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a tecnología es un elemento sustancial de nuestras vidas. Cada vez más nos configuramos como “sistemas socio-técnicos” donde todas nuestras interrelaciones están mediadas tecnológicamente. Mantenemos una interacción física, cognitiva y hasta emocional con la tecnología, como lo atestigua nuestra actividad en las redes sociales y nuestra dependencia del teléfono móvil (se llama “nomofobia” al miedo irracional a salir de casa sin el móvil o no llevarlo con nosotros).
Más aún, algunas tecnologías están difuminando las fronteras entre los sujetos humanos y los artefactos, en una suerte de simbiosis y co-evolución. La llamada Cuarta revolución industrial o revolución 4.0 ofrece enormes posibilidades de desarrollo científico y económico, de innovación, de mejora en la toma de decisiones. Y también nos abre un sinfín de interrogantes y riesgos.
La tecnología no solo transforma los objetos, sino también los hábitos, las costumbres o las relaciones, modificando los sistemas, ya sean sociales, económicos o naturales. Esta transformación se desarrolla a una gran velocidad e implica profundas modificaciones socioeconómicas y biofísicas en lo que se está llamando “la nueva era de los humanos” o Antropoceno.
Por medio de la digitalización y de los sistemas de TIC se cuantifica el espacio (geolocalización); se cuantifican —a través de las redes sociales— las interacciones humanas y todos los elementos intangibles de nuestra vida cotidiana (pensamientos, estados de ánimo, comportamiento); se ha convertido el cuerpo humano en una plataforma tecnológica y se monitorizan los actos más esenciales de la vida (sueño, actividad física, presión sanguínea, respiración...) mediante dispositivos médicos, prendas de vestir, píldoras digitales, relojes inteligentes, prótesis y tecnologías biométricas en espacios públicos y privados (lo que se conoce como “Internet de los Cuerpos”); se “datifica” todo lo que nos rodea mediante la incrustación de chips, sensores y módulos de comunicación en todos los objetos cotidianos (“Internet de las Cosas”).
Se abre así una nueva perspectiva de la realidad, del mundo, como datos que pueden ser explorados y explotados, lo que conduce a nueva concepción del ser humano y de su identidad. Se datifican todos los aspectos de nuestra vida, tangibles e intangibles, como hemos visto (yo-cuantificado) y, no solo eso, se otorga un valor comercial a esa datificación de modo que nuestras actividades nos definen como un objeto mercantil (“somos el producto”). Eso conduce a una constante “optimización de uno mismo”, donde el tiempo libre se vive igual que el tiempo de trabajo y está atravesado por las mismas lógicas de evaluación, calificación y aumento de la efectividad. Se da una progresiva desaparición de lo privado y el concepto de rendimiento se refiere ya a la vida en su totalidad (24/7) en lo que se ha llamado “economía de la atención” y “capitalismo de vigilancia”.
Las tecnologías digitales modulan la política a través de la manipulación de los mensajes, las fake news, la cultura del espectador o la polarización. Es bien conocido que los artefactos tienen política, incorporan valores, y que la tecnología crea formas de poder y autoridad. Cuando hacemos entrega de (todos) nuestros datos a los gigantes tecnológicos, a cambio de unos servicios relativamente triviales, acaban en el balance de estas grandes compañías. Y además, esos datos son después utilizados para configurar nuestro mundo de una manera que no es ni transparente (no se conocen los algoritmos de estas grandes compañías) ni deseable, convirtiéndose en un instrumento de dominación.Persistir en la libertad de expresión como marco para cultivar públicamente el humor es una obligación cívica frente a sus enemigos dogmáticos, intolerantes y estúpidos.
Vivimos en un entorno de “ciencia post-normal”, caracterizado por la incertidumbre sobre los hechos, los valores en disputa, los enormes desafíos (riesgos sistémicos como la actual pandemia o el cambio climático) y la necesidad de tomar medidas urgentes. Por ello, la tecnología requiere debate ético, deliberación pública, transparencia y políticas; esto es, precisa de buena gobernanza.
El desafío estriba en desarrollar la tecnología de un modo inclusivo y participativo, favoreciendo su confiabilidad y apropiación social, en términos de lo que se ha denominado “tecnologías entrañables”: abiertas, versátiles, controlables, comprensibles, sostenibles, respetuosas con la privacidad, centradas en las personas y socialmente responsables —con especial cuidado de los colectivos más desfavorecidos y del medio ambiente (tecnologías humildes y “franciscanas”, podríamos decir). Entornos tecnológicos amigables que no aíslen y que, por el contrario, contribuyan a la conexión social y a la vida en común.
