La pérdida del buen ánimo (desmoralización) suele venir acompañada de indiferencia en el mejor de los casos, cuando no de desesperanza. En el momento actual, una característica añadida sería el desconcierto individual y social ante la que está cayendo en forma de crisis poliédrica —sanitaria, económica, de valores— cada vez más apretada para los menos favorecidos.
Hemos perdido pie con los modelos clásicos considerados válidos sin que hayamos logrado reemplazarlos por otros; la sociedad líquida y todo eso. El concepto de persona moral que hemos ido asimilando al hilo de una larga tradición, se ha roto, encontrándonos ahora sin referentes sólidos que promuevan el ejemplo. Apenas cuesta encontrar ejemplos dignos de confianza, como sería el caso del Papa Francisco ¿Qué hacer? No nos ha ido mal cuando hemos apostado por la moral entendida como la cultura vivida del bien común.
Ante el empobrecimiento general que produce una crisis tan global como esta, no deja de ser una invitación a reinventarnos, a moralizarnos aunque solo sea para no llegar a las cotas de alienación y exclusión social que vemos arraigadas en otras sociedades “de referencia” y “más avanzadas que la nuestra”, hacia las que apuntamos con paso firme por el camino de la decadencia ¿Por qué las razones éticas cuentan tan poco? La filósofa Victoria Camps lo resume así: No basta conocer el bien, hay que desearlo, interesarnos en él; no basta conocer el mal, hay que despreciarlo. Es decir, que el gobierno de las emociones forma parte del contenido de la ética. La moralidad es la norma de conducta que se queda coja sin la sensibilidad de querer vivir lo que se elije. No es suficiente el conocimiento de lo que se debe hacer —lo permitido y prohibido en aras al bien común—, existe el conocimiento de lo que es bueno sentir y desear experimentarlo en la práctica. O lo que es lo mismo, la ética llega más allá de lo racional en forma de inteligencia emocional y espiritual para facilitarnos una vida de convivencia. Esto es una característica que se manifiesta en quienes se entusiasman con lo que merece la pena. Emocionarse así es bueno, igual de bueno que indignarse con aquello que lo merece.
Esto de la emoción ética no es nuevo, pero como estamos afanados derribando todo el acerbo que nos ayudó en nuestra construcción, ahora nos falta para sacar lo mejor de cada uno para afrontar la difícil realidad desde bases sólidas aun sin entenderla. Una especie de brújula en la noche cerrada. Aristóteles ya vinculó las emociones al conocimiento ligadas a la excelencia de la persona (areté). Excelencia aristotélica entendida como la “la capacidad de generar beneficios” expresados en forma de magnanimidad, justicia, valentía, sensatez, nobleza, escucha, generosidad… Muy diferente a la excelencia tal como la entendemos hoy.
Quizá sirvan estas breves líneas para facilitar al lector esperanzado y sensible una repensada sobre las virtudes o cualidades que conforman la verdadera excelencia humana. O puedan servir para que vivamos en la práctica lo que somos por nacimiento, es decir, sujetos de derechos y deberes, lo cual equivale a que la libertad nos lleva a ser la mejor posibilidad de cada persona y como colectivo, pero tiene límites necesarios. A veces parece que no, pero ir en una u otra dirección tiene siempre consecuencias importantes, empezando por la construcción o deterioro como personas. En este sentido, el Evangelio no deja de ser un tratado de sabiduría.
Todos queremos ser felices, incluso quienes dicen que la felicidad es una boutade pequeño-burguesa. Lo que ocurre es que tenemos que aprender a serlo viviendo de otra manera; ejercitarnos en la razón para que se acostumbre a desear (sentimiento) lo bueno y no lo malo. Invertir en la inteligencia emocional y espiritual hasta que el juicio recto actúe sobre la zona sensitiva y se acostumbre a desear lo bueno, que no siempre es lo más agradable, ay, ni siquiera en la vida de los grandes campeones. Porque nadie nace sabiendo y la vida es una larga pedagogía que se hace camino excelente al andar... de una determinada manera. En esto, existe una sabiduría universal cuya esencia condensó Jesús de Nazaret de manera eternamente actual para encontrar lo mejor aquí y ahora. Ayer ya no existe y mañana depende mucho de lo que hagamos hoy.
