Jose Luis Elorza, ofm
Genesiaren bigarren kapituluan lehen orritan guztia ona, zoragarria, positiboa eta atsegina dela esaten da. Hirugarrenean ordea bizitzaren gazi-gozoen berri ematen da: gizatasuna, lama, sexualitatea, amatasuna, natura... guztiak dira zoragarriak baina aldi berean ere mingarriak, bi aurpegi dituzten errealitateak dira. Bizitzarekin, askatasunarekin eta erlijioekin ere beste horrenbeste gertatzen da.
Mundu honetako guztiak du 'baina'ren bat. Gen 2-3 pasartean txanponaren bi aurpegiak erakusten dira: batetik guztiaren irudi eder eta zoragarria, eta bestetik, errealitatearen alde iluna, ez-perfektua...
Zein ederra eta zoragarria den bizitza, baina era berean, zein zaila eta neketsua den zoriontsu izatea!
“A la mujer le dijo Dios: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos:
con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará.»Al hombre le dijo: «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa:
sacarás de él el alimento con fatiga todos los días de tu vida.Te producirá espinas y abrojos, y comerás la hierba del campo.
Comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas al suelo,
pues de él fuiste tomado. Polvo eres, y al polvo retornarás.» (Génesis 3,16-19)
“Todo es bueno, maravilloso, positivo, gratificante”: es lo primero a decir del ser humano, lo primero que dice la biblia en sus primeras páginas (Gen 2). Todo le ayuda a gozar, a realizarse, a hallar sentido a su vida: su maravilloso cuerpo y su salud, su trabajo eficiente, su atracción sexual hacia la persona del otro sexo, su intimidad desnuda con él, su ocuparse de los seres y recursos de este mundo, su entorno natural, su relación amigable con Dios…
Pero ¿no lo desmiente la vida real de cada día? ¿Es tan positiva y gratificante la experiencia que tenemos de todo? Gen 3 habla de sinsabores y heridas al vivir esas realidades:
Mi ser humano. Mi cuerpo y cada una de los billones de células es una maravilla; pero está programado para envejecer y morir. Mi corazón se siente colmado y feliz unas veces, pero insatisfecho, limitado o vacío otras. Anhelante siempre de algo más o de otra cosa.
El trabajo: ocuparme en descubrir y usar las realidades de este mundo me realiza, me gratifica, me hallo en ello. Pero tantas veces me pesa, me esclaviza, no me rinde o me rinde pagando alto precio, me fatiga física, emocional y existencialmente.
La sexualidad, mi ser hombre o mujer, es una gran fuente de felicidad compartida. Pero ¡qué reto y riesgo a la hora de vivirla!: de frustración afectiva, pérdida del primer encanto, transparencia mutua difícil, el machismo, el dominio sobre la pareja... ¿Es él/ella mi intimidad compartida o compañía difícil? Enamorarme, ¿algo tan fabuloso o una trampa en la que caes como en un lazo y lo pagas?
La maternidad es la dicha indescriptible de llevar en mi seno un nuevo ser, darlo a luz, amamantarlo, tener en mis brazos al hijo de mis entrañas, verlo crecer. ¡Pero a qué precios! Hasta el final de la vida. ¿Me merece la pena ser madre?, ¿ser padre?
La naturaleza: a veces es un “Edén”, un jardín. “Mi hermana madre tierra, que da en toda ocasión las hierbas y los frutos y flores de color, y nos sustenta y rige” (Francisco de Asís). El mundo “es un cuadro que lleva la firma de Dios”, ha dicho alguno. ¡Hermoso, lleno de colorido, belleza, fecundidad! Con todo, ¡qué lejos está de ser “un Edén”, un paraíso! ¿Es madre o madrastra hostil, con sus tsunamis y terremotos, sequías o inundaciones, pandemias…?
¿La vida? A veces la gozas como regalo, como felicidad compartida con otros humanos. Otras, te resulta carga y tristeza a soportar, responsabilidad pesada, te lleva a llorar. Junto a “días de cielo”, hay “lugares y momentos de infierno”. Y feliz o no, al final, la enfermedad y la muerte: “polvo eres y en polvo te convertirás”.
¿La inteligencia humana? Capaz de crear ciencias y tecnologías portentosas, tan útiles para nuestro bienestar. Pero ¿no “es un don envenenado?”, se pregunta el científico Yves Coppens, alarmado ante el giro que está tomando el planeta por culpa del ser humano. Creamos amenazas y catástrofes temibles: arsenales atómicos, cambio climático…
¿La libertad? Algo propio del ser humano. Con ella, elegimos hacer el bien, amar, crear vida en lugar de muerte… Pero ¡qué condicionada por mil factores, internos y externos! Cuando miro los pasos dados en mi vida, unos sabios y acertados, otros equivocados y hasta locos. Y si miro la historia de los pueblos, ¡maldita libertad, empleada como poder abusivo para realizar barbaridades!
La religión me permite vivir una relación confiada con un Ser adorable, tan cercano como que “se pasea contigo en el jardín del Edén”. ¿Por qué me nace a veces el miedo o la sospecha ante Él?; o lo experimento como rival, o juez que me pide cuentas, o un Él lejano en lugar de un Tú cercano. Tengo razones para decir que es bueno; otras, me resulta tan desconcertante, poco fiable.
Todo lo bueno, todo lo mejor de este mundo tiene su “pero”. En el ser humano y en su entorno natural. El relato mítico de Gen 2-3 es como una moneda de dos caras: una luce la imagen bella y maravillosa de todo; la otra, la estampa deficiente, estropeada, amenazante. Una cara representa la experiencia positiva y gratificante que vive el ser humano de todo; la otra, su experiencia negativa, a menudo dolorosa, incluso asesina. ¡Imposible vivir siempre una experiencia positiva y gratificante de las mismas! Todo es superbueno y maravilloso y, al mismo tiempo, nada es perfecto, nada es seguro. Todo realiza al ser humano, y todo le amenaza, le hiere, le frustra. Todo es deficiente, ambiguo, incompleto, decepcionante: da mucho de sí, pero no da todo, y acaba. Todo bueno, pero expuesto a torcerse, a deteriorarse. Todo bajo la ley del “sí, pero…”. Lo mejor está tocado de ala: está herido, y a menudo hiere. Todo lleva dentro de sí la caducidad, el límite, el sello del cambio, de la muerte.
Nuestra experiencia de la vida coincide con lo que dice la milenaria sabiduría de la biblia en sus primeras páginas. La vida y la biblia: ambas nos llevan a reconocer la existencia humana en su “cara y cruz”. Como al rosal, la constituyen flores y espinas: el gozo y la tristeza de vivir, salud y enfermedad, fortaleza y fragilidad, belleza y deterioro, vida y muerte. Las mejores experiencias están acompañadas por lo mediocre y lo gris. Lo bueno y lo mejor tiene su reverso deficiente, o envenenado, o peligroso y agresivo. ¡Qué plural y contradictoria nuestra experiencia de la existencia humana!: por una parte, “qué bello es vivir” (preciosa película de Benigni), y por otra, “¡qué difícil ser feliz!”.
¿Nos hace mal recordar esta condición humana?, ¿o nos hace bien? Nos trae a nuestra verdad y nos impide andar por la vida con los ojos vendados.