Hay tres curaciones de Jesús con una peculiaridad relevante: él tiene un protagonismo más marcado respecto al paciente y las implica en una polémica con las autoridades religiosas sobre la ley de descanso sabático riguroso. Son las del hombre de la mano atrofiada (Mc 3,1-6; Mt 12,9-13 y Lc 6,1-11), la mujer encorvada (Lc 13,10-17), y el enfermo de hidropesía (Lc 14,1-5). Me centro en las primeras.
La curación en situación polémica: los hechos
En la primera (en versión de Marcos con algún matiz de Lucas), Jesús entra en una sinagoga en la que hay un hombre con la mano atrofiada. Los maestros de la ley y los fariseos “le estaban espiando para ver si lo curaba en sábado y tener así un motivo para acusarlo”. Jesús, consciente de la situación pues “conocía sus pensamientos”, la afronta directamente. “Levántate y ponte ahí en medio”, le dice al enfermo. Reta luego a sus acusadores: “¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o hacer el mal: salvar una vida o destruirla?”. Ante su silencio, “mirándoles con indignación y apenado por la dureza de su corazón, dijo al hombre: ‘Extiende la mano’. Él la extendió y su mano quedó restablecida”. El texto concluye: “En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para planear el modo de acabar con él”.
En la curación de la mujer encorvada, contada por Lucas, la escena es similar, pero con diferencias significativas. Jesús está enseñando un sábado en la sinagoga y ve que hay una mujer muy encorvada y sin capacidad de enderezarse. La llama y le dice, imponiéndole las manos: “quedas libre de tu enfermedad”. Ella se endereza y se pone a alabar a Dios. Entonces, el jefe de la sinagoga, indignado “porque Jesús curaba en sábado” –no se trata, pues, de un ejemplo aislado-, dice a la gente: “Hay seis días en que se puede trabajar. Venid a curaros en esos días y no en sábado”. A lo que Jesús responde: “¡Hipócritas!”. Si soltáis en sábado al asno atado para darle de beber, ¿no puedo soltar a esta hija de Abraham de su atadura de dieciocho años?” Los adversarios, concluye Lucas, quedaron confusos, pero la gente se alegraba por lo que hacía.
La ley, al servicio de la persona: el análisis
Comencemos considerando la relación de cuidado en las dos curaciones. En la segunda se nos muestra muy sintetizada, pero clara: son otros los que la polemizan. En la primera, casi no hay relación y puede incluso interpretarse que Jesús “instrumentaliza” al enfermo al insertarlo en “su” polémica. Pero todo apunta a que el enfermo colabora porque quiere. Además, Jesús sabe que no debe ceder, por ese enfermo y porque se juega algo relevante para todos los enfermos. Su pregunta de fondo es: ¿se puede hacer el bien en sábado? La síntesis de sus dos sentimientos ante los acusadores es preciosa: de indignación porque anteponen la ley a la persona, y de pena –compasión- por la dureza de su corazón.
Respecto al conflicto con la ley, en la segunda curación el jefe de la sinagoga parece hacer una propuesta “razonable”, que salvaría a la vez respeto a la ley y sanación: que nadie acuda los sábados a ser sanado. La mujer encorvada podía haber esperado un día más. Pero Jesús, por un lado, le reprocha sus motivos de fondo, al acusarle de hipocresía, y por otro, enfatiza la subordinación de la ley al servicio del bien.
Aclaro esto último. Jesús no cuestiona la ley concreta. Marca una jerarquía en la que la ley es valor-medio para un valor-fin que es el bien de la persona. Si se tiene claro esto, puede sostenerse la ley haciéndola flexible y responsablemente abierta a las excepciones cuando está en juego ese bien de la persona. Es así como se salvan correctamente las dos perspectivas. Pero si la ley es vista como fin que no admite excepciones, que reclama que las personas se acomoden a ella para ser cumplida siempre (lo que pide el jefe de la sinagoga), la ley se consagra como fin y la persona, tarde o temprano, acaba siendo considerada medio. La postura de Jesús es radical a este respecto. La sella en una afirmación que, en Marcos (2,27), aparece justo antes de la primera curación, en otra situación polémica: “El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”.
Por la conclusión de los relatos, vemos que bajo la exigencia de rigor en el cumplimiento de la ley –controlado por los responsables religiosos- anidaba una cuestión de poder. Con la conducta de Jesús temen que se les escape (final del segundo relato), algo tan grave para ellos que les lleva a planear cómo matarle (primer relato).