Tras pasar por el pleno del Congreso en diciembre la ley de la eutanasia podría aprobarse en los primeros meses de 2021 tras su publicación en el BOE. Se despenaliza la ayuda médica para morir detallando los requisitos para poder prestarse. En concreto, serán las personas mayores de edad que padezcan una enfermedad grave e incurable o un padecimiento que cause “un sufrimiento físico o psíquico intolerable” sin curación o mejora. Se contempla, además, la objeción de conciencia médica
Es ley de vida que muchas personas se encuentren en medio de enfermedades irreversibles y grandes dolores, poniéndoles la vida a prueba sus fundamentos éticos y morales. Y algunos deciden quitarse la vida. La cuestión central está en el derecho a la vida y su forma de entenderlo. De las teorías que propugnaban que el fin último de la persona está en el sujeto mismo y no en alguien superior a él (principios del siglo XX) surgieron iniciativas eutanásicas para las enfermedades incurables.
Pero también surgieron propuestas políticas basadas en el pensamiento hegeliano que propugnaban la eutanasia según los intereses del Estado. Pero, tras la II Guerra Mundial, los vencedores resaltaron el valor de la vida humana ligándola con la noción de dignidad. Y contra lo que cree mucha gente, la eutanasia activa está prohibida en casi todo el mundo.
Ahora se vuelve a esgrimir la libertad individual bajo el paraguas "mi vida es mía y hago con ella lo que quiero". Y cada vez que no se acepta que una persona tiene valor en sí misma, se abre la puerta al utilitarismo: tanto vales, tanto cuentas. Con todo, no olvidemos que existen muchas personas que siguen adelante a pesar de enormes limitaciones físicas, capaces incluso de transformar el sufrimiento en amor. Lo necesario, creo, es que repensemos nuestra idea de la dignidad humana y de la libertad, porque el resultado no es indiferente.
El tema es serio, sin duda: seres humanos llenos de lucidez atrapados en medio de enfermedades irreversibles y con grandes dolores que disparan el sentimiento de inutilidad, depresión o la falta de sentido vital, poniendo a prueba sus fundamentos éticos y morales y los de sus familiares. No entro en el debate de alargar la vida de modo irracional (distanasia) u otorgar al paciente todos los tratamientos para disminuir el sufrimiento y evitar largas agonías (ortatanasia).
Cada vez que no se acepta que una persona tiene valor en sí misma se abre la puerta al precipicio del utilitarismo que nos aboca a dejar de respetarnos y considerar inútiles y costosos a colectivos enteros. Precisamente porque cada ser humano es valioso por serlo, su autonomía es una consecuencia de su dignidad. Pero algunos lo entienden al revés: la dignidad es una consecuencia de la autonomía, sin valorar demasiado las consecuencias. Es una de las razones por las que soy contrario a la eutanasia activa.
El problema es tan importante que hay que verlo también desde otro ángulo que apenas se habla, quizá porque no se han hecho los deberes a las puertas de la eutanasia legalizada. Me refiero al derecho a los cuidados paliativos, al que una gran parte de la población no tiene acceso ante la escasa implantación hospitalaria del mismo. Cuidados paliativos en sentido amplio, es decir, atención médica, social, emocional y espiritual que la enfermedad plantea. Porque al sentir que mejora su calidad de vida, la eutanasia deja de ser una prioridad en muchos enfermos.
Para la Organización Mundial de la Salud, los cuidados paliativos son pilares esenciales en la atención desde todas las dimensiones de la persona: bio-psico-social y espiritual; sobre todo en pacientes con la enfermedad avanzada y terminal. Pero lo ciertoe sque los datos de la Sociedad de Cuidados Paliativos y la Asociación de Enfermería y Cuidados Paliativos (2019) dicen que, casi 80.000 personas que necesitaban cuidados paliativos, no los recibieron. En definitiva, poner el punto final a la vida es tan importante como nacer y toda persona tiene el derecho a sentirse querida hasta el final sufriendo lo menos posible. Es lo ético y lo cristiano.
