Fr Patxi Bergara, Franciscano
Ebanjelizazioa eta errukia ez daude konfinatuta ez eta berrogeialdian ere. Hori dio Bogotako kaleetan bizi diren etxerik gabekoei jaten ematen dien Gabriel Gutiérrez fraideak. Elizaren historian zehar badaude horrelako testigantzak, eta izurrite garai haietako argazkiak egungo hainbat misiolariren argazki ere badira, maitasun ekintza ugari islatzen baitute.
Lur Santuko kustodioak otoitzaren erromesaldia proposatzen du, Anaia txikien ministro jeneralak berriz, Jesusek maitasunez eginiko sakrifizioa gogoratuz, munduan pobrezian eta baztertuta bizi diren herriak kontuan hartuz gizadi guztiaren alde lan egiteko eskatzen du. Frantziskotar Sekularren ministroak krisi hau elkartasuna eta anaikidetasuna indartzeko aukera paregabe modura ikusten du.
“La Evangelización y la caridad no están confinadas ni en cuarentena”, dice fray Gabriel Gutiérrez, fraile franciscano que, a través de la organización que dirige “Callejeros de la Misericordia”, ha salido a las calles de Bogotá durante el confinamiento por el coronavirus para atender a los que él mismo denomina como “ciudadanías callejeras”. Más de 300 personas todos los días reciben la alimentación básica para afrontar estas complicadas jornadas.
La Iglesia no puede esconderse en este momento en que miles de seres humanos padecen situaciones de grave vulnerabilidad. Y así es, pues son innumerables las iniciativas puestas en marcha a nivel pastoral y asistencial en el seno de la Iglesia y en particular de la familia franciscana.
Hay un testimonio conmovedor del año 253 acerca de cómo los primeros cristianos afrontaron la peste que diezmó la ciudad de Alejandría. Así cuenta Dionisio, el obispo de aquella ciudad: «La mayoría de nuestros hermanos, por exceso de amor y de afecto fraterno, olvidándose de sí mismos y unidos unos con otros, despreocupados de los peligros, visitaban a los enfermos, les atendían en todas sus necesidades, los cuidaban en Cristo y hasta morían contentísimos con ellos… los mejores de nuestros hermanos partieron de la vida de este modo, presbíteros –algunos-, diáconos y laicos, todos muy alabados, ya que este género de muerte, por la mucha piedad y fe robusta que entraña, en nada parece ser inferior al martirio» (San Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, VII, 22.7-10; BAC 612, 470-471).
Este testimonio de Dionisio de Alejandría es la fotografía de ayer y de muchos hermanos hoy. Cuentan las crónicas que muchos paganos se bautizaron tras aquella epidemia, contemplando emocionados tantos actos gratuitos de amor por parte de sus vecinos cristianos.
Pero junto a la pandemia del coronavirus se extiende de su mano la angustia, el miedo a lo imprevisible y el miedo al encuentro. Momento el nuestro para confiar en Cristo resucitado, que aún herido es resucitado; momento para amar y servir desde lo cercano y lo pequeño. Momento para orar, pues cuando ya no podemos nada aún podemos pedir e interceder por nosotros y por todos. Esta es la hora de la misión.
Muchos misioneros hoy están lejos de sus casas. Ellos no corren el riesgo de ser repatriados, porque dejaron sus países para siempre. Voluntariamente se han aislado junto a los desheredados de la tierra, junto a muchas personas que sufren y mueren todo el año sin que nos acordemos de ellos. Y en esta crisis sanitaria, ellos sí piensan en nosotros; en su país sacudido por el sufrimiento; en sus familias muchas formadas ya solamente por padres y hermanos ancianos, que forman parte de los grupos de riesgo.
La Custodia de Tierra Santa pide no abandonar a Tierra Santa y propone realizar «la peregrinación de la oración»
La crisis sanitaria primero obligó a suspender numerosas peregrinaciones a Tierra Santa ante las medidas tomadas por Israel para evitar contagios en su territorio al obligar a hacer cuarentena a los fieles llegados de numerosos países. Sin embargo, la pandemia ha obligado también a cerrar templos y santos lugares que normalmente están repletos de fieles.