Xabier Etxeberria
Errukia giltzarri da ebanjelioen mezuan. Lk 10, 29-37 pasartean zorroztasun handiz azaltzen dira errukiaren nondik norakoak. Samariar onaren parabolan edozein motako indarkeria jasan ondoren babes eskean dagoenaren aurrean bestearen sufrimenduak hunkitu egiten du lagun hurko egiten dena. Pasartean errukiaren lehen ezaugarria adierazten da: lagun hurko egiten dena sufritzen duen horren sufrimenduak hunkitzen du eta biktimarekin sufritzen du, sakon eta zinez. Errukiak ez du hitz askoren beharrik.
La compasión es quizá el sentimiento/virtud clave de los evangelios. No siempre es bien entendida y, por eso, llega a ser menospreciada. La conocida parábola del samaritano (Lc 10,29-37) nos la muestra con gran finura. Y se deja leer secularmente tal como está.
La víctima
Recordemos el relato. “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó”. Le asaltaron unos bandidos, le despojaron de todo, “lo molieron a palos” y “le dejaron medio muerto”. He ahí la víctima, descrita muy expresivamente con enorme sobriedad. En total soledad, incapaz de la mínima iniciativa. Con todo, de su mera presencia emana una muda pero contundente petición de amparo.
Pasaron luego por el camino, sucesivamente, un sacerdote y un levita, los buenos de aquella sociedad. “Lo vieron” –destaca el texto-, “dieron un rodeo” –decidieron no dejarse impactar por la víctima- y “pasaron de largo”. Esto es, la abandonaron, la revictimaron. Se discute si pudieron hacerlo por guardar las leyes de pureza ritual: otro modo de abandono más refinado y con implicaciones institucionales religiosas.
El samaritano
Pasó luego un samaritano, un enemigo para los judíos, un apestado espiritual al que hay que marginar. Presuponiendo como lo más probable que la víctima fuera judía, se esperaría de él que siguiera su camino tras un gesto de menosprecio. Pero, con gran sorpresa para los oyentes del relato, se dejó impactar por ella. “Sintió compasión de él”, experimentó en su interior com-pasión, esto es, un “sufrir-con” la víctima. El samaritano no dice nada, solo siente, profunda y auténticamente. Gran delicadeza. La compasión, normalmente, precisa parquedad de palabras que la expresen.
Lo que sí pasa a ser exuberante es la iniciativa que ese sentir hace brotar de él. “Se acercó” –primer gesto clave- “y le vendó las heridas, echándoles aceite y vino; lo montó en su cabalgadura, lo llevó a la posada y le cuidó. Al día siguiente, dando dos denarios al posadero, le dijo: Cuida de él y lo que gastes de más te lo pagaré a mi vuelta”. Lo decisivo de la compasión es hacerla del mejor modo posible.
Errukia, hitzetan baino, ekintzetan adierazten da. Errukiaren gakoa sufritzen duen horrengana hurbiltzea eta ahalik eta ondoen zaintzea da. Biktimarengana ez bagara hurbiltzen (desberdintasunak eta hesi sozialak inporta gabe), nekez sentituko dugu haren sufrimendua. Erantzukizunez bete beharreko agindu morala baino, jarrera harkor horren erantzun modura ernetzen da jokabide errukiorra. Errukiak urrutien dagoen hori hurbil dezake, zabalkunde unibertsala duen gizatasun sentimendua da.
La compasión
Fijémonos con más detalle en el proceso compasivo del samaritano. Primero, se acercó, aceptó exponerse psíquicamente desnudo al grito mudo de la víctima: exposición a su impacto. Segundo, por efecto de ese impacto recibido de la víctima en él, esto es, motivado por ella, sintió la compasión hacia ella, más allá de cualquier diferencia y barrera social: realización plena de la receptividad. Tercero, alentado por la fuerza y el horizonte que le dio esa recepción, hizo la compasión, sobreabundantemente: no como cumplimiento de un deber por responsabilidad, sino como respuesta, como responsividad espontáneamente asentada en el vigor moral que le dio la receptividad.
Jesús expuso la parábola para responder a un maestro de la ley, a un “jurista”, que le preguntó quién era el prójimo al que se debía amar. Con el relato, Jesús le transforma la pregunta: no quién es el prójimo, sino “¿cuál de los tres se hizo prójimo?”. El letrado tuvo que reconocer que el samaritano, esto es, el supuestamente malo e identitariamente más lejano. La projimidad no es una cuestión de cercanía geográfica o identitaria, es cuestión de sintonía compasiva dispuesta a romper toda frontera, a hacer cercano al más lejano, desde un sentimiento de humanidad de alcance universal.
Hoy se dice a veces: quiero justicia, no compasión. Pero una compasión como la descrita no solo puede preceder a la justicia, alentando a ella, no solo puede continuar la labor de la justicia institucional cuando esta llega a su fin. Modula la propia realización de la justicia, afinándola, a la vez que esta vigila para que la compasión, desfigurándose, no se exprese como paternalismo o superioridad (algo inimaginable en el samaritano). Cuando esto sucede, podemos hablar de justicia compasiva.
En la parábola no se habla de justicia en sentido moderno. Pero en ella late el “sentido” de la justicia. Por razones como estas: si la dinámica compasiva acogedora espontánea es responsividad, el abandono de la víctima es ya fallo del deber de ayudar, de la responsabilidad; si, como tal, se expresa ante la singularidad del otro, al tratarse del otro sociológicamente extraño presupone disposición a expresarse ante cualquier otro, esto es, está abierta a la imparcialidad y la universalidad de la justicia -nadie que sufre una violencia del tipo que sea me es extraño-; lo cual implica que todo otro merece respeto y atención, esto es, diríamos hoy, es sujeto de dignidad. En la compasión responsiva samaritana está en germen la justicia compasiva, está presente su sentido, aunque falten la mediación institucional y sus principios formales.