El Papa Francisco nos regaló hace un mes una preciosa encíclica que lleva por título FRATELLI TUTTI, sobre la fraternidad y la amistad social. “Todos hermanos”, una encíclica densa, evangélica, profunda, franciscana y muy actual, cuyo hilo conductor es el sueño, el anhelo y la propuesta de una nueva humanidad, unida y organizada toda ella con lazos de hermandad porque “todos vosotros sois hermanos” (Fratelli Tutti, nº 95, citando a Mt 23,8).
No es mi propósito en esta página profundizar los núcleos de la encíclica, sino sencillamente subrayar y recordar las raíces franciscanas de la misma. En efecto, podríamos decir que esta encíclica es el compendio y expresión del franciscanismo de siempre, con lenguajes, metodologías y concreciones de nuestro tiempo.
Recordemos de entrada que el Papa fue a firmar esta encíclica en el Sacro convento de Asís, junto a la tumba donde reposan los restos de Francisco. Y la firmó precisamente la víspera de la fiesta de San Francisco, el 3 de octubre. Ya este hecho es significativo y elocuente, ya que habitualmente las encíclicas de los Papas se firman en el mismo Vaticano.
Conviene también subrayar el título de la encíclica: "Fratelli tutti”, Todos hermanos. Así se dirigía Francisco de Asís cuando se dirigía a sus hermanos de fraternidad. No solo, sino que en un momento dado, Francisco de Asís haciendo suya una frase del evangelio de Mateo, recuerda a los suyos: “Todos vosotros sois hermanos” (1Reg. 22,34).
Además, es interesante lo que el mismo Papa hace en los primeros 5 números de la introducción: recuerda a Francisco de Asís, cita varios textos y episodios de su vida; recuerda, por ejemplo, el encuentro entre Francisco de Asís y el Sultán Malik-el-Kamil. "Nos impresiona que ochocientos años atrás, dice el Papa, Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno 'sometimiento', incluso ante quienes no compartían su fe." (Fratelli Tutti, nº 3)
Un poco más adelante, el Papa, como queriendo sintetizar lo que ocurrió con Francisco de Asís, dice: “Francisco acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos” (Fratelli Tutti, nº 4).
No solo. El Papa Francisco reconoce explícitamente que detrás y delante y abajo y arriba de esta encíclica está el hermano de Asís, Francisco. "El ha motivado estas páginas” afirma el Papa (Fratelli Tutti, nº 4).
Y terminando la encíclica, de nuevo el Papa reconoce y confiesa que detrás de muchas de las reflexiones vertidas en la encíclica está Francisco de Asís. "En este espacio de reflexión sobre la fraternidad universal, me sentí motivado especialmente por san Francisco de Asís y también por otros hermanos
" (Fratelli Tutti, nº 286).
Más allá de estas notas citando a Francisco de Asís y al movimiento que él puso en marcha en el siglo XIII, nos parece que esta encíclica está escrita en clave franciscana. El núcleo y el hilo conductor de la encíclica coincide totalmente con una de las claves del franciscanismo: la fraternidad universal.
Es ya muy sabido y no hace falta decir: siendo la fraternidad universal una de las claves para entender el carisma franciscano, no es, sin embargo, ningún invento de Francisco de Asís; él pretendió vivir y ofrecer a sus hermanos el "santo evangelio de nuestro Señor Jesucristo", pero de ese evangelio tomó Francisco y subrayó el deseo de vivir siempre en fraternidad, con hermanos, como hermanos; una fraternidad de iguales, entre los más pobres y menores, acogiendo a quien viniera a ellos, fuera ladrón o salteador, amigo o enemigo, rico o pobre, perdonando siempre, sin juzgar a nadie y anunciando a todos la paz y el bien.