Señalé en la anterior entrega que la relación de cuidado es asimétrica. Vimos que en el modo como la viven Jesús y quienes cura se dan dinámicas que la resitúan muy positivamente. Se presupone, de todos modos, que, quien es curado, sobre todo recibe y quien cura sobre todo da. La curación de la hija de la “mujer pagana” replantea este aserto (Mc 7,24-30; Mt 15,21-28).
El rechazo inicial
Aunque Jesús ceñía su actividad a Palestina, un día pasó a la región fronteriza de los sirio-fenicios, tradicionales enemigos de Israel. “Entró en una casa, y no quería que nadie lo supiera, pero no logró pasar inadvertido. Una mujer pagana, cuya hija estaba poseída por un espíritu inmundo, oyó hablar de él”. Trastocando los planes de Jesús, se presentó ante él, se postró a sus pies y le suplicó que expulsara de su hija al demonio que la poseía (así se concebían las enfermedades que nos dañan desposeyéndonos convulsamente de la voluntad propia).
En el arranque, pues, petición a la vez humilde y atrevida de la mujer, tratando de avivar la compasión de Jesús, que siempre aparecía. La gran sorpresa es que aquí no surge. La respuesta inicial de Jesús es realmente dura: “Deja primero que se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos”. Él, con gran empatía hacia las mujeres, rompedor de barreras con los herejes samaritanos, que cura al criado del centurión romano, ¡responde así! Y ante una pagana, mujer, con una hija “endemoniada”.
La quiebra del rechazo
Más allá de esa dureza, la mujer, firmemente asentada en el amor a su hija, intuye una fisura en la negativa de Jesús: su rechazo no es contundente. Acrecentando su osadía, desde la asunción formal de su condición de extranjera para un judío y situada en tierra extranjera, pero sin que ello le coarte la libertad, argumenta a partir de la propia metáfora de Jesús y “le replica”: “Es cierto, Señor, pero también los perrillos, debajo de la mesa, comen las migajas de los niños”.
Esto impacta de lleno a Jesús. Hasta el punto de que la mujer alienta el primer milagro: que emerja en él la compasión ante la mujer y su hija, que, así, se quiebre la frontera de separación, que el horizonte de su misión se haga más universal. Que se replantee lo que se lee en la versión de Mateo de que Dios le ha enviado solo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Jesús, ya empáticamente rendido ante ella, accede a su petición, expresándole un gran reconocimiento. A ella, pagana, mujer, con una hija endemoniada: “Por haber hablado así”, esto es, decididamente por tu admirable actitud, “vete, que el demonio ha salido de tu hija”. En Mateo se dice esto de otro modo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides”. En esta versión se resalta más la admiración de Jesús. En la versión de Marcos, se supone que más primigenia, el contenido del reconocimiento es más contundente: el “mérito” de la sanación se lo atribuye decididamente a ella.
En esa confluencia así alentada por la mujer entre ella y Jesús, la sanación se realiza: “Al llegar a su casa, encontró a la niña echada en la cama, y el demonio había salido de ella”. Ya sosegada la niña, podía descansar. Y el amor de su madre expandirse con ella sin cortapisas.
El don que el sanador recibe de quien sana
Proyectando este relato a la relación de cuidado, nos ofrece una gran aportación, tanto a través de la conducta de la mujer como de Jesús.
La persona cuidada en la relación debe ser agradecidamente consciente de la sanación que recibe y colaborar en ella como le corresponda. Pero ello no debe significar sometimiento e invalidación de su iniciativa ante quien le cura. Si así fuera ya no se trataría de una relación (es lo que pasa cuando el médico se dedica a curar el órgano enfermo sin prestar atención a la persona enferma). La mujer sirio-fenicia es ejemplo de ello, no confunde humildad con humillación paralizante.
A su vez, la persona que cuida no puede acaparar toda la iniciativa y bloquear toda receptividad. Debe saber dejar siempre un lugar a la iniciativa de quien es cuidado o cuidada, debe mantener la capacidad de aprender. Lo cual es posible únicamente con humildad, con el reconocimiento de la limitación propia: nos vacía de nosotros mismos y deja así un lugar para que entre el otro. Para que, de verdad, se establezca una relación. Jesús es ejemplo de ello, mostrando su disposición a aprender, a abrirse a la sirio-fenicia, rompiendo sus esquemas previos.
Nada hay más sano, más liberador y más inteligente que el sentido del humor. Lo relacionamos con la jovialidad, la alegría y la agudeza, y se asocia también a la buena disposición para hacer algo. Así decimos ¡qué buen humor tiene!
El humor se define como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Es la capacidad para ver o hacer ver el lado risueño o irónico de las cosas, incluso en circunstancias adversas.
