden atender debidamente a sus seres queridos, internados en residencias o en el hospital; grave es la situación de muchos ancianos y ancianas que están solas en sus casas y no tienen ayudas y recursos para hacer frente a esta situación; grave es la situación de miles de trabajadores que, despedidos de las empresas, van a quedar en el paro; grave es la situación de muchas familias que no podrán llegar a fin de mes por falta de recursos; grave es la situación de los empresarios que, aun queriendo, no pueden cumplir con sus compromisos…
Todo esto sí es grave. Muy grave y desde Arantzazu solo queda solidarizarse con estas situaciones y orar a la Amatxo, a la que es “salus infirmorum”, salud de los enfermos, que cuide y vele por todos sus hijos. “Arantzazuko Ama, erregutu gure alde!
Joxe Mari Arregi