Lo hemos dicho más arriba: el hilo conductor de esta encíclica es la vivencia y el anuncio de la fraternidad universal y de la amistad social. De ello da buena cuenta el Papa a lo largo de sus 287 números de que consta la encíclica, abordando temas de muy diversa índole y respondiendo a los desafíos que en la actualidad se dan en nuestra humanidad herida. Frente a dichos desafíos, el Papa propone la cultura del encuentro y de la amistad, evitando absolutamente el descarte y la marginación. Es la cultura del encuentro y de la acogida, que tanto subraya también el franciscanismo.
El siglo XIII de Francisco de Asís y el siglo XXI del Papa Francisco, son dos siglos absolutamente diferentes, pero hay algo esencial que los asemeja y asemeja al Papa Francisco con Francisco de Asís: el anhelo y el sueño de ambos de una vida y de una humanidad hermanada y en paz.
El 15 de noviembre pasado, domingo, a primera hora corrió como pólvora la noticia del fallecimiento del sacerdote vizcaíno, Angel Mari Unzueta Zamalloa, de 67 años. La víspera por la tarde, sábado 14, había estado en el Santuario de Urkiola de donde era el párroco desde hacía dos años; al bajar de allí parece que saludó, como lo hacía, a su anciana madre en Durango y de allí marchó a la residencia de los sacerdotes retirados de Bilbao donde vivía Angel Mari. Al no acudir a la cena, lo buscaron y lo encontraron muerto en su habitación. Había nacido en Durango (Vizcaya) el 4 de diciembre de 1952; le faltaban, pues, días para cumplir los 68 años.
Hoy traemos su memoria a estas páginas de ARANTZAZU no para hacer su semblanza, (de un sacerdote culto y preparado, totalmente entregado a su ministerio y polifacético en cuanto abarcaba muchos campos y disciplinas), sino para recordarle y agradecerle por su empatía con Arantzazu y por su leal colaboración con nosotros.
Si la memoria no nos falla, fue en el año 1999 la primera vez que Angel Mari vino aquí y pronunció una conferencia inolvidable dentro de la celebración del espíritu de Asíse de aquel año. Su conferencia se titulaba “Haren zauriek sendatu gintuzten” Barkamena bakegintzan. Recuerdo que pronunció la conferencia en el antiguo refectorio del convento y recuerdo que su conferencia impactó fuertemente a los asistentes por la defensa clara y sin rodeos de las víctimas, de todas ellas, fueran del bando que fueran.
Pero fue el año 2019 cuando más contacto y relación tuvo Arantzazu con Angel Mari. En el Restado de su watsAppe había escrito en alemán Verfügbar (es decir: disponible), y así demostró ser también con nosotros: siempre disponible para colaborar. En efecto, le pedimos que colaborara en nuestra revista ARANTZAZU con una reflexión cristiano-evangélica-eclesial-pastoral para poner luz en esta situación de despiste en muchos sentidos. Escribió cada mes, durante todo el año 2019, con pluma ágil y con pensamiento claro y actual. Su primera colaboración fue “Urkiolatik Arantzazura. Entre santuarios” haciendo una bella semblanza de ambos santuario y sus coincidencias.
La última vez, lo recordarán nuestros lectores, Angel Mari escribió para nuestra revista en el mes de mayo de este año. “Las trillizas son septuagenarias” refiriéndose a los 70 años que cumplían las diócesis hermanas de Vitoria, Bilbao y San Sebastián.
Desde entonces no hemos tenido más contacto con él y se nos ha ido sin tiempo de agradecerle y despedirle. Una gran pérdida para la sociedad y para toda la Iglesia, especialmente para la diócesis de Vizcaya donde, además de ser Vicario general durante muchos años, prestaba infinidad de servicios de todo tipo, polifacético como era.
Se nos ha ido Angel Mari Unzueta, “el siempre disponible”, le recordaremos siempre como un euskaldun desde los pies a la cabeza, impulsor incansable de la paz y la reconciliación, sacerdote muy culto y preparado y siempre entregado a la causa del evangelio y de Jesús.