Y aunque depende mucho del contexto, de la lengua y de factores culturales, siempre encierra un factor de sorpresa y de ruptura con alguna suerte de tabú (lo que se llama principio de la incongruencia).
Hay humor blanco y humor negro, humor fino y humor chocarrero, hay ironía y escatología, hay humor absurdo y humor satírico. Gustará uno más que otro, provocará mayor o menor hilaridad o hasta irritación, podrá picar y escocer, pero en ningún caso mata.
El humor es una expresión de la tolerancia que, como decía Voltaire, no ha provocado jamás una guerra civil mientras que la intolerancia ha cubierto la tierra de matanzas. El humor supone una actitud comprensiva y benévola ante las mezquindades, dificultades y errores de la humanidad.
Por ello el humor resulta insoportable para los dogmáticos, los intolerantes y los estúpidos, porque ridiculiza su soberbia y su autoritarismo.
Para los dogmáticos, el humor es un invento diabólico porque promueve el necesario escepticismo que está en la base de toda reflexión y crítica social. El humor expresa una catarsis y ha jugado un papel de revulsivo desde la antigüedad clásica hasta nuestros días, desde Cervantes a Woody Allen, de Jonathan Swift a Ramón Gómez de la Serna, del Lazarillo de Tormes a Los Simpson, de La Codorniz (la revista más audaz para el lector más inteligente) a El Jueves (la revista que sale los miércoles y se cierra los viernes), de Jardiel Poncela a Rafael Azcona.
Para los fanáticos el humor es intolerable porque ataca su engreimiento y seguridad. El humor conecta con el sano ejercicio de la autocrítica, de no tomarse demasiado en serio ni a uno mismo ni a nada. El humor consiste en tratar con ligereza las cosas graves y gravemente las cosas ligeras. Hace falta humor para enfrentar las tragedias de la vida y, en última instancia, la muerte.
Al obtuso y al estúpido les irrita el humor porque no son capaces, en su cerrazón y anteojeras, de aceptar y comprender la sutileza, la ironía o la mordacidad. El verdadero cogito cartesiano es el “pienso, luego río” ya que la duda, el cuestionamiento y la reflexión sobre todo lo supuesto están en la base de humor. Así, el humor es un signo de inteligencia y madurez, tanto de las personas como de las sociedades.
Además, el humor tiene indudables efectos positivos sobre la salud, ya que está comprobado que aumenta nuestras defensas, aporta vitalidad e incrementa la actividad cerebral. Incluso la risa activa músculos de nuestro cuerpo que no estaban en funcionamiento. Por no hablar de su enorme impacto sobre la salud mental en términos, evidentes, de mitigación de la tristeza, del estrés o de la ansiedad. En este sentido, Freud defendió que el chiste era una forma en la emergía de una manera desfigurada lo inconsciente.
Una de las grandezas de las sociedades abiertas y tolerantes es la posibilidad de criticar y burlarse de todas las ideas, en cualquier orden, filosófico, religioso, político, cultural, económico… Son las personas las que tienen derechos, las que han de ser respetadas, las que pueden manifestar y sostener las creencias que quieran, por extrañas que nos parezcan. Pero todas las ideas, del tipo que sean, están sometidas a la crítica, al escrutinio y también a la chanza, sin ninguna especial consideración.
Persistir en la libertad de expresión como marco para cultivar públicamente el humor es una obligación cívica frente a sus enemigos dogmáticos, intolerantes y estúpidos.
Esto pensaba el profesor Samuel Paty cuando mostró hace unas semanas las caricaturas de Mahoma a sus estudiantes y fue posteriormente asesinado por ello.
Sirvan estas líneas de modesto homenaje a un modesto profesor que quería explicar a sus estudiantes el sentido de la libertad de expresión a través del sentido del humor que ayuda, sin duda, a abordar el sentido de la vida.
Reír por no llorar. Humor para tiempos de pandemia.
Despidamos esta columna con una sonrisa, siguiendo la invitación provocadora y humorística de los Monty Python y mirando siempre el lado brillante y luminoso de la vida: https://www.youtube.com/watch?v=HFSAffL-nHU
El 17 de octubre se conmemora una vez más, desgraciadamente, el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, alrededor de 736 millones de personas aún viven con menos de 1 dólar y medio al día y muchos carecen de acceso a alimentos, agua potable y saneamiento adecuados. El crecimiento económico acelerado de países como China e India ha sacado a millones de personas de la pobreza, pero el progreso ha sido muy desigual. La posibilidad de que las mujeres vivan en situación de pobreza es desproporcionadamente alta en relación con los hombres, debido al acceso desigual al trabajo remunerado, la educación y la propiedad. Los avances también han sido limitados en otras regiones, como Asia Meridional y África subsahariana, donde vive el 80% de la población mundial que se encuentra en condiciones de extrema pobreza. Si bien la proporción de personas desnutridas en el mundo ha descendido en las últimas décadas, en números absolutos hay más víctimas del hambre que nunca según la FAO. Durante el tiempo en que lee este texto, unos 5 minutos, 65 niños y niñas menores de 5 años habrán muerto en el mundo por causas fácilmente prevenibles relacionadas con la pobreza. En contraste con la extrema pobreza, nuestra era es testigo de una opulencia nunca antes conocida. Las 85 personas más ricas del mundo tienen tanto como los 3.5 mil millones más pobres.
