A continuación, tres escritos que nos han mandado dos lectores de la revista. El primero de ellos nos llegó por whatsapp y lo publicamos como homenaje a todos los suscriptores fallecidos en estos tiempos confusos que vivimos.
Publicamos también dos reflexiones de Paul Liceaga, que nos invita a mirar críticamente a la nueva normalidad. Más que pedirle al futuro, nos invita reflexionar y ver qué es lo que podemos aportar.
Egun on fraide maiteok.
Aita joan zaitela, hil zaigula esateko idazten dizuet. Zuon Arantzazu errebista erligiosoaren aspaldiko bazkidetako bat. Zendu da. Heranegun, ostirala arratsaldeko 21:30ak aldera. Etxean seme alaben artean. Bere bizitza luzean igeltseroa izandakoa. Kristaua. Lehengo euskaldun fededun haietakoa.
Emaztea joa zitzaion orain lau urte pasa, zortzi urtez Alzheimer kupidagabe horrekin borrokatu ondoren. Jakin zuen aitak igeltseritzako mazoa utzi eta etxeko eskoba hartzen, sukaldatzen, erosketak egiten, laguntzen. Bromak gustatzen zitzaion gizon serioa. En fin. Joan zaigu.
Hiru anai arrebok amarekin egin gendun bezalaxe aritu gera berarekin urte hontan. Txandaka 24 ordutan bere inguruan laguntzen. Gauero urte osoan hirutako bat aldamenean lotan berarekin. Noiz baiteko trumoi txiki artean ere, nekeak, sufrimenak eraginda, aitarenak eta geurenak, beti ondoan laurok.
Segundotako purrustatxoa ta gero, iñoiz galdu gabeko maitasuna nagusi. Hori da gure poza eta indarra.
Bidai ona izan aita eta muxu bana guzion partetik amari!
[...] Entretanto, si no hay remedio que valga ni principio activo que nos redima, al mañana qué le ofrezco, al futuro qué le doy, desde lo más hondo, desde lo más sincero... ¿Mi tiempo? ¿Mi esfuerzo? ¿Mi queja y lamento? Volver a uno mismo para, desde ese lugar, buscar lo que sabemos, lo que tenemos y lo que podemos ofrecer al porvenir, para que quienes nos sigan recuerden si desde la responsabilidad, con la salud propia y la vecina, fuimos resueltos para acometer grandes empresas y arrostrar peligros, o por el contrario, y aunque con disculpa e incluso coartada, carentes de valentía para enfrentar una situación que supone un desafío complejo, acarrea algún tipo de peligro… O sencillamente para retomar nuestros compromisos de manera adulta. Apartemos ese cáliz de lamento y naturales miedos para renacer de cenizas, que al parecer vendrán con nuestros pasos desde allá donde nos hubiera pillado esta migraña en el devenir de la vida. Un joven al punto de comerse los días tras sobrevivir la adolescencia, el que encontró compañera, dígase novio o novia tras algunos escarceos, al que se cayera el primer diente, a quien como la canción, las nieves del tiempo hubieran plateado su sien tras muchos embates, al cansado y agobiado que refiere Mateo, al desorientado, al distraído o al que directamente, pasaba por allí. Como creyente, pido a Dios que me guíe para ser grano que haga granero aunque el cuerpo me grite a veces de soslayo quedarme quieto cuando no, “confitado”. Animo y fuerza que en la Tierra no hay otra vida que esta y porque fueron somos y porque somos, serán.
Nueva normalidad, decimos todos, sin plantearnos si la vieja era digna del nombre.
Como quien, por la prisa o la pereza, lleva de un trastero a otro todo lo que había. Sin revisar la utilidad de un contenido que no se usó, junto a recuerdos apilados sin criterio en cajas huérfanas, pasamos de tirar al suelo el plástico del que renegábamos hasta marzo, a desechar ahora, con el mismo desdén, las mascarillas que un invitado sin avisar trajo consigo. ¿Eso es nueva normalidad?
[...] ¿Estamos tan orgullosos de aquella que nos basta con querer volver, sin más reflexión, a la misma?
[...] Yo al menos no quisiera volver a discutir por necedades por las que me hubiera pegado y que descubrí que olvido si me mandan confinado para casa. Ni por cosas propias de quien, al menos de momento, tiene relativa seguridad de que la nevera es un lugar de aprovisionamiento de viandas en un descanso del trabajo o del teletrabajo, y no un lugar para enfriar el ambiente porque no hay nada, incluso ni frío, o directamente ni nevera.
No querría lamentarme del progresivo deterioro del Planeta mientras pedimos por internet cosas y cositas que se llevan y se traen en ocasiones, de una en una, en una “furgona” maltrecha, tirada por quien que cobra lo que cobra, por entrega y solo por entrega.
Entretanto reconozco que me duele no estrechar algunas manos y fundirme en algunos abrazos, pero quizá eso nos sirve para saber, ahora que no podemos, a quienes sí y a quienes no se los daríamos.
Me oprime la pena de aquellos que no pudieron despedirse de quienes se fueron envueltos en soledad, a los que toca laurear porque nos permitieron tomar conciencia, muchas veces no acorde con nuestros actos, y asimismo nos permitieron, desgraciadamente al precio más alto, saber de esta prueba inesperada, de este virus indecente.
Lamento no verme tanto con amigos y familia, pero ello me permite saber mejor lo que pasa cada día en mi propia casa, conocer como nadie a quienes forman parte de mi particular viaje y hasta qué punto puedo organizarme y conciliar, sin tirar sin más motivo, de quienes ya me lo dieron todo.
Y mientras esto sucede... preocupan y asombran los intentos de avivar discusiones, de dividir a personas por grupos de afinidad espontánea o arengada, en un momento que, si nos paramos a pensar, con mascarillas y los primeros abrigos del otoño, no sabríamos reconocernos, luego difícilmente distinguirnos, para poder en su caso separarnos.
Desde la tolerancia como principio rector y las respetables creencias de cada quien, démonos la ocasión de valorar de verdad lo que añoramos de la “vieja” normalidad, dejemos de lado cuanto hacíamos solo por costumbre o por convencionalismo, para entregarnos en cuerpo y alma a ser más conscientes, más solidarios, en definitiva más auténticos, fuera de etiquetas que en indigestible bombardeo informativo, casi siempre sin tarjeta, pero siempre interesadas, nos llegan por tierra, mar y aire. [...]
Paul Liceaga Jauregui