Arantzazutik eskerrik asko, Anjel Mari, denagatik, plazer bat izan da zurekin bizitzan topo egitea eta gozatu orain hainbestetan sinetsi eta aditzera eman duzun Jesukristoren piztuera.
Los profetas son los enviados de Dios para alertar sobre los desvaríos que atentan contra la credibilidad del Mensaje. Hoy contamos también con un gran profeta encarnado en el Papa Francisco; conocemos el ejemplo de otros profetas por nuestra cultura religiosa, pero les escuchamos menos que al Papa. Uno de ellos tuvo gran importancia en su tiempo ante la falta de ejemplaridad estando sus mensajes a la altura de los grandes Padres de la Iglesia. Sigue siendo muy popular por otras cosas. Era portugués y se llamaba Fernando, aunque todos le reconocemos como el franciscano san Antonio de Padua.
San Antonio denunció lo antievangélico de sacrificar al ser humano a una idea o proyecto, en este caso del ideal cristiano, por una mala praxis de la autoridad religiosa y civil cuando entonces era impensable denunciarlo. Estamos en el siglo XII, una de las épocas más tensas y tumultuosas de la historia de Europa y de la Iglesia occidental. Fueron años de profundas transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales y de enfrentamientos entre el papado y el imperio político. Pero también de graves excesos y corruptelas clericales y en la Curia Romana.
Fiel a las recomendaciones de la Regla de San Francisco, Antonio predicó al pueblo el evangelio denunciando el mal ejemplo institucional. Sus sermones dominicales llenos del Espíritu eran seguidos multitudinariamente. Poco se ha publicitado sobre esta faceta esencial del santo de Padua, que no dudó en señalar con dureza las bajezas de la jerarquía eclesiástica de su época, empezando por su obispo, los abusos y la falta de ejemplo que pervertían el Mensaje desde la soberbia, los privilegios y la riqueza eclesial.
Muchas de las denuncias públicas de Antonio de Padua podrían ser aplicadas al momento actual. Es necesario volver a la radicalidad del evangelio en una Iglesia amenazada por una excesiva adaptación, el clericalismo y la nula autocrítica, donde el Mensaje parece tener menos importancia que la institución misma. Lo denuncia el Papa actual, igual que lo hiciera san Antonio entonces. Es cierto que tampoco ayuda la pasividad de un buen número de laicos, marcada por la ortodoxia más que por la ortopraxis al estilo de Jesús.
Lo que sorprende es que un profeta que denunció con dureza los escándalos de su Iglesia, no fuera ajusticiado a las primeras de cambio. Al haber sido poderoso en obras y en palabras, su elevación a los altares fue una canonización exprés casi por aclamación. Y para que no haya dudas, Antonio de Padua fue nombrado por Pío XII Doctor de la Iglesia. Pocos santos han logrado transformar las conciencias a base de reprender sin ambages a quienes escandalizaban con sus corruptelas. Desde que Jesús de Nazaret desautorizara la hipocresía de las autoridades religiosas de su tiempo, aun menos han podido hacerlo sin la acusación de herejía y el consabido martirio.
Cómo serían sus sermones para que el llamado Santo Oficio de la Inquisición se negase a traducirlos del latín al italiano –en 1948- argumentando que los fieles no estaban preparados para soportar el impacto de sus palabras. En realidad, entonces y ahora, no estemos preparados para defender la Verdad y la coherencia por bandera con el grado de ejemplo que reclama el evangelio.
Postdata - Vuelve a ser noticia este verano la tragedia ocurrida en la playa del Tarajal (2014) por la sentencia ante el resultado de 25 inmigrantes muertos, un desaparecido y 23 personas devueltas a Marruecos “en caliente” y sin ningún procedimiento formal legal. El franciscano Santiago Agrelo, por entonces arzobispo de Tánger, publicó la Carta Pastoral “Lo inaceptable”, de gran profundidad evangélica y denuncia profética, esta última poco frecuente en los católicos del Primer Mundo ante las injusticias estructurales. No fue la primera vez ni la última que Agrelo se significa, pero tiene a quien imitar.