Por primera vez en la historia de la humanidad, tenemos la capacidad de erradicar la pobreza. Porque, digámoslo alto y claro, la pobreza no es un problema de recursos, sino de distribución de los mismos. Por eso la pobreza no es una fatalidad. Si la mitad más pobre de la población mundial tuviera sólo el 7% de los ingresos domésticos mundiales, en lugar del 3% que tienen actualmente, se resolvería el problema de la pobreza absoluta. Asimismo, la producción agrícola mundial se ha triplicado en poco menos de un siglo, a la par que la población del globo se multiplicaba igualmente por tres. Según el Informe Mundial de Alimentos de la FAO, la agricultura mundial con el actual desarrollo de su fuerza de producción podría alimentar, a razón de 2700 calorías por adulto y día, a 12000 millones de seres humanos; esto es, prácticamente al doble de la Humanidad.
La pobreza es una enorme injusticia y se sustenta en un orden institucional global que es en gran medida responsable de la creación y perpetuación de la misma. La arquitectura institucional supranacional diseñada por los ricos y para los ricos incluye los créditos para la exportación, el proteccionismo de los mercados ricos, las reglas internacionales sobre contaminación —que no exigen a los países contaminadores compensar a quienes más sufren los efectos de esa contaminación—, los flujos financieros ilegales y la evasión fiscal, o las leyes de patentes y sobre la propiedad intelectual que impiden el acceso a medicamentos esenciales para la mayoría de las personas que los necesitan.
Preocupados por la pandemia que nos azota y que afecta desigualmente en función de la pobreza, aquí y allí, podemos caer en el desánimo y la inacción. Sin embargo, por muy mal que estén las cosas, siempre conservamos la posibilidad, y por lo tanto la responsabilidad, de poner algo de nuestra parte para mejorar el mundo. Esa posibilidad la tenemos siempre y está más al alcance de nuestra mano de lo que habitualmente creemos. Además, nuestra contribución puede ser más significativa de lo que generalmente estimamos.
¿Cuánto cuesta salvar una vida? El economista William Easterly calcula que los programas de la OMS para reducir muertes causadas por malaria, diarrea, infecciones respiratorias y sarampión cuestan alrededor de 234 euros por vida salvada. Salvar una vida al año cuesta unos 64 céntimos al día. Una vida no resuelve los problemas más acuciantes del mundo, pero para esa persona y sus seres queridos, nada podría ser más importante. Quien salva una vida, suele decirse, salva a la Humanidad.
Por un lado, conservamos la libertad y la responsabilidad cívica de protestar, de proponer y de contribuir a crear estructuras que nos encaminen hacia un mejor futuro, para evitar las muertes evitables, es decir, vergonzosas.
Por otro lado, también hay mucho que podemos hacer a corto plazo. Para ello, ni siquiera necesitamos ser personas extraordinarias, con recursos infinitos, o capaces de realizar grandes sacrificios o esfuerzos heroicos.
Podemos modificar esos hábitos de consumo que sabemos que explotan o perjudican seriamente a poblaciones vulnerables (ahí están las alternativas de comercio justo, ropa limpia, banca ética, inversión socialmente responsable).
Podemos participar con tiempo e ideas (el dinero no es lo único que se puede invertir), en organizaciones comprometidas con la erradicación de la pobreza.
Por supuesto, podemos hacer donaciones inteligentes, es decir eficientes y de las que toda la Humanidad, y no solo sus destinatarios directos, podrá beneficiarse. La reducción de la pobreza y de la malnutrición redunda en enormes beneficios sociales, económicos y de seguridad a escala global.
Ángel Olaran, misionero comboniano en Etiopía, remarcaba que el hambre es un genocidio programado, tolerado. Hay que llamar a las cosas por su nombre. Y si las palabras han llegado a perder sentido, habrá que inventar un idioma nuevo. Cada generación aporta algo a la Historia. Formamos parte de la que puede acabar con la pobreza. Es hora de actuar.