Javier Garrido, ofm
Heriotza gure bizitzaren zerumugan ikusten dugunerako Elizak bi sakramentu ditu: gaixoen oliadura eta 'biderako' Eukaristia.
Lehenengoak Eliza lagun dugula gogorarazten digu, Jainkoak eskutik heltzen gaituela sentiarazi eta Haren errukiak garen guztian laztandu.
Bigarren sakramentua biderako janaria baino ez da; gaixotasunaren bidez Jesusek Aitari eginiko eskaintzarekin bat egiten du. Jauna hartuz heriotza garaitu egiten da.
La Iglesia nos ofrece dos sacramentos para nuestra edad. El primero es la unción de enfermos. Todavía tienen algunos la idea de que es una especie de “puntilla”, y piden al cura que lo administre cuando el enfermo está en las últimas.
Gracias a Dios, a raíz del Concilio Vaticano II, se puede y se debe recibir en cualquier situación que nos ayude a ver la muerte en el horizonte de nuestra vida. Basta tener cierta edad y sentirse débil.
Aporta más de lo que se cree:
Sentirnos acompañados por la oración de la Iglesia. Ni en nuestra ancianidad, ni a las puertas de nuestro final, estamos solos. Tiene que ver con el bautismo, cuando invocamos a nuestros santos y recordamos a los que fueron el punto de arranque de nuestra historia cristiana. Ahora también ellos conocen el trance que nos toca vivir.
Signo eficaz que nos fortalece. El sacramento es gracia de Dios. Él toma sobre sí nuestros miedos, resistencias, tentaciones y esas dudas de fe que nos enredan y hacen sufrir. Con el Señor, de la mano, fuertemente asidos…
Nos ungen aceite en la frente, en las manos, en los pies. Nuestro cuerpo entero, nuestra persona entera con toda su historia, son acariciados por la misericordia del Señor.
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El segundo sacramento es la Eucaristía en forma de viático. Significa “alimento del camino”. Es costumbre cristiana llevar la comunión a nuestros enfermos que no pueden participar en la eucaristía de la comunidad.
Pero es su modo propio de participar en ella. La persona mayor impedida no sólo comulga; vive con Jesús su ofrenda al Padre mediante su enfermedad. Comulga para ser uno con Jesús y unirse a sus hermanos en la fe y en la oración.
Nuestro cuerpo se deteriora, pero nuestra alma y nuestro espíritu reciben la vida de Jesús resucitado.
Nos espera la muerte; pero, al comulgar, al comer su cuerpo, ya estamos resucitados con Él.
Cuando comulgamos, la muerte ya ha sido vencida.
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Jesús entra en mi casa, en mi habitación. Lo como, lo hago mío… Jesús, tan deseado. Jesús, siempre entregado.
¡Gracias, Señor, por la fe en este sacramento incomparable!